lunes, 30 de junio de 2014

El arte del cuento


El arte del cuento  [Fragmento]

 Flannery O'Connor

Siempre he oído decir que el cuento es uno de los géneros literarios más difíciles; y siempre he tratado de descubrir por qué la gente tiene tal impresión respecto de lo que considero una de las formas más naturales y básicas de la expresión humana.

Aún me inclino a pensar que la mayor parte de la gente posee una cierta capacidad innata para contar historias; capacidad que suele perderse, sin embargo, en el camino. Por supuesto, la capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el inicio, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa.
No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don, las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Estoy segura que son ellas quienes escriben los libros y los artículos sobre "como se escribe un cuento".

Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia. Por mi parte prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona, en tanto comparte con nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana.

Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.
Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno.

En la mayoría de los buenos cuentos es la personalidad del personaje lo que crea la acción de la historia. En la mayoría de esos cuentos, siento que el escritor ha pensado en una acción y luego seleccionado un personaje para que la lleve a cabo. Usualmente, existen más probabilidades de llegar a un buen fin si se comienza de otra manera. Si se parte de un personaje real estamos en camino de que algo pase antes de empezar a escribir, no se necesita saber qué. En verdad, puede ser mejor que uno ignore lo que sucederá. Cada uno debe ser capaz de descubrir algo en el cuento que escriba. 


domingo, 22 de junio de 2014

Los libros son tímidos

Hay libros que se leen de una sentada. Se empiezan, te envuelven, te enganchan y caes bajo su poder de seducción, de manera que no los dejas hasta llegar a la última página. Son lecturas ligeras, livianas, de verbo fácil y exposición clara. Sin artificios ni complicaciones. Pero no nos engañemos, porque bajo la apariencia de esa suave textura de mousse de chocolate negro, nos queda el sabor intenso y duradero del buen cacao.
"Los libros son tímidos" de Giulia Alberico, publicado por Periférica, es un recorrido en primera persona por las amplias lecturas de esta escritora italiana desde su infancia hasta su vida adulta. En cada página, palpita su pasión por la literatura. La ama, la vive, la disfruta y sabe transmitirla. Por eso mismo, leemos este breve texto autobiográfico con avidez, saboreando sus reflexiones y sonriendo a cada momento porque nos sentimos plenamente identificados con muchas de ellas.
Este libro es un soplo, pero tan fresco que permanece en el aire, duradero. Lo releeremos una y otra vez, y buscaremos las lecturas que nos sugiere y que no conocemos, porque al igual que la autora, creemos que "leer es aislarse del mundo, pero al mismo tiempo, aprender a verlo y comprenderlo mejor"



sábado, 14 de junio de 2014

Aniversario del fallecimiento de G.K Chesterton

Recordando al magnífico y prolífico G.K Chesterton en el aniversario de su fallecimiento, en Beaconsfiels, Reino Unido, el 14 de junio de 1936.

El maníaco (fragmento)



G. K. Chesterton

de Ortodoxia



La gente de mundo ignora completamente aun lo que es el mundo, y todo lo reduce a unas cuantas máximas cínicas que ni siquiera son verdaderas. Me acuerdo de que, paseando una vez con un acomodado publicista por los barrios de la ciudad, me hizo éste una observación que muchas veces había yo oído y que, pudiéramos decir, es como una divisa de nuestros tiempos. La medida estaba colmada, y al escuchar una vez más la famosa observación descubrí que era una sandez. Hablábamos de cierto sujeto, y mi publicista observó: "Ese hombre llegará, porque cree en sí mismo". Lo recuerdo como si fuese ahora; al alzar la cabeza para oír lo que me decía, mis ojos cayeron sobre el letrero de un ómnibus que ponía: Hanwell (1). Y le contesté sin vacilar: "¿Quiere usted que yo le diga dónde están los que más creen en sí mismos? Pues voy a decírselo: yo sé de hombres que confían en sus propias fuerzas mucho más que Napoleón o César; yo sé dónde lucen las estrellas fijas de la seguridad y del éxito, y si usted quiere puedo conducirle al trono de los superhombres. Los que creen de verdad en sí mismos están en los asilos de lunáticos". Contestóme muy cortésmente que había, sin embargo, muchísimos que, con creer en sí mismos, no estaban en los manicomios. "Sí que los hay -le retruqué-, y usted debe conocerlos mejor que nadie. Aquel poeta borrachón cuyas espantosas tragedias no puede usted tolerar, ése es uno de los que creen en sí mismos; aquel viejo ministro que le obligó a usted a esconderse en un desván por miedo a que le leyera su poema épido, ése también creía en sí mismo. Si usted consultara su experiencia de los negocios humanos, y no su filosofía tan feamente individualista, reconocería usted que el creer en sí mismo es uno de los síntomas más inequívocos y comunes de la degeneración. Los actores incapaces de representar, ésos son los que creen en sí mismos, así como los deudores que no pagan. Mucho más cierto es asegurar el fracaso de un hombre porque cree en sí mismo, que augurar su éxito. La plena confianza en sí mismo, aparte de ser un pecado, es también una debilidad. Creer demasiado en uno mismo es una creencia histérica y supersticiosa, como creer, por ejemplo, en Joanna Southcote (2); y el hombre que por su mal la padece lleva escrito Hanwell en la frente como lo lleva ese ómnibus". A todo lo cual mi amigo el publicista replicó con esta objeción tan profunda como eficaz: "Bien; y si un hombre no debe creer en sí mismo, ¿en qué debe creer?". Y yo declaré tras larga pausa: "Para poder contestar a esa pregunta, no veo más remedio que irme a casa a escribir un libro".

(1) El autor se refiere al manicomio de Hanwell, en Londres (N. del T.)
(2) Visionaria inglesa (1750-1814) que hizo más de cien mil adeptos y cuyo culto se extinguió a fines del siglo XIX (N. del T.)