Dijo Emily Dickinson que "la mejor nave para viajar es un libro". ¿Lo habéis comprobado? Yo sí.
Por circunstancias personales este verano lo he pasado en la ciudad, sin posibilidad de viajar, pero afortunadamente, gracias a la lectura, he visitado París, Italia e Islandia en poco más de un mes.
Empecé viajando al París de los años 20 con "París era una fiesta" de la mano de Ernest Hemingway y junto a él saboreé café y alguna que otra copa (el unas cuantas más) en las terrazas de los cafés parisinos dónde bullía la vida literaria y cultural de la época.
Estuve en casa de la imponente Gertrude Stein y me codeé con F. Scott Fitzgerald y su esposa Zelda, conociéndolos a todos un poco más allá de su obra literaria. Fue un inolvidable viaje en el tiempo y el espacio, a la vez que una lectura de lo más interesante y placentera.
Tras mi paso por la capital francesa emprendí rumbo a Italia, a esa Italia profundamente mediterránea, árida y salvaje retratada a través de un pueblecito imaginario del Sur en "El sol de los Scorta" de Laurent Gaudé. Allí, entre olivos bañados por un sol implacable acompañé a varias generaciones de una misma familia compartiendo con ella, sueños, luchas y esperanzas.
Para huir del calor sofocante que en la realidad y también en la ficción viví con esta gran novela, puse rumbo a Islandia con "Entre cielo y tierra" de Jón Kallman Steffánsson. Fríos e inhóspitos, los gélidos paisajes islandeses me llevaron a pescar junto a rudos marineros, a escuchar las historias de sus habitantes, a llorar sus pérdidas y por encima de todo, a deleitarme con la prosa exquisita y el depurado estilo narrativo del autor de esta novela que ha sido un auténtico placer descubrir. Y aún más placentero ha sido enterarme que esta obra es la primera de una trilogía cuyo segundo volumen "La tristeza de los ángeles" ya tengo entre manos. Seguiré por un tiempo en Islandia. Después ya veremos a donde me lleva el arrebatador poder de la lectura...