Aunque quizá en su país de origen sea sobradamente conocida, y haya pasado ya a la historia de la literatura norteamericana como una de sus grandes clásicos, lo cierto es que Willa Cather no es una autora demasiado leída en nuestros lares. Me sorprende y me entristece pues su obra merecería mayor difusión y lectura de la que parece tener hoy en día.
Nacida en 1873 en Virginia, en el seno de una familia originaria irlandesa, una Cather de nueve años y los suyos se trasladaron a vivir a Nebraska, esa tierra áspera, salvaje, dura y bella que será el escenario de gran parte de sus novelas y relatos. Es la época de los pioneros que llegan, especialmente del Norte de Europa, para trabajar la tierra y colonizarla. Y es la época y los personajes que años más tarde cobrarán vida a través de la escritura de Willa.
Buscando fotografías suyas por Internet , hay algo que me ha llamado mucho la atención y que he observado ya en las imágenes que se conservan de cuando era niña. Desde la más tierna infancia, Cather tiene una mirada muy despierta, un brillo especial en los ojos que rebela posiblemente, un carácter sensible pero decidido. Su biografía corrobora esa mirada intensa y algo burlona. Willa se cortó el cabello, se encasquetó un sombrero y unos pantalones para ingresar en la Universidad de Nebraska presentándose como William Cather. En dicha Universidad estudió y conoció al primer amor de su vida, la atleta Louise Pound. Después de graduarse en 1895 se instaló en Pittsburg donde trabajó como periodista y después como profesora de latín y griego. Pero la verdadera vocación de Cather era la escritura por lo que, tras un viaje por Francia, volvió a los EEUU, instalándose en Nueva York con Edith Lewis, la que sería su compañera el resto de su vida.
Esta breve semblanza biográfica confirma pues, esa impresión que me transmite Willa Cather como persona, una mujer discreta pero consecuente que vivió su vida como mejor le pareció vivirla y que desplegó se enorme sensibilidad y talento en la creación literaria. Fue prolífica y cultivó diversos géneros, tanto escribió novelas como "Mi Antonia"(1918), "Uno de los nuestros"(1922, Premio Pulitzer), "Una dama extraviada" (1923), "Mi enemigo mortal"(1926)…; ensayos, como "El arte de la ficción", y también cuentos, escritos desde 1905 hasta los años 40 y que son el género que aquí nos interesa a raíz de esta estupenda selección titulada "El duende del jardín y otros cuentos" que ha publicado Ménades editorial con la admirable intención, como apuntan sus editoras en su página web, de devolver, en este caso a Willa pero también a otras muchas escritoras olvidadas, el lugar que les corresponde en la historia de la literatura.
Willa Cather es una figura singular en la literatura norteamericana porque, aun siendo contemporánea de autores como Sherwood Anderson, Jack London o Sinclair Lewis, su obra hace de puente entre ellos y los autores de la llamada "generación perdida". Recoge características estilísticas y temáticas de todos ellos, aderezándolas además con la influencia de Henry James y de Edith Wharton. El mérito de Cather sin duda fue el de asimilar todo este bagaje literario y conseguir una voz propia, un estilo personal que además evolucionó notablemente con el tiempo. Dotada de un estilo depurado y poderoso, Cather se prodiga en las descripciones tanto de ambientes como de personajes, mostrando en el retrato de estos últimos una destreza especial por evitar tópicos y buscar imágenes originales y poco usuales.
Cather narra en sus historias la vida de los pioneros norteamericanos, originarios de Europa que se asentaron en las inhóspitas tierras vírgenes de La Divisoria a principios del siglo XX pero aprovecha no solo para contarnos aspectos de su forma de vida, penas y trabajos, sino que incide especialmente en las relaciones humanas, personales, entre padres e hijos, entre hermanos, entre amantes, dando protagonismo especial, a las mujeres pero, y es algo que me ha parecido especialmente meritorio, dando voz también a los personajes masculinos demostrando un gran conocimiento y una gran comprensión de la sensibilidad que es propia de cada sexo. Cather resulta tan creíble cuando da voz a un personaje masculino como a una mujer y resulta elegantemente ecuánime poniendo de manifiesto fortalezas y debilidades tanto de unos como de otras.
En los relatos de Cather no suceden grandes acontecimientos ni hay héroes protagonistas. Son historias que se estructuran a partir de una anécdota o de una situación cotidiana pero que cobran fuerza y dimensión por la manera que son planteadas. Por citar algún ejemplo, en "El funeral del escultor", el velatorio de un artista en su pueblo de origen, pone de manifiesto, tras un desarrollo de la historia que va "in crescendo", la mezquindad y bajeza de los que se consideran buenos vecinos y la nobleza de otros; "Una muerte en el desierto" analiza y desmonta con minuciosa cirugía los sentimientos de rivalidad de un hermano hacia otro y los efectos de la pasión y el amor, ligados a la música (por cierto, una de las grandes aficiones de Cather como puede también verse en el precioso y conmovedor cuento "Un concierto de Wagner") La infancia, entre inocente y maliciosa, queda retratada de manera sublime en "El peñasco encantado", donde inevitablemente uno se acuerda de los pillastres salidos de la pluma de Mark Twain. Y puestos a hacer asociaciones, leyendo ese agridulce y crítico "Flavia y sus artistas" no he podido evitar pensar en "Flora y los artistas" de Stella Gibbons, aunque desconozco si la inglesa conocía la obra de Cather.
Aunque no hay uno solo de los relatos que no merezca la pena ser leído y destacado, quiero hacer mención especial al que cierra este volumen, "El caso de Paul. Un estudio del temperamento". Por lo que he averiguado, este relato fue escrito en 1905 y está basado en un hecho real que ella vivió cuando daba clases en Pittsburg. Es el retrato de un muchacho que anhelaba salir de su aburrida y convencional vida cotidiana y creía que todo era posible con dinero...El desenlace y la lección a extraer de esta historia no puede resultar más dramática y pone en evidencia, que no solo el talento de Cather sigue plenamente vigente hoy en día si no también las historias y el mensaje de sus cuentos.
Fotografía de Boulevard literario