París 1897. Un caballero alto, moreno, con el semblante serio y mirada profunda tras unas gruesas gafas, pasea por la capital francesa en compañía de su hermano mayor. La ciudad le seduce. Pasea por los bulevares, avenidas, cafés, museos, entre el bullicio de la gente, la música... esa mezcla tan parisina de sofisticación y vulgaridad, la convivencia entre lo más selecto y lo más canalla de una sociedad vibrante, sedienta de cultura, de placer y de vicios inconfesables.
París es un misterio y nuestro caballero observa, se empapa de las estimulantes sensaciones que le brinda la capital y reflexiona. Ante todo y sobre todo, es un artista, un poeta y esta breve estancia de tres días en la ciudad francesa debe servirle para exprimir, absorber y asimilar todo aquello que pueda convertir en poesía.
"La ciudad se acercaba a él y él querría mostrarse puro y receptivo para poder ir a su encuentro, y tomarla en sus más leves insinuaciones. ¿Puro? ¿Por qué puro? ¿Cómo se le había ocurrido aquello? Inocente era la expresión adecuada. ¿Cómo si no iba a poder entregarse a algo absolutamente? Darse a la escritura sin cálculos de pérdidas y ganancias. Necesitaba empezar de una situación de ingenuidad, casi primitiva, primitiva en lo que se refiere a su deseo de escribir y al objetivo de ese deseo, tabula rasa en la que no contaría lo que perdía, aquello de lo que lo iba a privar su entrega al Arte"
Pero nuestro escritor duda, su perfeccionismo y su alto nivel de exigencia le hacen cuestionarse una y otra vez su talento. Baudelaire, Rimbaud, Hugo...con su enorme prestigio le abruman. La inseguridad pesa sobre nuestro poeta que nunca llegará a saber lo que el futuro va a depararle: el reconocimiento y la gloria. En vida, apenas publicará un par de libretos con algunos poemas, pero con el transcurso del tiempo será reconocido como uno de los mejores poetas de todos los tiempos. Constantino Kavafis. Pero su futuro es otra historia...
Volvamos a París. Cavafis y su hermano John han abandonado por unos días su hogar en Alejandría y están en la capital francesa. "Qué queda de la noche" de la escritora griega Ersi Sotiropoulos, publicada por la editorial Sexto Piso, imagina y convierte en novela la breve estancia de Cavafis en París, pero la historia que nos cuenta está tan firmemente anclada en la investigación y sustentada en una sólida base documentada que dota al texto de credibilidad y resulta difícil, aunque también innecesario, discernir entre realidad y ficción. La veracidad de la narración es casi lo de menos. No importa si fue así o no la estancia de Cavafis en París, Sotiropoulos logra atraparnos en el texto y hacer perfectamente verosímiles las andanzas y pensamientos del poeta, que giran una y otra vez entorno a la escritura, intentando dar con la clave para escribir la mejor poesía:
"La cuestión es quién pude escribir mejor poesía, pensó, ¿él o el otro? ¿Él, con su vida tranquila, inclinado sobre su escritorio, apocado, con la mente encendida por el deseo y las fantasías más salvajes, fantasía que nunca habrá de realizar y lo sabe, o el otro, que se arroja a la vida sin ningún freno, que la provoca, despreocupado, como en un duelo temerario, jugándose a cara o cruz hasta su propia perdición? ¿Quién de los dos llegará a ser mejor poeta?, se preguntó y en el mismo momento se dio cuenta que el otro era Rimbaud y que se había colocado a sí mismo, con sus diez poemillas, frente a él; se había atrevido a concebir semejante comparación. ¿Él o el otro?, volvió a decir para sí. Era tan descabellado, tan imposible, que le provocó una sonrisa melancólica."
"Pobreza expresiva. Torpeza". Tres palabras que resuenan como un mantra en la cabeza de Cavafis. Tres palabras garabateadas a modo de sentencia sobre unos poemas que en su día mandó al prestigioso poeta Moréas y que descubre al visitar el estudio del escritor durante su ausencia. Cavafis vive con la obsesión por encontrar la perfección de la forma poética, la exigencia creativa, la búsqueda de la pureza expresiva absoluta, la poesía como redención de lo vulgar y cotidiano y lo hace impregnándose de la tradición clásica greco-latina por un lado, y bebiendo, insaciable, de las fuentes de la sensualidad más ocultas y reprimidas.
Con gran acierto, Sotiropoulos retrata un Cavafis profundamente humano y sensual. Un hombre que reprime sus más ocultos deseos y pasiones expresándolos a través de la poesía y de manera más mundana, en la intimidad. Con un estilo sugerente y evocador, con una gran fuerza plástica y sensorial, asistimos a la expresión más auténtica y humana de Cavafis. Prendado por un joven bailarín, la escena del sofá en el vestíbulo de la cafetería es sencillamente, brillante. Resulta difícil imaginar cómo se puede alcanzar un grado tan alto de erotismo simplemente describiendo el rasgado del tapizado de una vieja butaca, pero Sotiropoulos demuestra que es posible.
"Qué queda de la noche" nos acerca pues, no sólo al Cavafis poeta si no al Cavafis más humano, más íntimo. Un Cavafis que oscila entre su amor por la conocida Alejandría y su atracción por la seductora París; un Cavafis que lucha por desligarse de una madre posesiva y absorbente; un Cavafis seducido por lo bello, por el placer, pero también por lo sórdido y prohibido; un Cavafis que se resiste a envejecer y que busca la eternidad a través de la palabra. Esa palabra, convertida en poema hace ya tiempo que afortunadamente conocemos. Ahora es el momento de acercarnos a quien está detrás de la obra, al corazón, el alma y la carne del autor. Lo recordaremos, como recordaremos el sabor melancólico e intenso de esta gran novela.
"Al final la novela o el poema es aquello que se inscribe en lo más hondo, lo que te deja una impronta y cuando ya se te ha olvidado la trama, quién hizo qué, te queda el "sabor"; sí, es algo como un sabor..."
Fotografía de Boulevard literario
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