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jueves, 15 de diciembre de 2016

Del viaje como arte, Edith Wharton

Posiblemente la mayoría de vosotros conocéis la obra de Edith Wharton. Muchos habréis leído alguna novela suya, "La edad de la inocencia" (que en su día tuvo una versión cinematográfica con Winona Ryder y Michelle Pfeiffer de protagonistas), "La casa de la alegría" o acaso "Ethan Frome".

Otros conoceréis a Wharton por sus relatos, un género en el que quizá no es tan popular pero en el que se desenvuelve con igual maestría que cuando escribe novela. Pero lo que quizá sea menos conocida, es su faceta como escritora de libros de viajes que, como podréis suponer tratándose de Wharton, no serán libros de viaje al uso, sino itinerarios en los que paisajes y gentes nos serán presentados y descritos con todo lujo de detalles, desde la óptica sensible y la sutileza literaria que le eran propias a la escritora norteamericana.

A esta gran dama neoyorquina, libre de problemas económicos y con todos los medios (coche incluido) a su alcance, le faltaba tiempo para emprender largas travesías casi siempre en compañía de su marido, al que, por cierto,la unía esta afición y poco más.

A Wharton le apasionaba conocer mundo y admirar directamente la arquitectura, la escultura, la pintura, el arte en suma, que devoraba en los libros y del que tantos conocimientos tenía. Afortunadamente para nosotros, lectores, sus andanzas por distintas partes del mundo pasaron por la elaboración literaria y se convirtieron en pequeñas joyas, como éstas que ha recogido La Línea del Horizonte, bajo el título de "Del arte como viaje", un espléndido volumen en el que se recogen los viajes de Wharton yendo de crucero por el Mediterráneo, visitando Grecia, Turquía ; viajando a Italia, a Francia, Marruecos y España.

Ante los ojos del lector, se va desplegando un mundo pintoresco, plagado de belleza y curiosidades que la intuitiva y perspicaz Wharton va captando e inmortalizando en el papel.

A medida que vamos leyendo un texto con sabor a diario personal, nos vamos convirtiendo irremediablemente en compañeros de travesía y testimonios de todo aquello que abarca la sensible, erudita y también crítica mirada de la escritora.

Como una pintora ante un lienzo en blanco, Wharton va describiendo en un tono ágil y vigoroso la naturaleza que la envuelve por todas partes: montañas, ríos, lagos, el mar, la vegetación...es tan pródiga y minuciosa en sus descripciones que casi nos parece poder tocar las hojas de los árboles y oler las distintas fragancias del camino. En los lugares poblados, la gente cobra protagonismo, de manera que nadie escapa al ojo atento y tremendamente curioso de Wharton que, de vez en cuando, a lo largo del trayecto va intercalando alguna nota jocosa que nos provoca más de una sonrisa, como esos eremitas que asoman sus cabezas a través de los estrechos ventanucos de sus casas al oír la sirena del barco en el que viajan Wharton y sus acompañantes, "con igual prontitud que el cuco al dar la hora en un reloj suizo" (p.79). O esas peculiares comparaciones de Suiza e Italia con diferentes tipos de comida servidas en la mesa (p.88)

Pero Wharton no solo nos habla en sus textos de paisajes y gentes. También se recrea y deja traslucir su pasión ante la contemplación de monumentos, se deleita con la arquitectura italiana y francesa, con sus grupos escultóricos y sus ricas muestras de arte pictórico. El bagaje cultural de la escritora era impresionante y en estas crónicas viajeras, especialmente en las dedicadas a Italia y a Francia, da buena muestra de ello.

Su faceta más feminista y reivindicativa, más comprometida y crítica la encontraremos en el capítulo dedicado a Marruecos, donde visitó un harén y lo describió despojándolo de todo posible romanticismo y exponiendo la dura realidad de las condiciones en las que se veían sometidas las mujeres. Un documento de lo más interesante que nos aporta una dimensión más profunda del pensamiento de Wharton.

Difícil destacar pasajes o fragmentos de este libro porque cada lugar que visita tiene gran interés para el lector, por uno u otro motivo , aunque obviamente resulta curioso leer su viaje por tierras españolas e imaginarla paseando por Tudela, León o recorriendo Galicia.

Al acabar "Del viaje como arte" nos queda la imagen de la decidida Edith Wharton visitando lo que un día fue el hogar de su admirada George Sand, otra mujer decidida y cuya obra ha pasado a la posteridad; y mientras la imaginamos contemplando la vieja casona, recordamos una cita que destaca en la contraportada de esta obra: "La vida es la cosa más triste que existe, después de la muerte; sin embargo, siempre hay nuevos países que ver, nuevos libros que leer […], otras mil maravillas diarias ante las cuales admirarse y alegrarse. El mundo visible es un milagro cotidiano para quienes tienen ojos y oídos.". Nada más cierto....










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