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viernes, 4 de mayo de 2018

"De vez en cuando, como todo el mundo", Marcelo Lillo

Relatos soberbios por su simplicidad, sobrecogedora y trágica. Lo más sencillo, cotidiano, simple, incluso miserable, se transforma en material literario de alta calidad para ofrecer un espléndido abanico de emociones y comportamientos, retratos minuciosos, tanto de los aspectos más mezquinos como de los más sublimes, del corazón humano.

Todos los cuentos reunidos en "De vez en cuando, como todo el mundo" de Marcelo Lillo, publicados por Lumen, dicen mucho más de lo que está escrito, porque si la información no es explícita, se insinúan y se nos dan las pistas suficientes para llenar vacíos, para pensar, reflexionar y completar esa parte de la vida de los personajes que se calla pero que podemos aventurarnos a imaginar.

Agudísimo observador de la realidad más cercana y posiblemente inspirado por su propia experiencia personal, Lillo maneja con notable destreza y maestría unas herramientas narrativas muy bien adquiridas que le permiten fabular, armar y construir historias inventadas a partir de cimientos reales.

Chejov, Carver, Cheever...como todo escritor concienzudo y exigente, Lillo ha leído y se ha empapado de los grandes, los mejores cuentistas de la historia, pero como todo buen alumno, ha sabido asimilar y aprender de los maestros a fin de forjarse un estilo propio, una voz personal y firme que se aleja de sus referentes y se consolida como un excelente cuentista con estilo propio que nada tiene que envidiar a los maestros, aunque tampoco reniegue de sus enseñanzas.

Cada relato es un mordisco que arranca un pedazo de vida. De la indiferencia al desdén, del amor al desprecio. Hay dolor, en algún cuento, mucho dolor, fluyendo en silencio bajo el texto y de repente, cualquier fisura es aprovechada para que brote sin cesar todo lo sentido y nunca dicho. Son relatos construidos entre sombras y silencios. Relatos que nos absorben, nos hacen sufrir, pensar, nos sacuden y nos aturden con las historias que nos cuentan, tan alejadas y a la vez tan cercanas a nosotros. Historias de amor y desamor, de incomprensión e incomunicación, de relaciones entre amantes, entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos, historias de perdedores, de fracasos y pérdidas, pero con un leve pálpito esperanzado que se deja sentir entre líneas. Lillo no se recrea en las descripciones de ambientes y personajes, son suficientes cuatro pinceladas precisas para situarnos en el escenario y para visualizar a los actores. Y si cuatro son los trazos descriptivos, son también apenas cuatro trazos olfativos, recurrentes y casi obsesivos,  el olor a humedad, a rancio, a pobreza y a vejez los que perfuman sus cuentos.

Como micro piezas teatrales las historias se cuentan casi por si mismas. La agilidad de la acción es notable y nos arrastra de un cuento a otro con asombrosa glotonería. Es difícil dejar de leer y sin darnos cuenta, vamos engullendo uno a uno todos los relatos, deseando que no acaben porque aunque el trayecto esté llenos de dificultades y sinsabores, arrastran consigo toda la autenticidad de la vida.



Fotografía de Boulevard literario        

2 comentarios:

  1. Después de esta reseña, no queda más opcion que agregarlo a la lista de pendientes..,gracias por el descubrimiento

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    1. Muchas gracias! Para mi también ha sido un gran descubrimiento, ojalá disfrutes los relatos tanto como yo.

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