Decía Ernesto Sabato:" Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas." Pues Augusto Monterroso sería un perfecto representante de lo que para Sabato, y para muchos de nosotros, debe ser un buen escritor. Ni le sobra, ni le falta una sola palabra. Es un verdadero maestro en el cultivo del microrrelato y también lo es cuando la extensión de sus textos van más allá de una simple línea. Monterroso es ironía, ternura, poesía y reflexión.
Desde aquí, y como recuerdo en el día del aniversario de su fallecimiento, recomendamos "El paraíso imperfecto", que da nombre a uno de sus pequeños relatos más conocidos, publicado por Debolsillo (Random House), con un subtitulo precioso: "Antología tímida". Os dejamos con una muestra de su buen hacer literario:
Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
El paraíso imperfecto
-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
Epitafio encontrado en el cementerio Monte Parnaso de San Blas, S.B
Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare;
Escribió una novela: dijeron que se creía Proust;
Escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;
Escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;
Escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;
Escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;
Dejo de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;
Escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.
Los libros tienen su propia suerte
Los libros tienen sus propios hados. Los libros tienen su propio destino. Una vez escrito –y mejor si publicado, pero aun esto no es imprescindible– nadie sabe qué va a ocurrir con tu libro. Puedes alegrarte, puedes quejarte o puedes resignarte. Lo mismo da: el libro correrá su propia suerte y va a prosperar o a ser olvidado, o ambas cosas, cada una a su tiempo.
No importa lo que hagas por él o con él.
Puede quedarse escondido o escrito en cifra en un desván y ser descubierto ciento treinta y dos años más tarde; estar en todas las vitrinas y en manos y en bocas de todos y pasar al olvido inmediatamente después de tu muerte, cuando para la gente seas apenas un nombre o un fantasma, o ni tan sólo un fantasma; cuando hayas desaparecido y ya ninguno te tema o espere favores de ti; o ya seas simpático y tu famoso ingenio no haga reír a más nadie, porque nadie estará ahí para reírse, ni contigo y ni siquiera de ti.
O al contrario, donde los dulces novios pasaban de largo agarrados de la mano sin dignarse a echar una mirada a tu querido libro, del que sólo tú sabes el trabajo que te costó, el amor que le pusiste y las dudas que te inspiró sumiéndote en la desesperanza, la sensación de impotencia y el rencor; donde la buena gente distraída te ignoraba, ahora lo toma en sus manos incrédula ante tanta maravilla que antes ni sospechaba, lo paga y se lo lleva a su casa, habla de él con sus amigos, lo presta o no lo presta, según, subraya párrafos, y en la noche, no importa la hora, despierta a su esposa o esposo y le dice oye esto.
(Pero tú andarás muy lejos. No puedes verlo ni oírlo porque tal vez ya estés muerto sin que de la gloria del mundo te haya tocado en vida ni esa alegre migaja.)
Ahora tu libro va debajo de los más extraños brazos y se halla en todas las mentes.
Calma; no sufras: mañana lo va a estar también y pasado mañana, y todos los días y los siglos venideros.
Resulta que los aplausos que recibió eran en realidad merecidos, y los premios que le dieron también, y como hoy, las cosas seguirán igual y hasta mejor: los niños de las escuelas irán el día de tu aniversario a la calle que lleva tu nombre, y el ministro dirá su discurso, mil quinientos años lejos, y podrás ver desde el lugar en que estés a aquellos seres extraños diciendo palabras en un idioma que ya no comprendes, y en un momento dado el ministro levantará la vista y el brazo y agitará su papel en la mano como saludándote y como diciendo no te preocupes por tu mensaje, estamos contigo y te queremos mucho; mientras, los niños, mirarán asimismo hacia lo alto y se llevarán la mano a los ojos cubriéndolos no sabrás si del sol o de tu propio resplandor.
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