miércoles, 1 de julio de 2015

Siempre lecturas no obligatorias

En 1996 se otorgó el Premio Nobel de Literatura a la poeta polaca Wislawa Szymborska.
Para hacerse una idea de este merecido galardón solo hace falta leer y saborear "Paisaje en un grano de arena", por elegir algo representativo de su obra poética.
Pero no hablaremos hoy de poesía, sino de prosa, y, concretamente de la tercera selección de textos y reseñas literarias que ha ido publicando Ediciones Alfabia.
Primero fueron "Lecturas no obligatorias", después "Más lecturas no obligatorias" y más tarde, llegaron "Siempre lecturas no obligatorias" que es el volumen que acabamos de leer.
Os lo recomendamos por diversos motivos: por el impecable y fluido estilo narrativo de Szymborska, por su ingenioso y agudo sentido del humor, por sus amplias y variadas inquietudes culturales y, por si no tenéis aun motivos suficientes, por aproximarnos a una literatura, la polaca, bastante (por no decir, totalmente) desconocida por nuestros lares.
Leyendo a Wislawa aprendemos sin apenas darnos cuenta, no solo sobre libros y literatura, sino sobre cultura en general: filosofía, pintura, música, Naturaleza...Un variado abanico de inquietudes que dan pies a sugerentes reflexiones que, en más de una ocasión nos dejan con una sonrisa en los labios, como la del fragmento que reproducimos a continuación, perteneciente a la reseña del "Breve diccionario de escritores ilustres".
Gracias Wislawa por habernos dejado tanto antes de irte...


“…¡Más de doscientos rostros! ¿Pero cuál de ellos podría definirse como el característico para un escritor?¿Hay realmente alguna apariencia arquetípica para él?¿Alguna arruga predominante, un mentón característico, alguna verruga que indique la voluntad de escribir? Me vino a la mente el capitán del barco Beagle, un fisionomista que no quería subir a Darwin a bordo, porque la nariz del joven naturalista evidenciaba por lo visto una personalidad titubeante. Sobre los escritores no se sabe aún mucho más. Los bonachones ofrecen un aspecto patológico; los impulsivos, corderil; y las almas eminentemente sensibles se materializan en las fotos como si estuviesen en busca y captura. Puede que no todos, pero ¡qué más da al fin y al cabo! La mayoría tiene aspecto de cualquier cosa menos de escritores. Balzac parece un posadero; Joyce, el contable de una funeraria; Eliot, el director de una clínica psiquiátrica; y Heinrich Mann, un farmacéutico que ha decidido envenenar a toda la población. Igualmente caprichosos son los parecidos. Becket tiene el mismo perfil que Jerzy Kwiatkowski, Goethe me recuerda de manera asombrosa a mi abuela, y observando a France y a Tagore se hace difícil creer que no fueran gemelos univitelinos. Por ese motivo, incluso los parecidos de los escritores consigo mismos parecen una trampa: ¿por qué Chesterton se parece al aspecto que debería tener Chesterton y Tolstói y Voltaire? La belleza es también una cuestión sumamente dudosa. Cualquier monstruo puede dar con un solícito retratista, de la misma manera que un querubín con un fotógrafo horrible. En cualquier caso, de toda la galería, Conrad me parece el más apuesto, y no lo digo sin cierto orgullo patrio. En el podio podemos situar también a Melville y a Hemingway. Absolutamente fuera de concurso se encuentra Ibsen por espectro atormentado de un peluquero chiflado. ¿Pero que puede extraerse de todo eso? Nada, absolutamente nada. Justo la conclusión que me proponía…”







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