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martes, 27 de diciembre de 2016

Leer, André Kertész

La brisa se cuela entre visillos y mece suavemente las páginas de un libro que aguarda paciente ser leído. Es el comienzo de un nostálgico recorrido fotográfico, en blanco y negro, del acto de leer y de sus protagonistas, los lectores.

Escenas íntimas, calladas, a las que nos es permitido acceder desde el silencio y la distancia. Casi con reverencia, pasamos las hojas de esta pequeña gran obra que es  "Leer", publicada conjuntamente por Periférica y errata naturae, y nos convertimos en cómplices y partícipes, en el goce de la lectura.

Niños curiosos y concentrados, niños hambrientos de historias y de la propia vida. Pequeños hombrecitos cortados a medida. Largos calcetines y botas sucias. Lecturas con sabor a helado sobre montañas de papel. Expectación ingenua ante un quiosco, contenedor de maravillas. Niñas solitarias leyendo entre muñecas y disfraces.

Jóvenes relajados en el parque, quizá estudiando y debatiendo cómo hacer de éste un mundo mejor.

Parejas de la mano, paseando, compartiendo lectura, ajenos al mundo, escribiendo su propia historia de amor.

Mujeres y hombres solitarios, religiosos, laicos, blancos, negros, asiáticos. Un único credo y una única raza, la lectura.

Ancianos, ancianas, ricos, pobres. La lectura rompiendo barreras de sexo, edad o condición.

Al sol, a la sombra, soñando junto a las góndolas venecianas, absortos entre los libros de viejo de los bouquinistas del Sena, en jardines y villas lujosas, entre los escombros de la calle, en azoteas; de pie, sentados, en la cama... Cualquier espacio y momento tiene su lector.

Leyendo periódicos, revistas, libros, cartas...Letras encadenadas sobre papel.

Un desfile de escenas se sucede ante nuestros ojos y jugamos a adivinar qué leen, qué gozan, qué sufren, qué reflexionan, qué sienten todos estos personajes con los que tenemos algo en común, una pasión compartida: el inmenso placer que nos produce leer, eso que ficciona la realidad y hace más llevadera la vida.

Gracias Kertész por recordarnos que en la aventura lectora, no somos únicos, no estamos solos.




jueves, 15 de diciembre de 2016

Del viaje como arte, Edith Wharton

Posiblemente la mayoría de vosotros conocéis la obra de Edith Wharton. Muchos habréis leído alguna novela suya, "La edad de la inocencia" (que en su día tuvo una versión cinematográfica con Winona Ryder y Michelle Pfeiffer de protagonistas), "La casa de la alegría" o acaso "Ethan Frome".

Otros conoceréis a Wharton por sus relatos, un género en el que quizá no es tan popular pero en el que se desenvuelve con igual maestría que cuando escribe novela. Pero lo que quizá sea menos conocida, es su faceta como escritora de libros de viajes que, como podréis suponer tratándose de Wharton, no serán libros de viaje al uso, sino itinerarios en los que paisajes y gentes nos serán presentados y descritos con todo lujo de detalles, desde la óptica sensible y la sutileza literaria que le eran propias a la escritora norteamericana.

A esta gran dama neoyorquina, libre de problemas económicos y con todos los medios (coche incluido) a su alcance, le faltaba tiempo para emprender largas travesías casi siempre en compañía de su marido, al que, por cierto,la unía esta afición y poco más.

A Wharton le apasionaba conocer mundo y admirar directamente la arquitectura, la escultura, la pintura, el arte en suma, que devoraba en los libros y del que tantos conocimientos tenía. Afortunadamente para nosotros, lectores, sus andanzas por distintas partes del mundo pasaron por la elaboración literaria y se convirtieron en pequeñas joyas, como éstas que ha recogido La Línea del Horizonte, bajo el título de "Del arte como viaje", un espléndido volumen en el que se recogen los viajes de Wharton yendo de crucero por el Mediterráneo, visitando Grecia, Turquía ; viajando a Italia, a Francia, Marruecos y España.

Ante los ojos del lector, se va desplegando un mundo pintoresco, plagado de belleza y curiosidades que la intuitiva y perspicaz Wharton va captando e inmortalizando en el papel.

A medida que vamos leyendo un texto con sabor a diario personal, nos vamos convirtiendo irremediablemente en compañeros de travesía y testimonios de todo aquello que abarca la sensible, erudita y también crítica mirada de la escritora.

Como una pintora ante un lienzo en blanco, Wharton va describiendo en un tono ágil y vigoroso la naturaleza que la envuelve por todas partes: montañas, ríos, lagos, el mar, la vegetación...es tan pródiga y minuciosa en sus descripciones que casi nos parece poder tocar las hojas de los árboles y oler las distintas fragancias del camino. En los lugares poblados, la gente cobra protagonismo, de manera que nadie escapa al ojo atento y tremendamente curioso de Wharton que, de vez en cuando, a lo largo del trayecto va intercalando alguna nota jocosa que nos provoca más de una sonrisa, como esos eremitas que asoman sus cabezas a través de los estrechos ventanucos de sus casas al oír la sirena del barco en el que viajan Wharton y sus acompañantes, "con igual prontitud que el cuco al dar la hora en un reloj suizo" (p.79). O esas peculiares comparaciones de Suiza e Italia con diferentes tipos de comida servidas en la mesa (p.88)

Pero Wharton no solo nos habla en sus textos de paisajes y gentes. También se recrea y deja traslucir su pasión ante la contemplación de monumentos, se deleita con la arquitectura italiana y francesa, con sus grupos escultóricos y sus ricas muestras de arte pictórico. El bagaje cultural de la escritora era impresionante y en estas crónicas viajeras, especialmente en las dedicadas a Italia y a Francia, da buena muestra de ello.

Su faceta más feminista y reivindicativa, más comprometida y crítica la encontraremos en el capítulo dedicado a Marruecos, donde visitó un harén y lo describió despojándolo de todo posible romanticismo y exponiendo la dura realidad de las condiciones en las que se veían sometidas las mujeres. Un documento de lo más interesante que nos aporta una dimensión más profunda del pensamiento de Wharton.

Difícil destacar pasajes o fragmentos de este libro porque cada lugar que visita tiene gran interés para el lector, por uno u otro motivo , aunque obviamente resulta curioso leer su viaje por tierras españolas e imaginarla paseando por Tudela, León o recorriendo Galicia.

Al acabar "Del viaje como arte" nos queda la imagen de la decidida Edith Wharton visitando lo que un día fue el hogar de su admirada George Sand, otra mujer decidida y cuya obra ha pasado a la posteridad; y mientras la imaginamos contemplando la vieja casona, recordamos una cita que destaca en la contraportada de esta obra: "La vida es la cosa más triste que existe, después de la muerte; sin embargo, siempre hay nuevos países que ver, nuevos libros que leer […], otras mil maravillas diarias ante las cuales admirarse y alegrarse. El mundo visible es un milagro cotidiano para quienes tienen ojos y oídos.". Nada más cierto....










lunes, 12 de diciembre de 2016

Piscinas vacías, Laura Ferrero

¿Cuándo se tiene la certeza de que estamos leyendo realmente un buen libro de relatos? Podría decirse que es cuando acabado de leer el primer cuento, pasamos al siguiente para comprobar que mantiene el mismo nivel de calidad que el anterior y que nos ha gustado igual. Y una vez leído el segundo, despierta en nosotros el deseo, las ganas golosas e imparables de leer más, y más, y más...de manera que uno tras otro, vamos devorando los cuentos con fruición hasta llegar al final.

La última vez que devoré con auténtica pasión y un punto de glotonería un libro de relatos fue con la felizmente recuperada y relanzada Lucia Berlin y su "Manual para mujeres de la limpieza", publicado por Alfaguara. Fue acabar el libro con la tremenda satisfacción de haber descubierto algo muy grande, intenso, y por eso mismo, por la potencia y la huella que me había dejado su lectura, sentí el temor y la tristeza al pensar que una lotería así resulta prácticamente imposible que pueda volver a tocar.

Sin entrar en comparaciones, siempre odiosas y a menudo injustas, he descubierto otro libro de cuentos, también publicado por Alfaguara con el que he vuelto disfrutar y mucho. Se trata de "Piscinas vacías", el primer libro de relatos que publica la joven Laura Ferrero.

He de admitir que el cuento que abre el libro no es de los que más me ha gustado pero el segundo, esa peculiar y conmovedora declaración de amor titulada "Sofía"("¿Sabes?, los hijos que no nacen también cuentan. Los padres que nunca llegan a serlo, lo son para siempre. De alguna manera extraña. De esas maneras que nunca salen en el diccionario"), me ha atrapado y empujado a seguir leyendo el resto de los cuentos, descubriendo el universo personal y el estilo narrativo de Ferrero que debuta con fuerza en el mundo editorial.

De "Sofía" pasamos a ese triste "Pan de molde" que tan bien refleja el desamor y la incomunicación de una joven madre cansada, "La casa más vacía del mundo" enfrenta a un padre con un hijo a su reciente viudedad, "Lo que brilla" reflexiona sobre lo que uno tiene y lo que deja en el camino, esa incertidumbre de haber elegido bien que a todos se nos plantea en algún momento de nuestra vida ("...a veces cuando me observo desde fuera, sumido en esta vida dichosa que llevo, no puedo dejar de pensar en esa otra vida que fluye entre ríos de lágrimas y mujeres que se suenan la nariz con pañuelos de papel. Entonces no puedo hacer otra cosa que preguntarme si elegir un ideal no es quedarse con la parte muerta de la vida"), en "Piscinas vacías", el relato que da título al libro, una joven recuerda a su hermano menor fallecido en un accidente y su incapacidad por superar la pérdida...y en los sucesivos cuentos van apareciendo temas, personajes y situaciones recurrentes todas entretejidas por un hilo conductor: la búsqueda constante y la pérdida del amor.

En todas las historias hay encuentros y desencuentros, parejas que se aman y se separan, parejas que se engañan y se hieren, que se rompen por terceras personas, la sombra de la infidelidad sobrevuela gran parte de los cuentos, así como también está presente el fantasma de la enfermedad y la muerte, ya en adultos, ya en niños, niños, deseados o no por sus padres, vivos, muertos, enfermos, solitarios, desequilibrados o modélicos.

"Piscinas vacías" cuenta historias muy íntimas y sinceras de personajes tan reales como cualquiera de nosotros, historias verosímiles con desenlaces sorprendentes que conmueven e impactan tanto por lo que expresan sus protagonistas como por lo que callan. Resuenan ecos de los autores que Ferrero dice admirar: la eficiente brevedad de Raymond Carver o Richard Ford, la crudeza de Lorrie Moore y el estilo elegante de Julian Barnes, pero todo ello digerido, asimilado y volcado en el papel con sello propio. El de una escritora que promete.