"La noche de abril en la que llegué estaba cargada de nubes y preñada de lluvia. Los contornos plateados de la ciudad, tenues, intrépidos, se alzaban por encima de una niebla desvaída, casi cantando hacia el cielo. Delicada y con finas nervaduras, una torrecilla gótica trepaba por las nubes. La esfera anaranjada del iluminado reloj del ayuntamiento parecía colgar en el aire de un cable invisible. En torno a la estación había un olor, dulce y seco, a hulla, jazmín y fragantes praderas."
Así empieza, "Abril" de Joseph Roth, recientemente publicada por la editorial Acantilado, una historia de amor que se lee en un soplo por lo breve y liviana que es, y cuyo inicio marca perfectamente el tono que vamos a encontrar al largo del relato.
Parece que Roth haya cogido paleta, unos cuantos colores que utilizará puros a veces y bien mezclados otras, una considerable variedad de pinceles de diferentes grosores pero de la misma suavidad y se haya dedicado a pintar un lienzo, componiendo un cuadro en el que se mezclan impresiones y detalles, explosiones de color y claroscuros, realismo y abstracción.
Con frases breves, muy descriptivas, imágenes que rozan y juegan con la poesía, el autor desarrolla una historia de amor narrada por el propio protagonista, fascinado por una muchacha que ve asomada a una ventana, y que se convertirá en su objeto de deseo.
Mientras leemos su historia, andaremos por las calles y jardines dónde transcurre la acción, guiados de la mano del protagonista que dirigirá nuestra mirada hacia donde a él le interesa, sumergiéndonos en su andadura y viviéndola con él.
Una historia que se funde en el paladar del lector con el deleite de un bocado exquisito, pero que sorprende al final, con un desenlace totalmente imprevisible...
Y por este párrafo de Abril se ve que la traducción es fantástica, como todas las de Berta Vías Mahou. A punto de leerlo.
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