viernes, 22 de julio de 2016

Manual de autoayuda, Miguel Ángel Carmona del Barco

Un buen amigo mío tiene la teoría de que el 90% de las buenas novelas (aplíquese también a los relatos) son duras. O tristes. O hablan de lo que nos falta. Carencias y aflicciones. No anda equivocado y al leer este "Manual de autoayuda" de Miguel Ángel Carmona del Barco, publicado por Salto de Página, enseguida he pensado en él y en que voy a regalarle un ejemplar del libro, porque su teoría cuadra aquí a la perfección, no faltan en estos cuentos carencias y aflicciones como él dice y que en estos relatos se desgranan de manera persistente, horadándonos el alma.

Queda avisado el posible lector que no va a encontrar unas historias amables, ni de fácil digestión. Al contrario, a medida que avanzamos la lectura, algo nos va removiendo y revolviendo en lo más profundo de nuestro interior, de la manera más directa e intencionada posible.

No saldremos indemnes de la lectura y ahí radica la grandeza de estas historias.

La narrativa de Carmona del Barco atrapa, atenaza y no suelta; ahoga y hiere, de tal manera que tocados de muerte por una especie de masoquismo lector, es imposible parar de leer, hasta acabar, uno tras otro, todos los cuentos.

En su mayoría son relatos sórdidos, protagonizados por perdedores, desesperados, hombres y mujeres que viven perdidos en sus propias miserias, confundidos y marginados aunque no obstante, buscan y se aferran a lo que puede ser para ellos una mínima esperanza de redención, quizá un mínimo sentido a sus confusas y precarias vidas.

Todos los protagonistas de estos cuentos, en el fondo, buscan respuestas como hace el payaso de "Hilvanes": "Rebusco en los cajones del único mueble: el que contiene los escasos enseres que me cosen a la vida, los hilvanes de mi paso por esta tierra". Todos saben que "estamos hechos de fracaso", como revela el padre a la protagonista de "El título". Todos se enfrentan a sus circunstancias sin miedo pero con una cierta esperanza: "...no me asusta el dolor, pero preferiría que me quisieran", como dice la adolescente con problemas de peso en "Más sola que la luna" o "Hay tanto odio en el mundo; tanta falta de amor. Yo busco mi porción en las estaciones de autobuses" ("Mínima alma"). Todos anhelan un cambio, como el "Pasajero": "Escucho los gritos, las sirenas y un gran estruendo de teléfonos móviles, como pájaros en bandada. Sueño con levantar el vuelo y marcharme con ellos." Todos comparten una actitud parecida frente a su suerte: "Uno siente pena por los demás cuando necesita creer que la vida de los otros es peor que la propia". ("Anagnórisis").

Cada historia tendrá su desenlace, cada personaje correrá la suerte que le depara el destino pero quizá aún hay esperanza cuando Dios brilla en forma de luz en los ojos de un niño ("Se ofrece mujer triste como modelo para fotógrafo loco"). Una bella imagen cargada de fuerza y poesía de la que también gozan estos cuentos.

A lo largo de las historias, de vez en cuando, a modo de pinceladas o salpicaduras vamos descubriendo imágenes tan poéticas como "me duele la imaginación" ("Hilvanes"), "La piel es el uniforme de nuestra raza" o "Sebas no es un hombre; es un salón con chimenea dónde sentarse en una tarde lluviosa" ("McHegel"), "Mi madre me recibe, como siempre en el último mes, con las lágrimas inundándole el cerebro" ("El transplante"), "Necesitaba estar sobria de compañía", "El aroma de una mandarina se asoma al pasillo para ver si sigo ahí" o "Una sábana de luna arropa la pierna adelantada. ¡Qué caricias hace la luz!" ("El título"),  o ese "perfume artesanal con notas de envidia, ansiedad y una fuerte presencia de felicidad" ("Una mosca en la pared").

Entre tanta tristeza, sordidez y drama aún hay esperanza, aunque sea mínima, aunque sea un leve destello de belleza entre la miseria por el que vale la pena seguir viviendo... Y vale la pena que Carmona del Barco siga dedicándose a la escritura, porque desde luego lo seguiremos leyendo.


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