martes, 26 de septiembre de 2017

"Apegos feroces", Vivian Gornick

Todos los seres humanos vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida, una serie de afectos o inclinaciones hacia otras personas que contribuirán, en mayor o menor medida, en la formación del carácter, en nuestra capacidad de amar, de odiar, de expresar los más variados sentimientos y emociones que definirán nuestra identidad.

Todo ser humano, desde la infancia -y sobre todo, durante la adolescencia-, va estableciendo vínculos con los seres más allegados, con los padres, hermanos, abuelos, amigos, vecinos...y según sea cada individuo, esa vinculación será más o menos fuerte y más o menos determinante para su futuro.

"Apegos feroces" de Vivian Gornick, publicada originalmente en los años 80 y que ahora, nos llega gracias a Sexto Piso, es un texto autobiográfico con un más que notable nivel literario, perfectamente equilibrado en cuanto a forma y contenido. Una historia que gira, como indica el título, entorno a esas inclinaciones, a esos vínculos que la narradora establece a lo largo de su vida, especialmente, aunque no tan sólo, con su madre. Son vínculos o lazos "feroces" por lo intensos, arrebatadores y viscerales que son, porque en Gornick se adivina una personalidad tan apasionada y vital que esos apegos no pueden darse de otra manera. Si eso es bueno o no para su equilibrio emocional, no lo podemos saber, pero desde luego, como motor narrativo resulta tan potente que el resultado literario es excelente.

Una Gornick ya adulta pasea con su madre octogenaria por las calles de Nueva York, en unos encuentros deseados pero forzados, tensos pero emotivos, en los que ambas recuerdan acontecimientos y personas del pasado en un posible intento de encontrar un lugar cómodo en el que establecer cierta comunicación, a salvo de los constantes reproches y confrontaciones que caracterizan el diálogo entre madre e hija.

Y es que el principal "apego feroz" de Gornick es el que siente por su madre, una ama de casa que renunció a toda aspiración fuera del hogar para casarse y cuidar de sus hijos, y que al enviudar, cuando Gornick tenía 13 años, cayó en una profunda depresión que siguió arrastrando a lo largo de su vida, convirtiéndose en una mujer frustrada, anulada y resentida, un espejo en el que su hija abomina verse reflejada y que tendrá como referencia de la que huir.

Madre e hija son, aparentemente, muy distintas, dos polos opuestos, dos concepciones de lo que es o debería ser,  la condición femenina, dos visiones antagónicas de lo que representan el trabajo, el matrimonio, el amor; dos adversarias que chocan sin remedio, una y otra vez, a la más mínima ocasión y que parecen condenadas a no llegar a entenderse jamás. Pero quizá ese rechazo no sea más que el miedo a afrontar lo que cada una de ellas siente, lo que en el fondo las hace ser a cada una como es, una esencia que las conecta como madre e hija que son y aunque las circunstancias las hace distintas, también las conecta como si fueran dos caras de una misma moneda.

Pero los apegos vitales de Gornick no se resumen a los que la unen con su madre. También se proyectan en Nettie, esa vecina atractiva y fascinante que despierta la sensualidad y la sexualidad de la escritora durante la infancia; en los sucesivos hombres que irán formando parte de su vida: Stefan, Davey, Joe...y mientras ese bagaje vital transcurre en un ir y venir de afectos y desapegos, se va desarrollando un vínculo fundamental, quizá el más feroz de todos: la vocación literaria.

Paralelamente a las historias familiares que Gornick nos desvela en los encuentros con su madre, también nos cuenta ese magnífico descubrimiento que supone el amor por la literatura, las lecturas voraces en las que se inicia cuando va a la universidad y esa compulsión latente en su interior que la llevará a escribir. 

Es una verdadera lástima que Gornick haya centrado su obra en la producción de ensayos, críticas y memorias, pues estamos plenamente convencidos de que late en ella una espléndida escritora de ficción que nos hubiera proporcionado muchas alegrías en forma de novelas o cuentos. Afortunadamente, "Apegos feroces" son más que unas memorias, son literatura en estado puro, destilada para saborear sin prisas, un paseo por las calles de Nueva York donde las voces del pasado se funden con el presente y una mujer desnuda el alma, como hija y como escritora. Un testimonio lúcido y atemporal sobre la experiencia de ser mujer, antes, ahora y siempre. 



Fotografía de Boulevard literario    





lunes, 11 de septiembre de 2017

La composición de la sal, Magela Baudoin

Hace unos días tuve ocasión de ver y escuchar por televisión una entrevista al magistral escritor italiano Erri de Luca en la que dijo: "Las historias son un resto de la vida. Por eso mantienen ese formato de residuo. Las sobras, un resto. Yo las imagino como si llegara el agua del mar y llenara un pozo en medio de los escollos y luego este agua se evapora y queda la sal. Esa sal es el relato, la historia. Mi escritura. Ese resto de vida evaporada. Por eso es tan denso, porque es un poso."

Ha sido inevitable recordar y reflexionar sobre estas palabras a raíz de la lectura de los 14 relatos que conforman "La composición de la sal" de Magela Baudoin, publicada por Navona Editorial y que llega con dos cartas de presentación de lo más potente: la concesión del Premio García Márquez de Cuento 2015, y un prólogo del gran Alberto Manguel.

Y ha sido inevitable recordar la entrevista a Erri de Luca, no tan solo por la obvia referencia a la sal, sino por la concepción misma de la idea sobre la creación literaria del relato, ese poso que queda cuando se evapora la vida, ese recuerdo concentrado e imborrable que resiste cuando todo ha terminado y cuya huella genera la construcción del cuento, ni más ni menos, el resto de vida evaporada hecho escritura.

En este sentido, en el de la permanencia a través del tiempo, de la voluntad de recrear y de eternizar los episodios más íntimos o significativos de nuestra memoria, a fin de perpetuarnos de algún modo como seres humanos, más allá del tiempo, destacaríamos de entre todos los que componen este volumen, los relatos de Baudoin que, autobiográficos o no, parecen elaborados a partir de sentimientos y emociones provocadas por la evocación de recuerdos o episodios del pasado, especialmente de la infancia. Son esos cuentos protagonizados por ancianos entrañables, nietos ávidos de protección, niñas huérfanas de madre que necesitan el calor familiar, personajes solitarios que sueñan por conocer a su amor platónico, abuelas aparentemente severas que intentan transmitir su amor por la literatura y las palabras...todos esos cuentos que la autora narra desde la más íntima y conmovedora ternura, impactan de lleno en la más recóndita entraña del lector y lo sacuden con suavidad pero firmeza. Son "La noche del estreno", "Un verdadero milagro", "Borrasca", "Un reloj. Una pelota. Un café" y especialmente, esa pequeña joya que da título al libro, "La composición de la sal", un engranaje preciso y delicado en el que trama, estructura, estilo y desenlace funcionan a la perfección. 

Afortunadamente, en estos últimos tiempos, el cuento, como género, está recuperando el prestigio que históricamente la novela le suele arrebatar. Y esto está siendo posible, gracias a la apuesta de algunas editoriales por publicar relatos, por el reconocimiento que supuso el Premio Nobel de Literatura a una de las más destacadas cuentistas contemporáneas como es Alice Munro, así como por la aparición de nuevos escritores y la reedición de los grandes clásicos cultivadores del cuento. Poco a poco, los aficionados al relato estamos de enhorabuena y cada vez vamos siendo más los adeptos a este género.

Magela Baudoin llega ahora a las librerías españolas en un momento en el que se están dando a conocer otras escritoras latinoamericanas de su misma generación que también escriben relatos como por ejemplo Samantha Schweblin, Mariana Enríquez o Vera Giaconi. Todas ellas, con un estilo propio y definido, pero igualmente notable e interesante, que sin duda están colaborando a enriquecer el panorama cuentístico actual. Os recomiendo seguirles la pista y leerlas. Con toda seguridad, empezar conociendo a Baudoin y "La composición de la sal" es sin duda, un buen comienzo. 



jueves, 7 de septiembre de 2017

"Un lugar pagano", Edna O'Brien

Leer a Edna O'Brien es como deslizarse en canoa por el curso de un río largo, caudaloso, en el que se alternan momentos tranquilos y rápidos inesperados, remansos plácidos y torrenteras desbordantes. Así es su estilo y así es su prosa, ligera, persistente, avanzando siempre adelante, una corriente subterránea que vibra bajo nosotros, rebosante de vida, un caleidoscopio de sensaciones plasmadas en una minuciosa y plástica descripción de paisajes y un desfile de personajes alejados de los arquetipos y singularizados más que por sus características físicas, por sus vicios y virtudes. 

Autobiográfica, pero con las debidas licencias poéticas propias de la ficción, "Un lugar pagano", recién publicada por errata naturae, narra la historia de la infancia y adolescencia de una joven nacida y criada en un pueblo irlandés en los años 30-40, cuya familia y entorno rural, marcados por la religión y las costumbres locales, condicionarán su vida y su futuro.

La historia se va construyendo a partir de la conciencia de la autora, de su capacidad evocativa, su potencial para exprimir la memoria y volcar sus recuerdos sobre el papel.

Después de haber leído la dura, conmovedora y reivindicativa "Las sillitas rojas", "Un lugar pagano" (publicada ahora pero anterior cronológicamente), se lee con menos tensión, con más placidez pues, incluso en los pasajes más dramáticos de la historia el tono es más suave e incluso se permite cierta comicidad, o como mínimo, un enfoque irónico no exento de amargura pero que le permite con ese punto de entrañable sentido del humor, afrontar las desgracias de la vida.

En algún momento, me ha venido a la memoria otra espléndida obra autobiográfica, "Sidra con Rosie" de Laurie Lee, publicada por Nórdica libros, en la que también el autor evoca su infancia en un entorno rural parecido al que vivió Edna O'Brien, aunque en el caso de Lee transcurriera en la campiña inglesa. Entornos y paisajes similares pero si bien el tono de "Sidra con Rosie" es más tierno y lírico, en la novela que aquí nos ocupa, la intensidad emocional está dosificada al milímetro para conmover al lector pero evitando caer en sentimentalismos.

Posiblemente O'Brien no solo pretenda recuperar los mejores recuerdos de su adolescencia, sino todo aquello que de un modo u otro, la marcó y la hizo madurar y convertirse en la mujer que llegó a ser, venciendo las ataduras e imposiciones propias de su familia y entorno.

El sexo como tabú, la religión marcando implacables normas morales y de comportamiento, los roles masculino y femenino firmemente diferenciados y representados por sus padres: un padre bebedor y algo violento, autoritario y amenazador; una madre severa y distante con sus hijas; una hermana mayor, Emma, que huye a la gran ciudad para buscarse la vida tras un embarazo no deseado y un hijo entregado en adopción; vecinos chismosos, curas seductores, una naturaleza que estalla por todas partes y embriaga los sentidos, los prados infinitos, el clima, la lluvia, los olores del campo y del ganado, las rutinas del día a día...todo ello forma parte del mundo de la protagonista hasta que un desagradable incidente será el detonante para decidir marchar del pueblo y convertirse en monja misionera. ¿Se ha despertado una repentina vocación en ella o necesita huir de todo y de todos para comenzar una nueva vida?...

No hay duda que, como dijo Emily Dickinson, "No hay mejor nave para viajar que un libro", y "Un lugar pagano" es un viaje inolvidable en el tiempo y el espacio que nos traslada a la Irlanda rural más profunda, en la que resuenan los avances de la Segunda Guerra Mundial y en cuyos verdes parajes, las gentes sencillas trabajan, viven, aman, odian y mueren, ignorando que una tímida pero despierta muchachita pelirroja inmortalizará con su talento, su propia historia y la de todos ellos en "Un lugar pagano", o lo que sería lo mismo, en una gran novela.



Fotografía de Boulevard literario