Lo mejor de Gornick es su agudísima mirada pero también su oído atento, la capacidad extraordinaria de captar voces, escenas y detalles de su entorno más inmediato, momentos en apariencia intrascendentes y cotidianos que al trasladarlos al papel con su estilo pulido y preciso, cobran pleno sentido y adquieren una dimensión testimonial que los convierte en puros fotogramas, instantáneas fotográficas que curiosamente imaginamos en blanco y negro y que, expuestas en una galería o en un álbum se convertirían en un excelente retrato de la ciudad de Nueva York en los últimos años.
Cómo en "Apegos feroces", Gornick vuelve a pasear por las avenidas y las calles, por los barrios en los que transcurrieron su infancia y su juventud: el Bronx, el West Side...y de nuevo despliega toda su capacidad descriptiva para que el lector la acompañe en sus caminatas y viva y perciba los mismos estímulos y sensaciones que ella. Casi sin darnos cuenta, caminamos a su lado, oímos las voces de la gente, retazos de sus conversaciones; nos confundimos entre ellos y captamos ese carácter tan particular, esa impronta tan especial que transmiten el bullicio y el constante ir y venir de las gentes de la Gran Manzana. Quien haya estado alguna vez en Nueva York seguro que entenderá de qué estamos hablando.
Gornick, como toda buena "flaneur" disfruta a menudo andando sola, vagando sin rumbo fijo, abierta a los estímulos que va encontrando a su paso y que le inspiran luego sus textos. Pero también tiene un interlocutor recurrente, su viejo y fiel amigo Leonard, sofisticado pesimista irredento que sirve a Gornick de apoyo y a la vez de contrapunto para armar y contrastar sus reflexiones más íntimas, aquellas que hacen referencia al amor, la amistad, el misterio que siempre envuelve a toda relación humana, entre hombres y mujeres, entre personas del mismo sexo y en la relación más íntima y personal que puede existir: la relación interior con cada uno de nosotros mismos.
Gornick se define como esa "mujer singular" que da título al libro, una feminista que con el tiempo ha ido evolucionando en su actitud y sus ideales y ha ido puliendo sus opiniones, moldeándose a si misma para conseguir llegar a ser la escritora y la intelectual que es. Un camino que no ha sido fácil y que ha estado lleno de frustraciones y dificultades, de dudas y desengaños. No obstante, la tenacidad y el empeño por construirse a si misma y encontrar una voz propia han dado sus frutos.
"La mujer singular y la ciudad" recorre un espacio físico muy concreto, las calles de Nueva York, pero también es un recorrido histórico y cultural a través de personajes de la vida intelectual y cultural neoyorquina que han influido en Gornick de manera que mientras deambula por la ciudad va intercalando sus historias y enriqueciendo así el texto con anécdotas y referencias literarias. No obstante, cuando se acaba el libro lo que permanece en nuestra memoria lectora son las distintas voces de la gente que la autora ha ido captando y transcribiendo en el texto. Ella misma reconoce su propia necesidad vital de escuchar y convivir con esas voces: "Nueva York no es puestos de trabajo, es una forma de ser. La mayoría de la gente está en Nueva York porque necesita muestras -en grandes cantidades- de expresividad humana; y no la necesitan de vez en cuando, sino todos los días. Eso es lo que necesitan. Los que se van a ciudades más manejables pueden prescindir de ello; los que vienen a Nueva York, no. O tal vez debería decir que soy yo quien no puede." Y posiblemente no pueda porque es a partir de todas esas voces que Gornick crea y transmite su propia voz. Escuchadla, vale mucho la pena.
Fotografía de Boulevard literario
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