"El viaje de Octavio" es la primera novela que ha publicado Miguel Bonnefoy, un joven escritor francés de padre chileno y madre venezolana. Lo primero que resulta realmente sorprendente es que esta historia esté escrita en francés y que lo que estemos leyendo sea una traducción porque el estilo del texto encaja o sugiere compartir ciertas características del realismo mágico de un García Márquez o una Isabel Allende, ese imaginario riquísimo en metáforas, en color y sabor genuinamente latino que parece estar pensado y escrito en español y no en francés.
Cierto que Bonnefoy es francés de nacimiento pero por sus venas es evidente que late el folklore y la cultura latinoamericana que aquí brota en una prosa burbujeante y plástica, llena de imágenes y matices tradicionales por una parte e imaginarios por otra.
Esta novela que Armaenia Editorial acaba de publicar, narra en poco más de un centenar de páginas un viaje que se desdobla en dos aspectos: físico y emocional, pues el protagonista, el tosco, taciturno, analfabeto pero bondadoso Octavio lleva a cabo un viaje real en el tiempo y el espacio y a su vez, un viaje personal en el que evoluciona y despliega toda su dimensión humana y emocional.
Estamos frente a un libro que muestra y reivindica el imaginario colectivo venezolano, las tradiciones, el arte, la cultura y el paisaje. Bonnefoy bordea el tema político haciendo alusión a través de algún personaje pero no va más allá. No es este el objetivo de la historia. El objetivo es contar una especie de fábula que tiene elementos picarescos y que permite a su autor estructurar a la vez una oda a la escritura, una reivindicación del poder de la literatura. Octavio es analfabeto hasta que una misteriosa mujer llamada alegóricamente Venezuela le enseña a leer y a escribir, y a la vez también le enseña a amar, una combinación milagrosa que desencadena en Octavio una nueva manera de entender y vivir su vida.
Entretejidas en la historia vamos encontrando reflexiones acerca de literatura tan bellas y contundentes como ésta:
"La literatura debía asir la pluma como una espada, mezclarse con la inmensa y tumultuosa comunidad humana, amasarse en la misma arcilla, en el mismo fango, en la misma absurdidad de quienes la servían. Debía tener la cabellera suelta, heroísmo y desgarraduras, un machete en la cintura o una escopeta al hombro. La literatura debía también representar a los que no la leen, para así existir como el aire y como el agua y siempre de otra manera."
O ese maravilloso hallazgo del protagonista en una cueva: una roca inmensa plagada de dibujos, de jeroglíficos en los que Octavio interpreta el nacimiento de la literatura: "Durante mil años, ese gran libro había estado cerrado. Igual que la piedra, había resistido el tiempo. La literatura es, pues, una piedra".
No desvelaremos el final de las peripecias de Octavio porque es mágico e intenso y porque se llega a él sin casi darnos cuenta. La brevedad de esta novela proporciona una lectura sabrosa e intensa que se engulle con avidez de una bocanada, dejando al lector buen sabor y ganas de más. Esperemos que Bonnefoy siga escribiendo y Armaenia Editorial lo siga publicando.
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