"Una vez leída la última página, el
libro estaba acabado. Había que frenar la loca carrera de los ojos y de la voz
que los seguía en silencio, deteniéndose únicamente para volver a tomar aliento
con un profundo suspiro. Entonces, para conseguir con otros movimientos calmar
los tumultos desencadenados en mí desde hacía tanto tiempo, me levantaba, me
ponía a andar a lo largo de la cama, con los ojos todavía fijos en algún punto
que en vano hubiéramos buscado dentro de la habitación o fuera de ella pues
estaba situado a una distancia anímica, una de esas distancias que no se miden
por metros o por leguas, como las demás, y que es por otra parte imposible
confundir con ellas cuando se mira a los ojos "perdidos" de aquellos
que están pensando "en otra cosa". Entonces, ¿qué es lo que pasaba?
¿Aquel libro no significaba nada más? Aquellos seres a los que habíamos
prestado más atención y ternura que a las personas de carne y hueso, no
atreviéndonos nunca a confesar hasta qué punto los amábamos, e incluso cuando
nuestros padres nos sorprendían leyendo y parecían reírse de nuestra emoción,
cenando el libro con una indiferencia afectada o un aburrimiento fingido;
aquellas personas por las que habíamos temblado de emoción y sollozado, no
volveríamos a verlas, no volveríamos a saber ya nada de ellas ... Nos hubiera
gustado tanto que el libro continuara y, en el caso de que esto fuera
imposible, saber alguna cosa más de todos aquellos personajes, conocer algo de
sus vidas, emplear la nuestra en cosas que no fuesen tan ajenas al amor que nos
habían inspirado y cuyo objeto de pronto nos faltaba, no haber amado en vano,
durante una hora, a unos seres que mañana no serían más que un nombre sobre una
página olvidada, en un libro sin relación con la vida y sobre cuyo valor nos habíamos
equivocado completamente puesto que su función aquí en la tierra, ahora lo
comprendíamos y nuestros padres nos lo hubieran hecho saber, si hubiera sido
preciso, con una frase desdeñosa, no era en absoluto, como habíamos creído, la
de contener el universo y el destino, sino la de ocupar un lugar bastante
limitado en la biblioteca...
Y es ésta, efectivamente, una de las
grandes y maravillosas cualidades de los bellos libros (y que nos hará
comprender el papel a la vez esencial y limitado que la lectura puede
desempeñar en nuestra vida espiritual) algo que para el autor podría llamarse
"Conclusiones" y para el lector "Incitaciones". Somos
conscientes de que nuestra sabiduría empieza donde la del autor termina, y
quisiéramos que nos diera respuestas cuando todo lo que puede hacer por
nosotros es excitar nuestros deseos. Y esos deseos, él no puede despertárnoslos
más que haciéndonos contemplar la suprema belleza que el último esfuerzo de su
arte le ha permitido alcanzar. Pero por una singular ley, providencial por
añadidura, de la óptica de la mente (ley que significa tal vez que no podemos
recibir la verdad de nadie y que debemos crearla nosotros mismos), aquello que
es el término de su sabiduría no se nos presenta más que como el comienzo de la
nuestra, de manera que cuando ya nos han dicho todo lo que podían decirnos
surge en nosotros la sospecha de que todavía no nos han dicho nada. Por lo
demás, si les planteamos cuestiones que no pueden resolver, les estamos
pidiendo también respuestas que no nos aclararían nada. Pues no es más que una
consecuencia del amor que los poetas despiertan en nosotros por lo que
concedemos una importancia literal o cosas que no son para ellos más que la
expresión de emociones personales…
Tal es el valor de la lectura y ésta es
también su insuficiencia. Es conceder un papel demasiado grande, a lo que no es
más que una iniciación, erigirla en disciplina. La lectura se encuentra en el
umbral de la vida espiritual; puede introducirnos en ella; pero no la
constituye…
Mientras la lectura sea para nosotros la
iniciadora cuyas llaves mágicas nos abren en nuestro interior la puerta de
estancias a las que no hubiéramos sabido llegar solos, su papel en nuestra vida
es saludable…
Sin duda, la amistad, la amistad que con
respecto a los individuos es algo frívolo, y la lectura es una amistad. Pero al
menos es una amistad sincera, y el hecho de que se profese a un muerto, a un
ausente, le da algo de desinteresado, algo casi conmovedor. Se trata además de
una amistad desprovista de todo aquello que afea las demás amistades. Como en
el fondo todos nosotros, los vivos, no somos más que muertos que todavía no
hemos entrado en funciones, todos esos cumplidos, todas esas reverencias en el
vestíbulo que llamamos deferencia, gratitud, afecto, con las que mezclamos
tantas mentiras, son inútiles y fastidiosas. Más aún –desde las primeras
relaciones de simpatía, de admiración, de agradecimiento–, las primeras
palabras que pronunciamos, las primeras cartas que escribimos, tejen a nuestro
alrededor los primeros hilos de un entramado de hábitos, de una manera de
comportarnos, de los que ya no podremos desembarazarnos en las amistades
siguientes; sin contar que durante todo ese tiempo las palabras excesivas que
hayamos pronunciado permanecen como letras de cambio que deberemos pagar, o que
pagaremos más caro todavía con toda una vida de remordimientos el haber dejado
protestarlas. En la lectura, la amistad a menudo nos devuelve su primitiva
pureza. Con los libros, no hay amabilidad que valga. Con estos amigos, si pasamos
la velada en su compañía, es porque realmente nos apetece. A menudo tener que
dejarlos contra nuestra voluntad. Y una vez nos hemos ido, ni sombra de esos
pensamientos que echan a perder la amistad: ¿Qué habrán pensado de nosotros?
–¿No habremos estado faltos de tacto? –¿Hemos gustado?, y el miedo a que
prefieran a cualquier otro. Todos estos sobresaltos de la amistad desaparecen
en el umbral mismo de esta amistad pura y tranquila que es la lectura ...
cuando nos aburre, no nos preocupa parecer aburridos, y cuando estamos
definitivamente cansados de su compañía, le devolvemos a su sitio sin
miramientos ... La atmósfera de esta amistad pura es el silencio, más puro que
la palabra. Pues solemos hablar para los demás, y en cambio nos callamos cuando
estamos con nosotros mismos. Además el silencio no lleva, como la palabra, la
marca de nuestros defectos, de nuestros fingimientos. El silencio es puro, es
realmente una atmósfera. Entre el pensamiento del autor y el nuestro no
interpone esos elementos irreductibles, refractarios al pensamiento, de
nuestros diferentes egoísmos. El lenguaje mismo del libro es puro (si el libro
merece este nombre), transparente merced al pensamiento del autor que le ha
aligerado de todo lo accesorio hasta conseguir su imagen fiel; cada frase, en
el fondo, se parece a las otras, pues todas son pronunciadas con la misma
inflexión de una personalidad; de ahí esa especie de continuidad, que las
relaciones de la vida y aquellos elementos extraños que se mezclan con el
pensamiento excluyen, permitiendo enseguida seguir la línea misma del
pensamiento del autor, los rasgos de su fisonomía que se reflejan en este
sereno espejo.
A veces nos encontramos a gusto en su
compañía sin necesidad de que sean admirables, pues supone un gran placer para
el espíritu contemplar estas pinturas profundas y profesarles una amistad sin
egoísmo, sin frases hechas, desinteresada…"
Sobre la lectura, Marcel Proust
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