Todo buen aficionado a los relatos y a la literatura norteamericana conocerá con toda seguridad a autores como Raymond Carver, Richard Ford o Tobias Wolff, representantes del llamado "realismo sucio", ese movimiento que se desarrolló sobre todo en los años 70 y que se caracteriza por la búsqueda del minimalismo en la narración. Todos los elementos que construyen el relato, personajes, situaciones, escenarios...son descritos y presentados bajo un mínimo de características. Apenas hay descripciones por lo que adjetivos y adverbios, son reducidos al mínimo indispensable mientras que el estilo directo y los diálogos cobran una gran importancia.
Lo cotidiano, escenas hogareñas, familiares, relaciones entre amigos, amantes, padres e hijos, el día a día, el trabajo, el amor, el sexo...lo que vivimos a diario es la materia prima que el "realismo sucio" transforma en literatura, con más o menos crudeza, benevolencia o ironía según el autor.
A este interesante movimiento también se adscriben escritores como John Fante, Charles Bukowski o Chuck Palahniuk por citar los más conocidos pero...¿hay también mujeres escritoras formando parte de esta corriente literaria?...
Afortunadamente, haberlas, haylas, pero como suele ser habitual, la visibilidad y el reconocimiento, al menos, popular, es mucho menor que el de sus colegas masculinos. Escritoras como Ann Beattie, Amy Hempel, Lydia Davis, Deborah Eisenberg o la misma Mary Robison de la que hoy hablaremos, podrían considerarse herederas de este movimiento que cada una reinterpreta y desarrolla con estilo propio.
De entre todas ella, Mary Robison es considerada fundadora del minimalismo y una excelente prueba de ello son estos treinta relatos recogidos en el volumen "Dime", publicado por Alba editorial, una selección de todos los que ha escrito Robison a lo largo de veinticinco años de carrera literaria, publicados muchos de ellos por primera vez en la revista "The New Yorker".
El primer efecto que provoca la lectura de los relatos de Robison es parecido al que podemos sentir al enfrentarnos por primera vez a un cuadro impresionista que, según vamos observando con detenimiento nos va sugiriendo cada vez nuevos matices, texturas y colores. Hay relatos que parecen simples esbozos, meras pinceladas que sugieren más que no dicen, personajes que parecen surgidos de la nada, interactuando en espacios apenas descritos que entablan diálogos que empiezan y terminan cuando el lector menos lo espera. Pero resulta curioso que al acabar de leer cualquiera de estos treintena cuentos, sentimos la necesidad de releerlos de nuevo porque la perplejidad que en algún momento nos provocan se convierte en un toque de atención que mueve el interés por releer la historia y conectar de nuevo y mejor, con los personajes y lo que nos cuentan. Y nos cuentan mucho, porque si algo caracteriza el estilo de Robison es el impecable y magistral uso del diálogo, un diálogo que suele ser rápido, ágil, realista pero también en algún momento, y según quién lo maneja, peculiar y un tanto extraño.
Hacía mucho tiempo que una narración sin apenas contexto ni descripciones no nos enganchaba como lo han hecho estos relatos. No tenemos apenas información de los escenarios ni de los mismos personajes, todo se define a través de los diálogos y éstos resultan un prodigio de acierto y efectividad, porque para narrarnos las historias que a Robison le interesa, no le hace falta apenas ningún recurso narrativo más.
No importa ni el antes ni el después de lo que se nos relata. Da lo mismo, no es relevante para lo que la escritora nos cuenta. Casi como a través del objetivo de una cámara se nos muestra una escena, unos personajes que hablan e interactúan y aun sin apenas descripciones, nos hacemos una idea muy precisa, prácticamente, cinematográfica de la acción y de lo que se nos quiere comunicar.
Los personajes de estos cuentos son personas normales y corrientes, sin grandes aventuras ni acontecimientos especiales en sus trayectorias, hombres y mujeres de todas las edades y condiciones que pasan por la vida con su mochila de problemas más o menos cargada y con más o menos capacidades para resolverlos. No son los sórdidos perdedores de Carver, ni los desafortunados seres que suelen protagonizar los cuentos de Ford, las criaturas de Robison forman parte de la amplia familia de la Humanidad, podríamos ser cualquiera de nosotros, cualquier ser humano anónimo en cualquier momento de su vida.
No encontraremos en estos relatos ni grandes alegrías, ni grandes fracasos, ni grandes historias ni sórdidas tragedias, tan solo momentos que por su propia sencillez y por el estilo con que los cuenta la autora, brillan con luz propia y nos ayudan a conocer un poco más a nuestros semejantes y por extensión, a nosotros mismos. La pura esencia y finalidad de la buena literatura, tan real como la vida misma.
Fotografía del Boulevard literario
La denominación de realismo sucio parece ser que empezó como un truco publicitario. De ser así, tuvo un gran éxito, está claro. No se hasta que punto se debe hablar de movimiento porque según tengo entendido la mayoría de ellos no se conocían entre si, aunque si podían estar influenciados.
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