En el aniversario del nacimiento del magistral escritor norteamericano Henry James, el 15 de abril de 1843, en Nueva York, queremos recordarlo con un fragmento del inicio de una de sus mejores novelas, "Retrato de una dama" :
“Era la hora dedicada a la
ceremonia del té de la tarde y sabido es que, en determinadas circunstancias, hay en la vida
muy pocas horas que puedan compararse a ésa por el agrado y atractivo que
ofrece a quienes saben disfrutarla. Hay momentos en los cuales, se tome o no se
tome té -cosa que, desde luego, algunos no hacen jamás-, la situación
constituye por sí misma una verdadera delicia. Las personas que están presentes
en mi imaginación al intentar escribir la primera página de esta sencilla
historia ofrecían a la vista un cuadro admirablemente ilustrador del disfrute
de tan inocente pasatiempo. Los utensilios de ágape tan parco e íntimo se
hallaban dispuestos sobre el tierno césped de una antigua casa de campo inglesa
durante una hora que yo calificaría de momento supremo de una espléndida tarde
de verano. Se había desvanecido parte de dicha tarde, pero aún quedaba de ella
bastante, que era precisamente su parte de más bella y extraordinaria calidad.
Faltaban todavía algunas horas para el verdadero atardecer, más el torrente de
intensa luz de verano había empezado ya a decrecer, se había vuelto más suave
el aire, y las sombras, como desperezándose, se iban estirando poco a poco sobre la tupida y tierna hierba. Era,
como decimos, pausado su alargamiento, y el escenario de la naturaleza
contribuía a favorecer el nacimiento de ese estado de ánimo, de solaz y abandono,
que constituye la fuente principal de placer en semejante actividad y a
semejante hora. Puede decirse que el intervalo de tiempo comprendido entre las
cinco y las ocho de la tarde de un día estival es a veces una pequeña
eternidad; mas en momentos como éste cabe afirmar que es y no puede ser más que
una eternidad de placer. Los participantes en la misma parecían estar
disfrutando tranquilamente de él, y, por añadidura, no eran de los pertenecientes
al sexo que se supone proporciona el mayor número de adeptos a tales ceremonias.
Sobre el perfecto prado se recortaban unas sombras rectas y angulosas, que eran
la de un hombre ya viejo, sentado en un profundo sillón de mimbre cerca de la
mesa donde se había servido el té, y las de un par de jóvenes que iban de un lado
para otro en presencia del anciano mientras mantenían con él una conversación,
por parte de ellos completamente deshilvanada…”
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