sábado, 12 de noviembre de 2016

Crónica japonesa, Nicolas Bouvier

La concesión de determinados Premios Nobel de Literatura han representado, en algunas ocasiones, el reconocimiento no solo a la carrera literaria del galardonado, sino también a un género en concreto. Así, el Nobel otorgado a Alice Munro en 2013, significó la reivindicación del cuento equiparándolo al fin en prestigio a la novela. El Nobel a Bob Dylan...bueno, ese mejor lo dejamos, y nos fijamos en el que se concedió a V.S. Naipaul en 2011, que es el que aquí más nos interesa, pues representó un merecido reconocimiento a los libros de viaje.

Mucho ha evolucionado la literatura de viaje desde las crónicas de Herodoto, los viajes de Marco Polo o las expediciones de James Cook, hasta nuestros días, con obras como las del citado Naipaul o Bruce Chatwin entre otros. Pero si hay algo en común entre todos ellos es óbviamente el placer de viajar, la curiosidad por las identidades y culturas distintas a la propia a fin de conocernos y entendernos mejor a nosotros mismos. Porque en definitiva, viajar es conocer, descubrir, aprender, comprobar lo que hay de diferente y lo que nos une a todos por encima de los más variados paisajes, costumbres o creencias.

"Crónica japonesa" de Nicolas Bouvier, publicada por La línea del horizonte es un espléndido viaje al Japón que el autor visitó por primera vez en los años 50 y a dónde volvió una década más tarde.
Conocido especialmente como fotógrafo, Bouvier se revela además como un magnífico escritor, que con una atenta y aguda mirada sabe captar la sutil y compleja alma japonesa, el armonioso paisaje de sus tierras, el reservado carácter de sus habitantes, y lo plasma en el papel con una escritura precisa y sugerente, de una plasticidad y un detalle que en algunos pasajes se convierte en pura poesía:

""En Tokio, la vida se expresa en estaciones. Pequeñas estaciones de metro o de la Chou Line, faroles altos sobre las hojas nuevas. Pasado el último tren, una música de zuecos de madera se aleja y se extingue, y se oye el flautín desgarrador -tres notas- del vendedor de sopa caliente. Carretas de vendedores ambulantes aparcadas de noche junto al andén. Gente menuda, deudas menudas que se olvidan y se reencuentran: un aire de Dickens japonés con un inefable añadido de dulzura. Más allá de las luces, algunos árboles atrapados en la noche cuyas ramas agitan los recuerdos, los encuentros, las mentiras y los pesares. Caras alucinadas pegadas a los cristales empañados. En la ciudad, una constelación de estaciones que desgranamos como un rosario en la negrura..." (p.111)

Bouvier redacta una crónica muy completa en la que hay cabida para la historia y mitología de Japón, para la religión, el papel del País del Sol Naciente durante la Segunda Guerra Mundial, sus fiestas y costumbres, su teatro y su música...
Para quien no ha estado nunca en el país resulta una excelente aproximación a su idiosincrasia, y para quien ha estado alguna vez, resulta un acertado recordatorio que pone de manifiesto que en muchos aspectos Japón ha cambiado poco, muy poco o nada, desde que Bouvier viajó por primera vez, trabajando en la bodega de un barco:

"El capitán Cook portaba espada y saludaba a los jefes maoríes con un bicornio tan brillante como el sol. La Pérouse distribuía sin contar hojas de hacha y perlas de vidrio azul. Phileas Fogg nunca se separaba de su maleta de piel de cerdo atiborrada de billetes. Yo llegué al puente seboso como una vela y sin nada que ofrecer salvo el trapo que llevaba en la mano. Los viajes han cambiado." (p.119)

Efectivamente, los viajes han cambiado, como han cambiado los países y sus gentes, pero sin ninguna duda, viajar sigue siendo uno de los mayores placeres de los que puede disfrutar el ser humano y para los que no puedan permitirse un viaje físico, siempre quedará la posibilidad de llevar a cabo un viaje mental a través de ejercicios literarios tan interesantes y enriquecedores como esta "Crónica japonesa" de Nicolas Bouvier que recomendamos con la total seguridad que no defraudará ni a los viajeros empedernidos ni a todos aquellos que exijan calidad literaria a sus lecturas.









lunes, 7 de noviembre de 2016

Una maleta y un manuscrito.

Denise saca del armario la vieja maleta. Está raída a partes iguales, por el tiempo y por el dolor. Acaricia la piel cuarteada y descolorida, pero aun recia, antes de abrirla. Denise suspira y siente una punzada de tristeza.

En el fondo de la maleta, a buen recaudo, yace el manuscrito. Un pliego grueso de papel fino, amarillento, tan escaso durante la guerra que la letra con la que está escrito es pequeña, pulcra pero apretada. No es la primera vez que Denise recorre con sus dedos, suavemente, el tacto de las hojas. Alguna vez no ha podido evitar leer alguna palabra, alguna frase, pero se niega a ir más allá. Duele demasiado imaginar el contenido del texto. Se teme lo peor. Un diario de la experiencia de su madre bajo el dominio nazi. La recuerda siempre tan dulce y alegre, con su amplia sonrisa y su gesto cariñoso que no puede enfrentarse al recuerdo de su trágico destino.

Denise sabe que su madre escribía, que su escritura fue su pasión y su válvula de escape en un mundo que se iba desmoronando a su alrededor, pero el manuscrito que tiene entre sus manos y que la acompañó a ella y a su hermana menor en su huida por Francia, y al que puso a salvo a toda costa, ha estado siempre con ella, en silencio, toda su vida, y ahora, darle voz le da miedo, pánico.

Después de darle muchas vueltas, Denise ha decidido finalmente donar el manuscrito al Institut Mémoire de l'Édition Contemporaine, a fin de preservar la historia y la memoria de su madre, de su padre y de los millones de refugiados, de prisioneros, de soldados, de judíos que perdieron la vida durante la guerra.

Convencida y segura que tiene en su poder un testimonio valioso y veraz de los hechos, Denise decide mecanografiar el texto de su madre antes de donarlo, así que lupa en mano y despacio empieza a copiarlo.

Poco a poco se va dando cuenta de que no es el diario personal que ella imaginaba, o al menos no como ella imaginaba. Hay mucho de testimonial en estas páginas que Denise va descifrando pero están escritas en forma de novela.

Lo que debía ser una obra de más de 1000 páginas dividida en 5 partes quedó en 2, tras la detención y muerte de su autora en Julio de 1942 en Auschwitz.
No obstante es suficiente con estas dos partes para ver plasmado un fresco magistral de escenas y personajes en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial.

En la primera parte, "Tempestad en Junio", se suceden los capítulos ágiles y breves, protagonizados por distintos refugiados franceses que abandonan París buscando amparo en el campo.
Todos absolutamente, sea cual sea su origen o condición social, se mueven acuciados por el instinto de supervivencia que los lleva a participar en una huida en la que aflorarán los más diversos sentimientos y actos que no siempre serán los más nobles ni moralmente correctos.
Denise va leyendo el texto y se imagina acompañando a todos esos compatriotas suyos que, como ella y su familia, se vieron obligados a dejar sus hogares y emprender un viaje del que muchos no volvieron.

La segunda parte del texto, "Dolce" cambia el dinamismo y la pluralidad de protagonistas por un relato más pausado y estático, aunque igualmente cargado de emociones y vigor. Ahora la historia se centra en unos personajes y un pueblo concretos, y la trama gira entorno a las complejas relaciones que se establecen entre vencedores, los alemanes, y vencidos, los franceses. Muy sutilmente la autora nos da a entender que ni unos son tan malos ni los otros tan buenos, sino que todos somos seres humanos, con nuestras virtudes y defectos, víctimas de las circunstancias.

Denise se emociona, vibra y llora con este texto que jalonará la reputación literaria de su madre cuando póstumamente su hija lo publique: es la espléndida "Suite francesa" de Irène Némirovsky, actualmente un clásico imprescindible, de lectura inolvidable.