viernes, 23 de noviembre de 2018

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos de pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez

Agudo, brillante, inteligente y socarrón, el escritor norteamericano Ben Marcus afila bien el lápiz (o lo que es más probable, pone en marcha su ordenador) y se lanza a la defensa de la literatura experimental, atacada por críticos y autores inscritos en la tradición más puramente realista como Jonathan Franzen, al que se dirige de manera especial.
Marcus coge aire, respira hondo y desmenuza sin piedad  las críticas -que no la obra- que el autor de "Las correcciones" dedica a la literatura que se desmarca de los cánones realistas y que tiene por ejemplo a William Gaddis como representante.


Vaya por delante una aclaración personal: lo máximo que he podido leer de narrativa experimental es el postmoderno "El arco iris de la gravedad" del enigmático Thomas Pynchon que reconozco, me costó lo suyo. Intenté seguir con "La broma infinita" del mítico Foster Wallace pero desistí. Será que mi área de Wernicker, esa de la que Marcus habla al principio de su ensayo y que sitúa bien pertrechada en el lóbulo temporal izquierdo de nuestro cerebro y que al parecer es la encargada de la comprensión de la lengua, está en mi caso demasiado acostumbrada a la tradición literaria realista y por qué negarlo, está cómoda y feliz en ella. No obstante, el hecho de que haya vida más allá del realismo me parece fantástico, necesario incluso, y por supuesto, de lo más respetable. Así que me adhiero a la causa de Ben Marcus en defensa de todo tipo de expresión literaria aunque no  se adscriba al purismo realista o a la búsqueda del lector mayoritario. El encono de Marcus contra Franzen es comprensible, y dice mucho de Marcus que no ataque a la producción literaria de Franzen sino a su labor como crítico. Por lo que cuenta del autor de "Las correcciones" parece que mantiene una férrea e intransigente postura frente a las propuestas narrativas menos convencionales de otros autores. ¿Por qué? ¿Qué motivo puede tener un escritor reconocido y respetado como Franzen para atacar una propuesta literaria minoritaria, que no representa amenaza alguna la tradición realista firmemente arraigada y consolidada en nuestra cultura? Hay algo que Marcus obvia y creo yo que podría ser el meollo de la cuestión. Debo señalar que hace ya algún tiempo leí "Libertad" del Sr.Franzen y aunque no me disgustó, me costó terminar. Tiene unas ínfulas (no exentas de talento) por hacerse con el disputado titulo de "Gran Novela Americana" que me resultaron cansinas y algo remanidas. Una buena novela, sí; notable, magnífica, ambiciosa...lo que queráis pero asentada en unas bases repetidas y algo gastadas. Tomando esta línea creativa es normal que alguien como Franzen desprecie lo que no se ajusta a su modo de entender y expresar la literatura. Lo que se aparte de la línea del modelo convencional de "Gran Novela Americana" no tiene valor y por extensión, lo que suponga al lector convencional un esfuerzo extra en el acto de la lectura, merece reprobación y condena.


Pero vamos a ver, ¿es Franzen el modelo lector a seguir? Marcus se sorprende y arremete contra tal arrogancia y no es para menos. Me gustaría que el autor de "Libertad" leyera el ensayo que acompaña al de Marcus en este pequeño y suculento volumen, esos "pinitos en pedantería" de Rubén Martín Giráldez. Sería digno de ver, primero si es capaz de "descifrar el contenido de este rabiosamente enrevesado y retórico texto y captar la asombrosa capacidad de autocrítica y sentido del humor que tiene.


Sin duda, una interesante propuesta publicada por Jekyll & Jill que hará las delicias de los grandes lectores que no cierran puertas a ningún tipo de propuestas literarias. 



Fotografía de Boulevard literario     


viernes, 2 de noviembre de 2018

"La memoria del aire", Caroline Lamarche

"...siento que hay en mí una grieta donde el sol no penetra jamás, un lugar helado y frío del que ignoro hasta el nombre." (p.34)

Dividida en dos partes, "La memoria del aire" de Caroline Lamarche, recién publicada por Editorial Tránsito, arranca con un sueño: la narradora y protagonista de esta historia desciende por un barranco y encuentra el cadáver de una mujer, en la que se reconoce veinte años más joven. El texto podría interpretarse como un viaje interior, la búsqueda de una respuesta, un exorcismo de los fantasmas del pasado y de ciertos episodios vividos que hay que afrontar y superar. Si es posible llegar a superar nunca ciertas cosas...

Entre lo real y lo imaginado, lo onírico y la evocación, la protagonista nos va desvelando su pasado, marcado por una relación, pretendidamente amorosa, con el que ella alude como Deantes, un individuo arrogante, egoísta y amenazador que vuelca sus frustraciones como escritor en los repetidos maltratos hacia su pareja. Se establece así una de tantas relaciones peligrosas de dependencia, de amor malentendido, corrompido por la violencia física y psicológica. 
Por si misma, esta primera parte podría funcionar de manera independiente de la segunda, tanto por lo que cuenta como por el tono y el estilo que tiene. Perfectamente estaríamos leyendo un relato largo o una novela breve, con un tema bien desarrollado, un trama y un desenlace que acabaría en el capítulo 16. No haría falta añadir más...aunque la segunda parte irrumpe con toda la contundencia de lo que falta por contar y completar la historia, dándole todo su sentido.

El estilo formal y el tono difieren en ambas partes. Concisa, rápida y casi periodística, la última parte de la novela va directa al grano, nos expone un suceso violento y doloroso sufrido por la narradora y lo hace de manera bien clara para que nos impacte y duela al máximo, para que nos solidaricemos con ella, la entendamos y nos indignemos. Lo consigue, vaya que sí. 

Pero volviendo a la primera parte, y sin perder nunca de vista que tenemos entre manos un texto de denuncia, a nivel literario la primera parte es sencillamente espléndida. Evocativa, sugerente, en algunas imágenes y metáforas, incluso poética. Hay que leer despacio, saborear cada palabra e ir desgranando su pleno sentido. Hay que estar muy atentos, releer si es preciso para apreciar todos los matices, ecos e imágenes que salpican el texto, porque más allá del tema de fondo que es la violencia de género, el abuso físico y mental hacia las mujeres, el valor de este texto y, especialmente de esta primera parte, es el modo en que Lamarche cuenta y escribe. Con qué maravillosa destreza combina la descripción de lo bello con lo inquietante. Introduce así, entre los recuerdos gratos de su infancia, la aparición de insectos como arañas que nos inquietan y nos abren interesantes interpretaciones de la historia: "Mi mirada de niña llegaba justo a la altura de las telas de araña relucientes de rocío o que las primeras heladas solidificaban, encajes de azúcar. Me parecía que la paz del alba dependía de ese trabajo tenaz y paciente, obra de arte  a la vez que trampa, forma de cuadricular el espacio, de captar lo que vuela, vaga, se posa. La sensación de encontrarse en el centro, como la araña, es la misma que cuando contamos una historia" (p.36)

Hay en la novela, un escenario principal. Una habitación cerrada, con las cortinas echadas a través de las cuales apenas se filtra la luz. En la habitación, el lecho conyugal y libros, muchos libros. Un par de pequeños espejos, testigos silenciosos de lo que acontece en la estancia, y el aire, ese aire que todo lo invade, lo inunda, lo retiene. Retiene el miedo, la amenaza, la violencia contenida que acaba por estallar: "La memoria del aire conserva todos nuestros gestos, todas nuestras palabras y hasta los gestos y las palabras a los cuales terminamos por renunciar" (p.52)

Un breve episodio esbozado apenas al final del libro contiene la clave de esta historia. Estar en el momento y lugar equivocados. Puede que todo se reduzca a eso...o no.  Da que pensar. De hecho, el centenar de páginas que ha escrito Lamarche da mucho, mucho que pensar...


Fotografía de Boulevard literario    





jueves, 1 de noviembre de 2018

"Los años rotos", Dacia Maraini

No nos dejemos engañar. Detrás de esa dulce mirada azul, esos cortos cabellos rubios, ensortijados y rebeldes y esa sonrisilla traviesa se esconde una mujer fuerte, decidida, valiente. No en vano pasó unos años de su infancia en un campo de concentración japonés, fue compañera de Alberto Moravia durante muchos años, amiga y colaboradora de Passolini, intelectual, implicada en proyectos culturales y sociales...Dacia Maraini no regala los oídos a nadie, dice las cosas claras, por su nombre, tal como las ve, las ha vivido y las siente, denuncia y reclama porque está convencida de que el deber del escritor es hablar de lo malo, lo feo, lo incómodo. La literatura tiene una función social, en su caso además claramente feminista, y debe denunciar, sacudir y conmover al lector.
De edad parecida a ella pienso en escritoras como su compatriota Lorenza Mazzeti o la canadiense Alice Munro que bajo la apariencia de adorables y frágiles ancianas se esconden mujeres de una extraordinaria solidez, dueñas de un verbo afilado, preciso, a veces algo ácidas y secas pero siempre tremendamente humanas.
"Los años rotos" que nos llega ahora de la mano de Altamarea Ediciones, fue escrita en 1963 por una joven Maraini que a pesar de sus veintisiete años demuestra no solo con su historia, sino con el tono que nos es contada, una mirada plenamente adulta y madura, a la par que desengañada. "Los años rotos" nos traslada a la Roma sencilla y cotidiana, pobre y gris, de principios de los 60, donde Enrica, una muchacha adolescente vive con sus padres, unos progenitores encerrados en sus propios mundos y tristemente frustrados en su lucha cotidiana por ir viviendo. El peso de la economía familiar recae en una madre triste y cansada que se consume lentamene bajo la mirada impotente de su hija y la indiferencia de un marido cuya única ilusión es la construcción de unas complicadas e invendibles jaulas para pájaros.
Enrica se reconoce dentro de unos años en su propia madre y por ello intenta buscar una vida diferente y mejor. Pero no va a ser fácil. Se enamorará de la persona equivocada, sufrirá maltratos, cometerá errores, le dará la espalda a quien se preocupa por ella, andará por la cuerda floja entre la decencia y la prostitución, se verá obligada a plantearse qué hacer con un embarazo no deseado...tanteos y primeros pasos fallidos de una vida adulta que se abre a un futuro incierto pero no exento de oportunidades. Es el futuro de Enrica y el de miles, de millones de Enricas en la Italia de los 60 y de hecho, en cualquier época y lugar de Europa, aun hoy en día, porque leída esta historia sorprende la frescura y vigencia que sigue teniendo hoy en día. Lo que también debería preocuparnos...


Fotografía de Boulevard literario