Frágil y vulnerable. Lucia. Sueña, vive y respira por y para bailar. Habla poco, pocos son sus amigos, poco su tiempo para salir de fiesta, Lucia tan solo quiere bailar. Su cuerpo esbelto y bien formado se estira y vuela. No hay límites bajo sus pies. Lucia salta, gira, despliega todo su ser y se transforma en movimiento. Lucia es pura danza.
Tiene talento. Ha nacido para bailar y a través del baile se comunica con todos aquellos que la ven, la admiran, la aplauden. Pero el reconocimiento que le llega de amigos y profesores apenas es admitido por su propia familia. Y es que Lucia no forma parte de una familia cualquiera. Ella es Lucia Joyce, "La hija de Joyce", de ese James Joyce, escritor irlandés al que todos admiran y alaban tras publicarse su escandaloso "Ulises".
"¿Qué se siente al ser la hija de un genio?", le pregunta Zelda FitzGerald al coincidir con ella en una academia de baile. Perplejidad. "Está bien... en general", apenas acierta a responder Lucia, pero sabe que su vida no es ni va a ser fácil. Como tampoco lo fue la de Zelda que vivió, enloqueció y murió a la sombra de su marido, sin llegar nunca a desarrollar plenamente el gran potencial artístico que tenía como bailarina, pintora y escritora.
Obra excelentemente documentada, sobre todo a partir de la biografía "Lucia Joyce: To Dance in the Wake" de Carol Loeb Schloss, en "La hija de Joyce" publicada por Galaxia Gutenberg, Annabel Abbs novela la vida de esta muchacha de apariencia dulce, acomplejada por un ojo estrábico y quizá, acomplejada más aún, por el peso de su apellido. Su padre la adora, la considera su musa, su inspiración y por eso la sobreprotege y la ahoga en un exceso de amor, de posesión o tal vez de egoísmo enfermizo. Su madre Nora no parece quererla, prefiere a su otro hijo Giorgio, quizá por celos, por tener que compartir la atención con ella por su idolatrado Joyce. Y Giorgio, el hermano al que estuvo muy unida en la infancia, acabará convirtiéndose en su máximo detractor, decidiendo su futuro y su destino, un destino trágico, injusto, tristísimo, minuciosamente desgranado en las páginas de esta novela con la que debuta con gran acierto Annabel Abbs. Especialmente bellos y conmovedores, magníficamente escritos son los últimos capítulos de esta novela, del 18 al 21, y muy interesantes el Epílogo, Nota histórica y Posfacio finales para completar esta historia ya de por sí narrada por la autora con brillantez y minuciosidad, pero que a medida que la trama avanza hacia el desenlace final intensifica estilo y recursos hasta bordar la narración.
Lucia, veinteañera soñadora de mirada ingenua y perdida, solo anhela que la dejen bailar, que la dejen expresar con absoluta libertad todo lo que lleva dentro, lo que ella es de manera inherente, instintiva y visceral: bailarina, acróbata de coreografías imposibles mediante las que expresa sus más íntimos sueños y deseos, versiones oníricas de lo que ve y siente cada día. Lucia insiste y reclama una y otra vez que la dejen bailar, que la dejen vivir su vida a su aire, que la dejen volar...pero los Joyce no están dispuestos a permitirlo y con su intransigencia precipitarán el principio del fin, una carrera truncada y una vida desgraciada abocada a la locura que tendrá otro desencadenante: el amor frustrado que siente Lucia por otro escritor irlandés como su padre, Samuel Beckett.
Sin ninguna duda la historia de la literatura reconoció el brillante talento de estos dos grandes autores, Joyce y Beckett, cuya obra ha sido y sigue siendo reconocida y leída a través del tiempo. Pero si la literatura ganó dos grandes escritores, la danza posiblemente perdió uno, Lucia. No dejemos de leer su historia porque al menos en nuestra imaginación podremos hacerla bailar eternamente.
Fotografía de Boulevard literario
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