Hace unos días, compramos en una librería de segunda mano "Fin de viaje", la primera novela que escribió Virginia Woolf. Precisamente este año 2015, esta obra cumple un siglo, así que no se nos ocurre mejor homenaje a esta magistral escritora inglesa que leer en los próximos días lo que fue el comienzo de una fructífera y muy interesante carrera literaria.
La novela en cuestión empieza así:
"Son tan estrechas las calles que van del Strand al Embankment que no es conveniente que las parejas paseen por ellas cogidas del brazo. Haciéndolo, exponen a los empleadillos de tres al cuarto a meterse en los charcos, en su afán por adelantarles, o a recibir ellos un empujón u oír alguna frase, no siempre muy gramatical, de boca de las oficinistas en su apresurado camino.
"Son tan estrechas las calles que van del Strand al Embankment que no es conveniente que las parejas paseen por ellas cogidas del brazo. Haciéndolo, exponen a los empleadillos de tres al cuarto a meterse en los charcos, en su afán por adelantarles, o a recibir ellos un empujón u oír alguna frase, no siempre muy gramatical, de boca de las oficinistas en su apresurado camino.
En las calles de Londres, la
belleza pasa desapercibida, pero la excentricidad paga un elevado tributo. Es
preferible que la estatura, porte y físico sean normales, con tendencia a lo vulgar;
y en cuanto a la indumentaria, conviene que no llame la atención bajo ningún concepto.
Una tarde otoñal, a la hora en
que el tráfico empezaba a intensificarse, un hombre, que llamaba la atención
por su elevada estatura, paseaba con una mujer prendida a su brazo. A su alrededor,
y asaltándoles con airadas miradas, rebullían, como hormigas en su marcha incesante,
una multitud de seres que parecían diminutos en comparación con la esbelta
pareja.
Esos seres insignificantes,
cargados con papeles, carpetas de documentos y
preocupaciones, correteaban
pendientes de la obsesión de que su salario semanal dependía única y
exclusivamente de su eficacia. Eso explica que miraran con poca benevolencia la
excepcional estatura del señor Ambrose y la capa de su esposa, que se
interponían en su febril actividad.
La pareja, en su abstracción, no reparaba en la poca
simpatía que despertaba a su paso."
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