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martes, 28 de febrero de 2017

"A la intemperie", Rosamond Lehmann

A menudo suele pasar que cuando nos enamora una novela, una manera de narrar o un estilo de escribir, y hasta ese momento desconocíamos al autor, corremos a buscar con desespero imágenes e información del mismo, en un intento de hacérnoslo más nuestro, más familiar, más conocido.


Tras leer "Invitación al baile", hace ya un par de años, su autora, la inglesa Rosamond Lehmann pasó de ser una absoluta desconocida para quien esto escribe, a ser todo un feliz descubrimiento.


Sobre ella, decir que nació en 1901, en Boun End, Buckinghamshire, en el seno de una familia acomodada típicamente británica, pero con una muy intensa e interesante vida intelectual y cultural.


Entre la información recabada sobre ella, llama la atención que fue "frenemy" (palabra resultante de unir "friend" y "enemy", es decir, amiga/enemiga, o quizá traducible por "rival") de otra novelista inglesa de nivel, posiblemente más conocida en nuestro país que Lehmann, la inefable Nancy Mitford, motivo por el cual resultan inevitables las comparaciones, aunque puedan ser  injustas o como mínimo cuestionables. Muy a grandes rasgos podría decirse que ambas tratan temas, situaciones y personajes similares; el mundo que ellas conocían porque lo vivieron de primera mano: las relaciones, problemas, fiestas, cenas, bailes y compromisos de la alta sociedad británica; pero donde en Mitford hay mordacidad y un punto de humor entre frívolo y malvado, en Lehmann se percibe un análisis más profundo de los sentimientos, pasiones y bajezas de los miembros de su clase y, especialmente, un agudo análisis psicológico y social de las mujeres. Buena muestra de ello es su novela "Invitación al baile", en la que esboza y prepara una historia con muchos elementos autobiográficos acerca de unos personajes adolescentes que madurarán en una novela posterior, "A la intemperie", mi segunda, y hasta ahora última lectura de Lehmann, a la espera de que errata naturae siga publicando más títulos suyos.


En las escasas fotografías que se pueden encontrar por Internet de Lehmann, vemos a una mujer esbelta, sobria pero elegante, vestida de oscuro y en alguna imagen, con un cigarrillo en la mano. Parece alta. Melena muy corta, ondulada, despejando la frente y enmarcando un rostro bien proporcionado, una mirada inteligente y unos labios que atrapan una media sonrisa.
Es una sensación obviamente personal, pero Lehmann transmite firmeza y serenidad. Es la actitud de una mujer apasionada, por lo que se trasluce en sus novelas, pero que supo vivir encauzando sus amores, relaciones personales y su pasión por la escritura en su justa medida.


El entorno familiar en el que la escritora creció y vivió hasta casarse e independizarse, fue un entorno en el que cómo ya señalaba antes, la cultura tenía un papel muy importante. Su padre, Rudolph Lehmann era editor de la revista satírica "Punch" y posteriormente fue uno de los fundadores de la mítica y aun vigente revista "Granta", en la que la propia Rosamond publicó algún artículo.
Pero no sólo su padre estaba vinculado al mundo de la literatura, ya sus abuelos recibían en el salón de su casa a músicos y literatos de la época, siendo buenos amigos suyos personajes de la talla de Robert Browning, Wilkie Collins o el mismo Charles Dickens. Y mientras bullía la actividad literaria en el hogar familiar, su abuela tocaba el piano acompañada por la nieta de Schumann, posiblemente amenizando las veladas.


No resulta pues extraño que con semejantes antecedentes, Lehamnn fuera una ávida lectora y desarrollara posteriormente su propia carrera literaria. Como la mayoría de buenos lectores de su época, leyó a los grandes poetas y novelistas ingleses del siglo XIX: Shelley, Keats, las Brontë, Gaskell, Eliot, Austen... y se empapó de la obra de dos destacados escritores norteamericanos: Henry James y Edith Wharton. Asimilado todo este bagaje, al que habría que añadir su relación y amistad con Virginia Woolf y el Círculo de Bloomsbury, Lehamnn empieza a escribir y tras un exitoso inicio con "Dusty Answer", sigue escribiendo novelas entre las que se encuentra la que hoy nos ocupa, "A la intemperie".


Escrita en 1936, "A la intemperie" recupera a Olivia, la joven protagonista de "Invitación al baile", convertida ahora en una mujer independiente, que tras un matrimonio fracasado comparte piso en Londres con su prima Etty. Alertada por la precaria salud de su padre, Olivia emprende un viaje para ir a visitarlo y en el tren que la lleva a su destino se reencuentra con Rollo, otro personaje que también aparecía en "Invitación al baile" y del que Olivia estaba secretamente enamorada. Como es de imaginar, el reencuentro entre ambos, reavivará sentimientos y acabará desembocando en una relación amorosa que en el caso de Rollo, casado con una bella pero enfermiza mujer, vendrá marcada por el adulterio.

La novela está dividida en 4 partes en las que se va desarrollando la relación entre Olivia y Rollo con todas las reflexiones y consecuencias que comporta su evolución. A nivel argumental, cada parte tiene interés por sí misma y está estructurada para desarrollar unos temas muy concretos que en el fondo, anécdotas a parte, siempre giran entorno a los sentimientos y al pensamiento de Olivia cuyo proceso de madurez personal evoluciona a lo largo de la novela a la par que su relación amorosa con Rollo.

Especialmente interesante desde la perspectiva de la estructura narrativa y el estilo resulta la 1ª parte, pues Lehmann juega, y lo hace magistralmente, con un continuo cambio del punto de vista del narrador. Salta y va pasando del narrador en 3ª persona, omnisciente e impersonal, al narrador subjetivo, en 1ª persona, ya sea desde la voz de la propia protagonista como la de cualquier otro personaje que aparece en la novela.

A Lehmann le interesa el análisis de los personajes y le interesa a dos niveles: el interior, en cuanto a psicología y sentimientos, y el exterior, en cuanto a comportamiento y a las relaciones que se establecen entre ellos. De hecho, aunque los pasajes descriptivos son pocos pero resueltos con plasticidad y viveza, lo que verdaderamente importa es lo que sienten los personajes y cómo interactúan para expresar sus emociones.

Cuenta Lehmann en una entrevista en "Paris Review" de 1985 que, efectivamente hay muchos elementos autobiográficos en esta novela y concretamente en el personaje de Olivia (de hecho, la propia escritora vivió una larga relación sentimental con el poeta Cecil Day-Lewis que estaba casado con otra) y que en sus obras escribe siempre a partir de la realidad, de lo que le sucede o le ha sucedido a ella o a gente que conoce, con lo cual justifica el episodio del aborto que aparece en "A la intemperie" y que en su momento, los editores norteamericanos intentaron que suprimiera. "Los novelistas que valen la pena dicen la verdad tal como la ven" afirma Lehmann en la entrevista y es posible que esa sinceridad convierta a su obra en un texto auténtico, directo, con el que resulta fácil empatizar a pesar de llevar más de 80 años escrito. Claro que los tiempos han cambiado, claro que poco tenemos que ver nosotros con Olivia y su mundo, pero los temas y sentimientos que se despliegan en la novela son básicos, atemporales, universales  y comunes a hombres y mujeres de todos los tiempos, por lo cual "A la intemperie" es una obra que mantiene la frescura, el interés y la calidad literaria suficientes para interesar y ser apreciada por cualquier lector de hoy en día.
 





sábado, 25 de febrero de 2017

Un deseo, Sergio Jockymann

Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que sí es,
sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar.

Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro

Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,
cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,
porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no
madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer
y su dolor y es necesario dejar
que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras,
con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.

Te deseo que acaricies un gato,
alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero
erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera,
te sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla,
por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuántas vidas
está hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
Y que por lo menos una vez
por año pongas algo de ese
sólo para que quede claro
quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno
de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar
sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre,
tengas una buena mujer, y que siendo
mujer, tengas un buen hombre,
mañana y al día siguiente, y que cuando
estén exhaustos y sonrientes,
hablen sobre amor para recomenzar.

Si todas estas cosas llegaran a pasar,
no tengo más nada que desearte.


                                                               Imagen vía Pinterest


jueves, 23 de febrero de 2017

Los cuentos vagabundos, Ana María Matute

Los cuentos vagabundos, Ana María Matute

Pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo. Los cuentos representan uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la palabra del narrador.

He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse. Son los pueblos, las aldeas, los que reciben a los cuentos. Por la noche, suavemente, y en invierno. Son como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las puertas. Que se cuela, hasta los huesos, con un estremecimiento sutil y hondo. Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados.

Los pueblos, digo, los reciben de noche. Desde hace miles de años que llegan a través de las montañas, y duermen en las casas, en los rincones del granero, en el fuego. De paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y nostálgicos, quienes los cuentan.

Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio. Hacen llorar o reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejándose por el camino!

Mi abuela me contaba, cuando yo era pequeña, la historia de la Niña de Nieve. Esta niña de nieve, en sus labios, quedaba irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de nuestras montañas, en una alta sierra de la vieja Castilla. Los campesinos del cuento eran para mí una pareja de labradores de tez oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida, como yo los había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano, con esqueletos negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de estrellas. Veía largos caminos, montañas arriba, y aquel cielo gris, con sus largas nubes, que tenían un relieve de piedras. El hombre del cuento, que vio nevar, estaba muy triste porque no tenía hijos. Salió a la nieve, y, con ella, hizo una niña. Su mujer le miraba desde la ventana. Mi abuela explicaba: «No le salieron muy bien los pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los moldearon lo mejor que pudieron.» La imagen no puede ser más confusa. Sin embargo, para mí, en aquel tiempo, nada había más natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que traía una sartén negra como el hollín. Sobre ella la nieve de la niña resaltaba blanca, viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el viejo campesino moldeaba los pequeños pies. «La niña empezó entonces a hablar», continuaba mi abuela. Aquí se obraba el milagro del cuento. Su magia inundaba el corazón con una lluvia dulce, punzante. Y empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era también tan natural que la niña de nieve empezase a hablar… En labios de mi abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo. Mi abuela decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete años. Pero llegó la noche de San Juan. En el cuento, la noche de San Juan tiene un olor, una temperatura y una luz que no existen en la realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente para los cuentos. En el que ahora me ocupa también hubo hogueras, como es de rigor. Y mi abuela me decía: «Todos los niños saltaban por encima del fuego, pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se burlaron de ella, que se decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que le pasó a la niña de nieve?» Sí, yo lo imaginaba bien. La veía volverse blanda, hasta derretirse. Desaparecería para siempre. «¿Y no apagaba el fuego?», preguntaba yo, con un vago deseo. ¡Ah!, pero eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los ancianos campesinos lloraron mucho la pérdida de su pequeña niña.

No hace mucho tiempo me enteré de que el cuento de la Niña de Nieve, que mi abuela recogiera de labios de la suya, era en realidad una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué diferente, en labios de mi abuela, a como la leí! La niña de nieve atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de fieltro, zuecos, fue descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue rubia o de cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y llegó a mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza arrollados a los lados de la cabeza. La niña de nieve se iría luego, digo yo, como esos pájaros que buscan eternamente, en los cuentos, los fabulosos países donde brilla siempre el sol. Y allí, en vez de fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con otro vestido, otra lengua, convirtiéndose en agua todos los días sobre ese fuego que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de nieve, como el cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el del avaro y el del tercer hijo tonto, como el de la madrastra y el hada buena, viajará todos los días y a través de todas las tierras. Allí a la aldea donde no se conocía el tren, el cuento caminando.

El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera adelante.

El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo.




Imagen vía Pinterest




lunes, 13 de febrero de 2017

Dos novelas de Sjón

Islandia es, para el lector mediterráneo, un mundo remoto, un país lejano, blanco y frío, desconocido y totalmente ajeno y distinto a nuestros paisajes, tradiciones y mitos.


Posiblemente por este motivo, resultan fascinantes autores como Jón Kalman Stefánsson y sus novelas "Entre cielo y tierra" o "La tristeza de los ángeles" publicadas por Salamandra que en breves publicará un último volumen para completar esta maravillosa trilogía que combina aventura y poesía en un pueblo de pescadores bañado por los gélidos mares islandeses.


Y cuando tras estas lecturas nos quedamos con más ganas de recorrer ese mundo perdido entre aludes de nieve, ventiscas y curtidos personajes cincelados por el frío y el hielo, descubrimos otro escritor destacado de la literatura islandesa contemporánea, distinto pero tan brillante como Stefánsson: Sigurjón Birgir Sigurðsson, conocido (afortunadamente para nuestra pronunciación y nuestra memoria) con el pseudónimo de Sjón ("visión" en su idioma nativo). De él, acabamos de disfrutar "El zorro ártico", publicado por Nórdica Libros, "novela ganadora del prestigioso Premio de Literatura del Consejo Nórdico en 2005", como nos indica la contraportada del libro. Una obra en la que "utilizando elementos de las leyendas populares islandesas del siglo XIX, Sjón nos presenta, como en una fábula, la lucha del pastor Baldur Skuggason con un zorro al que quiere cazar. Al final la naturaleza hará justicia con el pastor, cuya personalidad vamos conociendo a través de las demás historias que componen esta obra."

"El sol calienta el blanco cuerpo del hombre y la nieve, que se funde con un crujido indeciso. Es el ave del día"

La historia de "El zorro ártico" mezcla realidad y ficción, veracidad y fábula, combina elementos verosímiles con la magia de las leyendas islandesas y va tejiendo una trama en la que sueño y vigilia se funden y confunden en pasajes extraordinarios.

Abrigados por la escritura envolvente de un autor con excelente pulso narrativo y un muy lírico y original estilo, viajamos por tierras inhóspitas y blancos paisajes, nos perdemos en las níveas y salvajes tierras islandesas, para vivir una fantasía con toques de realidad o una realidad llena de fantasía. Difícil separar y tamizar lo legendario de lo veraz, pero casi es lo de menos porque "El zorro ártico" es a la vez, leyenda, novela de aventuras, retrato costumbrista, historia de personajes, de sus grandezas y sus miserias. Un soplo maravilloso que nos arrastra de principio a fin en una historia que no podemos dejar de leer una vez empezada hasta el final, con la satisfacción de haber gozado de una lectura diferente, tremendamente original y brillantemente escrita.

Y si "El zorro ártico" fue en su momento una obra muy premiada, también lo ha sido otra novela de este mismo autor, "El chico que nunca existió", escogida como la Mejor Novela de Islandia 2013 y que demuestra méritos más que sobrados para merecer esta distinción.

"Pero según la gripe va confinando a la cama a más y más músicos -incluyendo a los encargados de tocar durante las películas y llenar al instante cualquier interrupción acompañándose con los instrumentos musicales más improbables-, el silencio crece."

Nada que ver con la novela antes comentada, pero igual de interesante, "El chico que nunca existió" es un espléndido retrato de un momento histórico muy concreto, los años 1918-20, cuando la gripe española golpeó con toda su crudeza a Reikiavik. El protagonista es un adolescente homosexual que reparte su vida entre el sexo pagado y las sesiones de cine, hasta que se verá afectado por la gripe, de la cual será primero víctima y después enfermero.
Cuando lo descubren practicando sexo con un marinero danés, su vida cambiará al ser enviado a Londres donde empezará una nueva vida. Ya adulto, regresará a Islandia y descubriremos el verdadero origen de su historia y la razón de ser de esta novela.

De nuevo Sjón nos ha conmovido y nos ha hecho disfrutar de la buena literatura. Esa literatura que nos cuenta historias inolvidables desplegando todo el poder de la palabra.
Sin duda, lo seguiremos leyendo. 








jueves, 2 de febrero de 2017

"En tierras de ficción" de Robert Saladrigas

Decía el profesor universitario y editor Gonzalo Pontón, en la presentación, en la librería La Central, del libro de Robert Saladrigas, "En tierras de ficción", publicado por la editorial Menoscuarto, que "la crítica se presenta como un acto de generosidad para el lector."

Ciertamente, la crítica genera, o debería generar, posibilidades para que el lector dispusiera de criterios a la hora de enfrentarse a la lectura. Pero para manejar con eficacia y rigor dichos criterios, el crítico debe estar dotado, no sólo de una obvia preparación cultural y literaria, sino de un estado de euforia intelectual ante la literatura que debería permanecer intacto pero a la vez, renovado, a lo largo del tiempo. Solo así, el crítico podrá transmitir con éxito su entusiasmo por el artefacto literario del que nos habla y provocar ese alegre e incontenible contagio en el lector que está leyendo sus reseñas y está esperando acabarlas para correr a por el libro reseñado.

A pesar de que nuestro país no destaca, lamentablemente, por un alto número de lectores, no vamos mal de críticos. Los hay para todos los gustos y colores, desde los más académicos y estrictamente puristas hasta los más alegres y despreocupados; desde los más preparados analistas a los más simplones; desde los más rigurosos e independientes  hasta los que escriben supeditados a intereses editoriales o amistosos (o ambas cosas)...
Lo cierto es que con todo este surtido variado de fauna crítica del más variado pelaje que opina, juzga, critica y reseña en prensa y publicaciones literarias, libros escritos por otros, el lector navega a menudo a la deriva, confundido y titubeante, sin saber exactamente si las críticas y reseñas que lee son rigurosas, justas o simplemente, buenas.

"En tierras de ficción" recoge una variada y completa selección de textos de Robert Saladrigas, veterano escritor, periodista y crítico catalán cuya larga trayectoria en el campo de las reseñas literarias sigue hoy en día, en plena forma y con espléndido acierto, como puede leerse cada semana en el suplemento "Culturas" del diario "La Vanguardia".

Decía Saladrigas en la presentación de esta obra ( que sería una continuación y complemento del libro "De un lector que cuenta. Impresiones sobre la narrativa extranjera contemporánea. De Thomas Mann a Jonathan Franzen" que publicó hace unos años también en Menoscuarto), que los criterios a la hora de escribir críticas en los diarios deben ser forzosamente distintos de los elegidos para escribir en publicaciones especializadas, estrictamente literarias. Estas últimas son leídas por un público muy concreto, presuntamente conocedor del código literario, por lo que puede establecer una complicidad y un entendimiento inmediato con el lenguaje y el contenido que utiliza el crítico. En la prensa generalista, el crítico desconoce el público a quién va a dirigirse lo que hará necesario hacer críticas más asequibles a todos. Y este esfuerzo, el lector medio seguro que lo aprecia y lo agradece.

Saladrigas consigue en sus críticas rigurosidad y sencillez a partes iguales. Además de ser evidente su bagaje como escritor, por su estilo cuidado y su prosa trabajada, consigue algo que a menudo los críticos olvidan: ser claro, hacerse entender con facilidad, olvidar florituras estilísticas innecesarias y expresar sus impresiones personales sobre los libros reseñados, basándose en una buena argumentación, sintetizando se manera dosificada pero suficiente, las tramas, y sobre todo, siendo capaz de transmitir al lector de sus reseñas, la pasión y el placer por la lectura.

Desconozco si el Sr. Saladrigas "está casado" o tiene algún tipo de interés personal o editorial con los autores de las obras que reseña, pero me atrevería a apostar que no. Que lo suyo es pura pasión lectora, sinceridad visceral y ganas de compartir sus intensas y gratificantes experiencias lectoras con todos.

No hay más recomendación posible que la de invitar a leer y a seguir el trabajo crítico de Saladrigas, en prensa, en revistas literarias y en este espléndido "En tierras de ficción", sin duda, una fuente de consulta inagotable de la que saldremos seguro, algo más cultos, más sensibles y mejores lectores.