domingo, 25 de febrero de 2018

"Un debut en la vida", Anita Brookner

En "Un debut en la vida" de Anita Brookner, publicada por Libros del Asteroide,  Ruth Weiss, profesora de literatura francesa, viaja a París en un intento de escapar de las obligaciones morales que rigen su vida. Pero sus esperanzas de encontrar el amor se desvanecen y regresa a Londres para enfrentarse a la responsabilidad de cuidar a sus padres ancianos.
La historia sirve a Brookner para desarrollar una serie de temas y personajes recurrentes en su obra y con una evidente base autobiográfica: una protagonista central que suele ser una mujer de mediana edad,  inteligente, culta y emocionalmente reservada en busca de la felicidad y la aceptación social pero que se enfrenta al desencanto entre la expectativa y la realidad; la pérdida de amigos y amantes; la responsabilidad por cuidar de los padres cuando envejecen y la disyuntiva de tener que elegir entre una vida convencional y correcta o una despreocupada y libre. 

Anita Brookner nació y creció en Londres, el seno de una familia de origen polaco-judía, recibiendo una educación acorde con los principios y las directrices propias de su cultura y religión. A pesar de ser hija única, la falta de hermanos fue sustituida por su abuela, su tío y los refugiados judíos que huían de la persecución nazi y que eran acogidos por sus progenitores, conformando un microcosmos familiar en el que todos tenían cabida y en el que la joven fue educada bajo la responsabilidad de hacerse cargo de sus mayores cuando fuera el momento necesario, lo cual cumplió rigurosamente, permaneciendo soltera y cuidando de sus padres hasta que fallecieron.

Brookner recibió una formación esmerada, primero en un colegio para señoritas y después estudiando en el King's College de Londres y doctorándose en Historia del Arte en el Courtauld Institute of Art, convirtiéndose en 1967 en la primera mujer en obtener la cátedra Slade en la Universidad de Cambridge.
Profesionalmente, la carrera de Brookner se desarrolló firme y exitosa, impartiendo clases y escribiendo diversos estudios sobre arte que fueron acogidos con un gran reconocimiento en los círculos académicos. Pero en 1981, cuando cuenta con 53 años, publica su primera novela de ficción, precisamente "Un debut en la vida" ¿A qué responde esta repentina y más bien tardía incursión en la ficción narrativa que tendrá continuidad hasta el fin de sus días y que le valdrá incluso el Booker Prize en 1984 con su novela "Hotel du Lac"?

En una entrevista concedida en 1987 a "Paris Review", Brookner explica que escribió "Un debut en la vida" en un momento de tristeza y desesperación, en el que su vida parecía ir por caminos irremediablemente predecibles, lo que le hizo sentir la necesidad de entender su destino. Entendemos que Brookner se hacía mayor y veía en un futuro más o menos cercano, su jubilación en el mundo académico. Escribir ficción podría ser el medio de dar un paso más allá, de analizar y dar un repaso a su vida, a su pasado y a su presente, a fin de materializar y proyectar el futuro a través de la creación artística. Con la escritura de esta primera novela se intuye pues, un ejercicio catártico, un depurado ejercicio de autoanálisis que huye de autocompasión o justificaciones de su situación personal para mostrar simplemente el proceso seguido a lo largo de toda una vida a fin de asumir al presente y esbozar el trazado de un posible futuro. 

Es evidente que tras la menuda y recatada Dra.Ruth Weiss, que imparte clases de literatura y dedica su vida a escribir el voluminoso trabajo de "Las mujeres y Balzac", esa discreta y cultivada Dra.Weiss que recoge su melena pelirroja en un moño voluminoso y que "a sus cuarenta años, comprendió que la literatura le había destrozado la vida", se esconde Brookner, cuyo periplo vital posiblemente tenga muchos puntos en común. Por desgracia, debido a esa base autobiográfica , la obra de Brookner fue a veces injustamente valorada, considerada con un cierto menosprecio por parte de la crítica, porque al parecer las vivencias y emociones de una solterona de mediana edad no parecían ser lo suficientemente interesantes para sostener un corpus narrativo de calidad. Nada más lejos de la realidad.

"Un debut en la vida", cuyo título su autora toma prestado de una novela de Balzac (autor omnipresente en la historia) es un excelente "debut en la literatura" y un excelente ejemplo de cómo fundir, entrelazar o combinar vida y literatura, cómo la literatura puede influir y condicionar a lo amantes de la lectura dirigiéndolos de manera más o menos solapada por los derroteros de la vida. Ruth, la protagonista de "Un debut en la vida", es desde muy joven una voraz lectora que se nutre principalmente de los grandes clásicos franceses como Zola o Balzac o de los rusos memorables como Tolstoi. En la obra de todos ellos, las heroínas abnegadas y sufridas que protagonizan sus historias se enfrentan a las más frívolas y ambiciosas. Y sobre todas sus andanzas, planea la sombra moralista y austera de la pluma de Dickens. La combinación de todo el bagaje lector de la Dra.Weiss se enfrenta con su realidad y su vida cotidiana, abriéndole los ojos a la vida, en un despertar agridulce que la empujará a replantearse sus convicciones y aceptar que "las historias moralistas se equivocaban mayoritariamente, que incluso Charles Dickens se equivocaba, y que el mundo no se conquista con la virtud". A esta conclusión llegará nuestra heroína a golpe de experiencias, desengaños, traiciones; condicionada por unos padres que la quieren pero no la comprenden, que son incapaces de tomar con firmeza las riendas de su vida y que son superados por madurez por su propia hija que verá condicionada la vida por las necesidades de sus progenitores.
Ruth llega en un determinado momento a independizarse y cambia, mejora, florece y llega a rozar todas las expectativas que le puede deparar la vida , pero sus posibilidades no tardan en dar un giro y darse un baño de realidad del que difícilmente saldrá victoriosa. Quizá, después de todo, su refugio seguirá siendo la literatura...




Fotografía de Boulevard literario  



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martes, 20 de febrero de 2018

Qué queda de la noche, Ersi Sotiropoulos

París 1897. Un caballero alto, moreno, con el semblante serio y mirada profunda tras unas gruesas gafas, pasea por la capital francesa en compañía de su hermano mayor. La ciudad le seduce. Pasea por los bulevares, avenidas, cafés, museos, entre el bullicio de la gente, la música... esa mezcla tan parisina de sofisticación y vulgaridad, la convivencia entre lo más selecto y lo más canalla de una sociedad vibrante, sedienta de cultura, de placer y de vicios inconfesables.

París es un misterio y nuestro caballero observa, se empapa de las estimulantes sensaciones que le brinda la capital y reflexiona. Ante todo y sobre todo, es un artista, un poeta y esta breve estancia de tres días en la ciudad francesa debe servirle para exprimir, absorber y asimilar todo aquello que pueda convertir en poesía.

    "La ciudad se acercaba a él y él querría mostrarse puro y receptivo para poder ir a su encuentro, y tomarla en sus más leves insinuaciones. ¿Puro? ¿Por qué puro? ¿Cómo se le había ocurrido aquello? Inocente era la expresión adecuada. ¿Cómo si no iba a poder entregarse a algo absolutamente? Darse a la escritura sin cálculos de pérdidas y ganancias. Necesitaba empezar de una situación de ingenuidad, casi primitiva, primitiva en lo que se refiere a su deseo de escribir y al objetivo de ese deseo, tabula rasa en la que no contaría lo que perdía, aquello de lo que lo iba a privar su entrega al Arte"


Pero nuestro escritor duda, su perfeccionismo y su alto nivel de exigencia le hacen cuestionarse una y otra vez su talento. Baudelaire, Rimbaud, Hugo...con su enorme prestigio le abruman. La inseguridad pesa sobre nuestro poeta que nunca llegará a saber lo que el futuro va a depararle: el reconocimiento y la gloria. En vida, apenas publicará un par de libretos con algunos poemas, pero con el transcurso del tiempo será reconocido como uno de los mejores poetas de todos los tiempos. Constantino Kavafis. Pero su futuro es otra historia...


Volvamos a París. Cavafis y su hermano John han abandonado por unos días su hogar en Alejandría y están en la capital francesa. "Qué queda de la noche" de la escritora griega Ersi Sotiropoulos, publicada por la editorial Sexto Piso, imagina y convierte en novela la breve estancia de Cavafis en París, pero la historia que nos cuenta está tan firmemente anclada en la investigación y sustentada en una sólida base documentada que dota al texto de credibilidad y resulta difícil, aunque también innecesario, discernir entre realidad y ficción. La veracidad de la narración es casi lo de menos. No importa si fue así o no la estancia de Cavafis en París, Sotiropoulos logra atraparnos en el texto y hacer perfectamente verosímiles las andanzas y pensamientos del poeta, que giran una y otra vez entorno a la escritura, intentando dar con la clave para escribir la mejor poesía:

     "La cuestión es quién pude escribir mejor poesía, pensó, ¿él o el otro? ¿Él, con su vida tranquila, inclinado sobre su escritorio, apocado, con la mente encendida por el deseo y las fantasías más salvajes, fantasía que nunca habrá de realizar y lo sabe, o el otro, que se arroja a la vida sin ningún freno, que la provoca, despreocupado, como en un duelo temerario, jugándose a cara o cruz hasta su propia perdición? ¿Quién de los dos llegará a ser mejor poeta?, se preguntó y en el mismo momento se dio cuenta que el otro era Rimbaud y que se había colocado a sí mismo, con sus diez poemillas, frente a él; se había atrevido a concebir semejante comparación. ¿Él o el otro?, volvió a decir para sí. Era tan descabellado, tan imposible, que le provocó una sonrisa melancólica."

"Pobreza expresiva. Torpeza". Tres palabras que resuenan como un mantra en la cabeza de Cavafis. Tres palabras garabateadas a modo de sentencia sobre unos poemas que en su día mandó al prestigioso poeta Moréas y que descubre al visitar el estudio del escritor durante su ausencia. Cavafis vive con la obsesión por encontrar la perfección de la forma poética, la exigencia creativa, la búsqueda de la pureza expresiva absoluta, la poesía como redención de lo vulgar y cotidiano y lo hace impregnándose de la tradición clásica greco-latina por un lado, y bebiendo, insaciable, de las fuentes de la sensualidad más ocultas y reprimidas. 

Con gran acierto, Sotiropoulos retrata un Cavafis profundamente humano y sensual. Un hombre que reprime sus más ocultos deseos y pasiones expresándolos a través de la poesía y de manera más mundana, en la intimidad. Con un estilo sugerente y evocador, con una gran fuerza plástica y sensorial, asistimos a la expresión más auténtica y humana de Cavafis. Prendado por un joven bailarín, la escena del sofá en el vestíbulo de la cafetería es sencillamente, brillante. Resulta difícil imaginar cómo se puede alcanzar un grado tan alto de erotismo simplemente describiendo el rasgado del tapizado de una vieja butaca, pero Sotiropoulos demuestra que es posible. 

"Qué queda de la noche" nos acerca pues, no sólo al Cavafis poeta si no al Cavafis más humano, más íntimo. Un Cavafis que oscila entre su amor por la conocida Alejandría y su atracción por la seductora París; un Cavafis que lucha por desligarse de una madre posesiva y absorbente; un Cavafis seducido por lo bello, por el placer, pero también por lo sórdido y prohibido; un Cavafis que se resiste a envejecer y que busca la eternidad a través de la palabra. Esa palabra, convertida en poema hace ya tiempo que afortunadamente conocemos. Ahora es el momento de acercarnos a quien está detrás de la obra, al corazón, el alma y la carne del autor. Lo recordaremos, como recordaremos el sabor melancólico e intenso de esta gran novela.
 
   "Al final la novela o el poema es aquello que se inscribe en lo más hondo, lo que te deja una impronta y cuando ya se te ha olvidado la trama, quién hizo qué, te queda el "sabor"; sí, es algo como un sabor..."






Fotografía de Boulevard literario 




    









viernes, 9 de febrero de 2018

Saturno, Eduardo Halfon


"Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado a la par de mis pies, pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras. Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra, encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.
Quizás por eso escribo, o mejor dicho, quizás por eso necesito escribir."

Por la noche y de tirón. Me doy cuenta de que siento la musculatura entumecida. No me he movido prácticamente del sillón durante el tiempo que ha durado la lectura. Ni sé qué hora es. No he tardado mucho en leer este pequeño libro negro que tengo entre las manos; lo he devorado rápido, con la misma voracidad implacable con la que Saturno engulle a sus hijos, pero sin la crueldad de éste. Al contrario, la lectura del texto de Eduardo Halfon despierta todo tipo de emociones y sentimientos, pero ninguno cruel. Puede despertar tristeza, dolor, compasión, empatía, rabia...precisamente todas aquellas respuestas que puede provocar la crueldad, o lo que puede ser peor, la indiferencia.

"Saturno", publicado en 2003 en Guatemala, viene reeditado ahora de la mano de Jekill&Jill en una cuidadísima y bella edición que hace justicia a la calidad de la narración. "Saturno" de Eduardo Halfon es un texto potente, arrollador y digo texto con toda la intención porque no me encaja ni como novela, ni como relato, ni como epístola propiamente dicha aunque sea éste su planteamiento narrativo. Prefiero hablar de "Saturno" como texto, un largo texto narrativo, un pedazo de literatura que brota sólido y vibrante a través de la palabra de su narrador, un narrador que controla a la perfección su discurso y sus emociones, consiguiendo una escritura contenida pero a la vez tremendamente emocional. En "Saturno" no sobra ni falta una palabra. Da la sensación de que cada frase está donde tiene que estar y para eso ha tenido que haber un trabajo previo concienzudo y meticuloso que seguro no ha sido nada fácil. El texto fluye con una pasmosa precisión, condensando emociones, tamizando mucha rabia contenida que se filtra a través de las palabras con todo el poder evocativo que les otorga la buena literatura.

Es probable que "Saturno" sea, en mayor o menor medida, autobiográfico, pero comprobarlo es casi lo de menos, porque a fin de cuentas, un buen escritor suele ser, o debería ser, un buen fabulador, así que no importa si es verdad o no lo que nos cuenta, lo importante es que los lectores nos lo creamos y sí, nos lo creemos de la primera a la última palabra.

Es éste un ajuste de cuentas de un escritor a un padre que siempre estuvo física y emocionalmente ausente, indiferente hacia su hijo y hacia su vocación literaria. El dolor acumulado durante años por esa incomprensión y por la violencia física y emocional infringida por ese padre durante la infancia y juventud del que escribe el texto, es el motor de la narración que va avanzando firme y contundente en forma de carta. Con ágil destreza, a esta epístola personal, se van intercalando breves y asombrosamente numerosas, historias de escritores que ya sea por conflictos con la figura paterna o por otros motivos personales, dieron voluntariamente fin a sus vidas: todos ellos se suicidaron. Y es que la sombra del suicidio planea siniestra sobre el texto y nos hace leer conteniendo la respiración al sopesar que podría ser un posible final al desenlace narrativo.

Leemos casi sin aliento el borboteo constante de escritores que acabaron con sus vidas, incapaces de soportar sus fantasmas y dolores personales. Nuestro narrador también sufre pero a la vez, se aferra a una vía de escape, sólida y salvadora: la escritura. 

"Me obligó a escaparme. Necesitaba escaparme, transformarme en una escurridiza serpiente. Huir. Pero si yo quería escaparme de usted, padre, también tenía que escaparme de la familia. Y me escapé. De todos. Pero en especial de usted. Abandoné todo ( su autoridad, su dinero, sus ideas, hasta su religión) y viajé hacia la única cueva donde me sentía protegido, donde sabía poder estar completamente aislado de usted. Al lenguaje. Era imperativo escaparme a un mundo sobre el cual usted jamás pisaría. Al mundo de la madre: el lenguaje, las palabras, la literatura. Un mundo inaccesible para gigantes como usted.
Huyo escribiendo, padre."

"Saturno" quema en las manos y abrasa el alma, reverbera en la memoria días después de haberlo leído. Como dijo Kafka, presencia invisible pero omnipresente en este texto: “Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?… Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro.”  Sin duda, el famoso escritor checo hubiera leído "Saturno", y sin duda, le hubiera gustado mucho, tanto como nos ha gustado a nosotros o quizá, debido a sus circunstancias personales, todavía más...si es que eso puede ser posible. 



Fotografía de Boulevard literario  


lunes, 5 de febrero de 2018

"En un café", Mary Lavin

Decía la escritora canadiense Mavis Gallant: "Hay algo que siempre quiero decir acerca de leer relatos cortos. Los relatos no son capítulos de una novela. No se deberían leer uno tras otro como si fueran correlativos. Hay que leer uno. Luego cerrar el libro. Leer otra cosa. Volver más tarde. Los relatos pueden esperar."

Quizá sea como ella dice, pero al empezar el primer cuento del libro de Mary Lavin, "En un café" que acaba de publicar errata naturae, resulta imposible seguir el consejo de Gallant.

Hay algo que atrapa y empuja a seguir leyendo sin parar, uno tras otro, cada uno de los 16 relatos de los que consta el volumen. No son correlativos, pueden leerse en cualquier orden, no hay personajes o argumentos iguales pero sí existe una relación entre todos ellos; son cuentos totalmente independientes pero subyace en todos un tono, unos temas, unos paisajes y unos protagonistas que conforman el universo personal e íntimo de esta autora de padres irlandeses, nacida en 1912 en Massachusetts pero que se trasladó con 10 años a la tierra paterna en la que vivió hasta su muerte, en Dublín en 1996.
El tema de la emigración que ella misma vivió es uno de los temas recurrentes en sus cuentos, un elemento autobiográfico que tratará desde los más diversos puntos de vista, desde la añoranza de la tierra que se deja hasta el proceso de adaptación al país de llegada, como autobiográfico es también otro tema muy presente en los relatos: la viudedad, y es que Lavin quedó viuda muy joven con tres hijos a su cargo, situación dura y difícil que no obstante no le impidió escribir y desarrollar su carrera como escritora, de la que incompresiblemente no teníamos noticias hasta ahora. Afortunadamente gracias al buenhacer de errata naturae contamos con la obra traducida al castellano y Lavin, junto a otra compatriota suya, la espléndida Edna O'Brien, (descubierta también en su día gracias a la misma editorial), ha pasado ya a formar parte de nuestros autores favoritos.

"En la senda de Chéjov unas veces, de Katherine Mansfield otras —y anticipando la obra de Edna O’Brien—, los relatos de Lavin sorprenderán y cautivarán a los lectores en español, y les mostrarán también el poder que encierra un «simple» cuento, lo formidable y evocador que puede llegar a ser ese «artefacto narrativo» antiquísimo e inigualable…" ¿Exagera esta presentación de la contraportada? ¿Exageran las dos grandes Alice Munro y Joyce Carol Oates cuando se declaran admiradoras incondicionales de la obra de Lavin? Pues francamente, no. 

Leyendo atentamente los relatos de "En un café" sentimos la presencia del formidable Anton Chejov en los ambientes claroscuros de determinadas narraciones, en la descripción meticulosa y conmovedora de ambientes pobres o sórdidos, de personajes sencillos, más o menos fracasados que pese a todo preservan su dignidad. Y aun con estilo propio, diferente e incomparable al del inimitable ruso, sí comparte con él una profunda humanidad y benevolencia por sus criaturas. 

También recordamos a Mansfield al leer a Lavin, principalmente porque igual que la neozelandesa decía en sus cuentos mucho más de lo que parecía a simple vista y cada relectura nos descubría capas soterradas de significados escondidos, críticas sociales, ironía y profundos sentimientos ocultos bajo una aparente sencillez, así ocurre en los cuentos de Lavin. No hay grandes historia, ni hazañas ni personajes formidables, pero cada narración contiene un pedazo, cuando no un desgarro de vida en estado puro.

En todo libro de relatos, prácticamente siempre, hay algunos que nos gustan más que otros, sean del autor que sean, pero debo reconocer que me ha sorprendido esta vez la calidad uniforme que hay aquí en todos ellos. Por destacar, aunque eso no excluya bajo ningún concepto la lectura recomendadísima de todos ellos, destacaría "Limonada" por la originalidad de dotar a este elemento que da título al relato de una fuerza simbólica muy potente en el desarrollo de la narración; "El hijo de la viuda" por los dos posibles desenlaces que dan pie a una interesante reflexión sobre el destino; "En el café" porque ahonda con una exquisita sensibilidad en la psicología femenina y en la soledad y necesidad de compañía que comporta la viudedad; "Guantes de gamuza" en los que una joven novicia se debate entre su vocación y el mundo que dejará atrás y "Una historia con estructura" porque además de ser un curioso ejercicio metaliterario, de cuento dentro de un cuento, podemos descubrir alguna opinión de la propia Lavin acerca de su tarea como escritora: "Algunas veces es más fácil inventar que recordar con detalle, y, de no ser así, tanto el arte de narrar como el arte de chismorrear se marchitarían en un instante" o cuando justifica el final de sus cuentos que alguien tilda de inacabados: "La vida tiene muy poco argumento. La vida normalmente se interrumpe a medias"

Los relatos de "En un café" son pura vida, fogonazos de vida intensa que surgen de forma inesperada y nos deslumbran por su autenticidad y su vigencia. Viajemos a la Verde Erin, disfrutemos, gocemos y suframos en sus indómitos y exuberantes paisajes, embarquemos rumbo al Nuevo Continente, paseemos por las grises calles de Dublín y sobre todo, escuchemos con atención las historias que nos cuentan los protagonistas de estos relatos. Su voz puede ser también la nuestra. 



Fotografía de Boulevard literario