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sábado, 23 de marzo de 2019

"Un capítulo de mi vida", Barbara Honigmann

No sé si será o no casualidad pero éste es el tercer libro que leo de errata naturae que trata de la historia de una mujer contada por su hija.
Recuerdo el maravilloso y conmovedor "Tú no eres como las otras madres" de Angelika Schrobsdorff, coeditado con Periférica, y el fascinante "Ellos" de Francine Du Plessix Grey, también fruto de esa siempre eficiente colaboración entre estas dos editoriales que brillan solas con luz propia y deslumbran cuando colaboran.

Ahora de la mano de errata naturae, llega "Un capítulo de mi vida" de Barbara Honigmann, la historia de Alice Kohlmann, más conocida como Litzy Friedmann, una mujer con una vida intensa y llena de secretos y de medias verdades, en gran medida debidas a su pasado como espía. El propósito de esta obra es la de reconstruir el periplo vital de Friedmann a partir de los recuerdos de la autora pues por respeto hacia su madre, por cierto pudor personal o quizá por ambas cosas, prefiere no recabar información de fuentes externas. No es tarea fácil armar este rompecabezas biográfico cuando a la propia hija le consta que en la vida de su madre hay muchas vivencias, y en especial "un capítulo de su vida" que jamás ha contado a nadie y que deberá suponer o deducir a través de unas pocas fotografías, documentos y. especialmente, recuerdos. No obstante, ni la memoria es de fiar teniendo en cuenta lo que dice: "Mi madre me había transmitido dos mandamientos que, a primera vista, se contradecían: primero, no mientas, y segundo, si mientes, miente lo más cerca posible de la verdad. El segundo era en el fondo la interpretación pragmática de la elevada norma ética del primer mandamiento, y bastante razonable." Estas dos reglas de vida las aplicaba la propia Litzy Friedmann a la perfección. Ni la fecha exacta de su nacimiento, ni siquiera su color de pelo tienen datos concretos. Poco contaba Litzy de si misma, de su infancia, de sus distintos matrimonios, ni siquiera de la muerte de sus padres. Ante tanta reserva e información imprecisa, quién sabe si cierta o falsa, es lógico que aun mostrase más reserva cuando alguien pretendía indagar en las peripecias que debió vivir como agente secreto para los soviéticos colaborando con su ex-marido, Kim Philby, uno de los más famosos espías británicos del siglo XX. 
Honigman nos retrata una madre de fuerte personalidad, decidida, abierta y sociable, pero contradictoria. Una mujer judía pero que reniega de las tradiciones que le serían propias por su origen; una mujer de ideología prosoviética pero a la vez enamorada de una Inglaterra a la que traiciona; una mujer de simpatías marxistas que no obstante se muestra clasista con determinados grupos étnicos; una mujer que alternó sus supuestas actividades de espionaje mientras daba rienda suelta a su faceta creativa cosiendo vestidos para su hija.

Sin duda, la composición que nos vamos haciendo del personaje resulta fascinante y lo es más todavía lo que la autora nos va contando del contexto histórico de la época. Complementar la lectura de este libro con información adicional que he buscado en la red ha sido como viajar en el tiempo y conocer más a fondo acontecimientos y personajes llenos de interés: empezando por el famoso caso Rosenberg al que se alude nada más empezar el libro, el matrimonio acusado de pasar secretos sobre energía atómica al gobierno soviético por lo que fueron juzgados y condenados a muerte a pesar de las protestas de la opinión pública. Litzy dice de ellos: "Ejecutar a Ethel y Julius Rosenberg fue una barbaridad, pero inocentes no eran". Posiblemente ella tuviera información de primera mano al respecto pero  las investigaciones posteriores a la ejecución de los Rosenberg cuestionaron (al menos en el caso de Ethel) sus actividades como espías. También se mencionan en el libro, junto a la figura de Kim Philby, otros amigos suyos, todos jóvenes de clase alta educados en las aulas de Cambridge como Donald Maclean o Guy Burgess, cuyas peripecias como agentes secretos han sido recogidas no solo en los libros de historia sino llevadas al cine y a la televisión, en series y películas que garantizan una buena dosis de información y entretenimiento. 
Destacaría además el episodio entrañable en el que se hace referencia a la casa de Stefan Zweig en Bath que durante una época Litzy y su marido se encargaron de cuidar. Poco más sabe Honigmann de este episodio, salvo que posteriormente su madre le legó dos libros provenientes de la biblioteca personal de Zweig y que su padre no pudo evitar "quedarse como recuerdo" algún bolígrafo o pluma que el famoso escritor acumulaba en su escritorio como previsión para la tiempos de guerra.

Pero en conjunto,  la información recabada de la autora sobre la vida de su madre es poca, muy poca y ella lo reconoce y lo asume al final del libro. Su conclusión trasluce una resignada conformidad. Quizá por eso, lo único que he echado de menos en este ejercicio de recuperación de la memoria es más sentimiento, más carga emocional teniendo en cuenta que quién reconstruye esta historia no es un biógrafo cualquiera si no la hija de la protagonista. Hay un cierto distanciamiento, incluso una cierta frialdad quizá buscada a propósito para trazar la historia de la manera más objetiva posible o quizá fruto del propio temperamento alemán,  pero una implicación emocional mayor creo que hubiera conseguido crear una historia más profunda, más humana y más conmovedora para empatizar con la protagonista y para entender la relación entre madre e hija. 
Aunque de todos modos, bien mirado, quizá en el fondo, tampoco era ese el verdadero objetivo de este libro ni podía serlo pues "Tras su muerte, mi madre siguió siendo para mí tan incomprensible y contradictoria como solía lamentar a menudo mi padre"...


Fotografía de Boulevard literario        

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