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martes, 23 de junio de 2015

Fragmento de "El Gran Gatsby"

“Abrimos al azar una puerta que parecía importante y entramos en una biblioteca gótica, de techos altos y paredes recubiertas de roble inglés tallado, probablemente transportada completa desde alguna ruina de ultramar.
Un individuo corpulento, de mediana edad, con gafas enormes y ojos de búho, algo borracho, se sentaba en el filo de una mesa grande y, titubeante, se concentraba en mirar los anaqueles de libros. Cuando entramos, giró sobre sí mismo, nervioso, y examinó a Jordan de pies a cabeza.
-¿Qué les parece? –preguntó con verdadero ímpetu.
-¿Qué?
Señaló hacia los libros con la mano.
-Eso. Y no tienen que molestarse en comprobarlo. Lo he comprobado yo. Son de verdad.
-¿Los libros?
Asintió.
-Absolutamente de verdad: tienen páginas y todas esas cosas. Pensé que serían de cartón hueco, resistente. Pero son absolutamente de verdad. Páginas y… Fíjense, déjenme que se lo demuestre.
Dando por sentado nuestro escepticismo, se precipitó hacia los estantes y volvió con el primer volumen de las Conferencias de Stoddard.
-¡Miren! –exclamó triunfalmente-. Es una pieza auténtica de material impreso. Había conseguido engañarme. Este tipo es un verdadero Belasco. ¡Qué triunfo! ¡Qué meticulosidad! Y también supo dónde pararse: las páginas están sin cortar, sin abrir. ¿Pero qué esperaban ustedes? ¿Qué querían?
Me arrebató el libro y lo devolvió corriendo a su estante, murmurando que si quitáramos un ladrillo toda la biblioteca podría venirse abajo.
-¿Quién les ha traído? –preguntó-. ¿O ustedes han venido por su cuenta? A mí me han traído. A casi todo el mundo lo traen.
Jordan lo miraba muy atenta, feliz, sin responder.
-A mí me ha traído una mujer que se llama Roosevelt –continuó-. La señora Claude Roosevelt. ¿No la conocen? Yo la conocí anoche, no sé dónde. Llevo casi una semana borracho, y pensé que sentarme un rato en una biblioteca a lo mejor me despejaba.
-¿Ha funcionado?
-Un poco, sí, creo. Todavía es pronto para decirlo. Sólo llevo aquí una hora. ¿Les he dicho lo de los libros? Son de verdad. Son…
-Nos lo ha dicho.
Le estrechamos la mano solemnemente y salimos.”

El Gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald 






viernes, 12 de junio de 2015

Discurso de Antonio Muñoz Molina en la entrega del Premio Príncipe de Asturias 2013

Discurso de Antonio Muñoz Molina en la entrega del Premio Príncipe de Asturias 2013

Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria. Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio. Un oficio, cualquier oficio, requiere una inclinación poderosa y un largo aprendizaje. Un oficio es una tarea que unas veces resulta agotadora o tediosa por la paciencia y el esfuerzo sostenido que exige, pero que también depara, cuando las cosas salen bien, momentos de plenitud, y permite entonces la recompensa de un descanso que es más placentero porque se siente bien ganado, al menos hasta cierto punto. Digo hasta cierto punto porque todo el que se dedica plenamente a un oficio sabe que siempre hay una distancia grande entre las mejores posibilidades de un proyecto y su realización, igual que hay descubrimientos con los que no se contaba. Un oficio es una tarea práctica: uno hace algo que le gusta y que a costa de aprendizaje y empeño ha logrado hacer con cierta garantía de solvencia, pero no lo hace para sí mismo, por mucho que esa tarea la haga a solas y que en el simple hecho de llevarla a cabo haya una satisfacción privada. El resultado que se obtiene de ella alcanza una existencia objetiva, independiente de quien la realizó, y pasa a integrarse beneficiosamente en las vidas de sus destinatarios: un instrumento musical o una partitura, una herramienta, una mesa, una historia, un cuaderno, un cuadro, un cuenco de barro, una fotografía, un hallazgo científico, un paso de danza, la cura de una enfermedad, un prodigio deportivo, un plato bien cocinado, una pirámide de alcachofas en el escaparate de una frutería.
Hay algunas singularidades en el oficio de escribir, como las hay en cualquier otro. La primera es que la necesidad humana que satisface es una de las más intangibles, aunque también una de las más universales: la de saber historias y la de contarlas, es decir, dar una forma inteligible al mundo mediante las palabras. Una historia, de ficción o no, propone un modelo universal de un cierto campo de la experiencia a partir de la observación de los datos particulares de la vida. Del mismo modo actúa el científico, elaborando modelos teóricos derivados de la observación y la experimentación, que sirvan, doblemente, para explicar y predecir. En las sociedades primitivas o antiguas el mito es el modelo de explicación y predicción de los comportamientos humanos. Nuestra variedad moderna del mito es la ficción, en todas sus variedades, desde las más banales, más toscas, más comerciales y efímeras, hasta las más hondas y exigentes, desde la telenovela y el videojuego a Don Quijote o Moby-Dick o a un cuento de mi querida Alice Munro.
Nos dedicamos, pues, a un oficio más antiguo y más útil de lo que parece. También a un oficio mucho más incierto. Porque en él, y esta es su segunda singularidad, la experiencia no ofrece ninguna garantía, y puede haber una divergencia escandalosa entre el mérito y el reconocimiento.
Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al suyo, y que sin esa dedicación no logrará completar nada de valor. Pero también sabe que la entrega, por sí misma, no garantiza la calidad del resultado, porque la experiencia y la dedicación pueden conducirlo al amaneramiento anquilosado y a la parodia de sí mismo. Y también sabe que lo mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado, y que lo que parecía mejor a veces se desmorona al cabo de muy poco tiempo, y que una extraña justicia tardía alumbra mucho tiempo después, sin compensación posible, al talento verdadero que no brilló en vida.
El desaliento ante las incertidumbres del oficio se acentúa más en tiempos de incertidumbres tan amargas como estos. Es difícil hablar de la perseverancia y el gusto del trabajo en un país en el que tantos millones de personas carecen angustiosamente de él. Es casi frívolo divagar sobre la falta de correspondencia entre el mérito y el éxito en literatura en un mundo donde los que trabajan ven menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios, en un país asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia, donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la conexión clientelar; un país donde las formas más contemporáneas de demagogia han reverdecido el antiguo desprecio por el trabajo intelectual y conocimiento.
Aun así, y dejando las responsabilidades de la ciudadanía en el lugar que les corresponde, el único remedio aceptable que conozco contra el desaliento del oficio es el oficio mismo. Escribir poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos. Escribir sin concederse la menor indulgencia. Escribir aceptando y disfrutando la soledad y agradeciendo el entramado de otros oficios fundamentales que lo convierten en uno de los oficios menos solitarios y más colectivos del mundo, como es solitario y colectivo el del músico y el del científico; agradeciendo el oficio del editor, del corrector de pruebas, del traductor, del librero, del crítico, el de otros escritores de los que uno aprende admirándolos, el oficio del que enseña a leer y del que trasmite en un aula el amor por la literatura; agradeciendo el oficio más placentero de todos, que es el del lector. Escribir con el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios que a las heridas. Escribir porque a pesar de todas las negaciones y las imposibilidades la escritura, como cualquier oficio, es sobre todo un acto de afirmación. Escribir porque sí.

En 1981 se entregaron por primera vez estos premios y vuestra alteza presidió en ellos su primer acto público. Aún se vivía entonces bajo el trauma sombrío y reciente de una tentativa de golpe de estado. En su discurso de agradecimiento, el poeta José Hierro aludió con alegría y alivio, pero también con plena conciencia del peligro, al “aire de libertad que respiramos”. Ese aire, a pesar de todos los pesares, lo seguimos respirando 32 años después, que constituyen el período más largo de libertad que se ha conocido en la historia entera de nuestro país. Es importante recordar estas cosas ahora, cuando el porvenir parece en muchas cosas tan incierto como entonces. En este tiempo se ha hecho adulta la generación entera que nacía por entonces, que es la de mis hijos. Sus vidas son ya más difíciles de lo que imaginábamos hace sólo unos años, pero es importante recordar que también aquellos tiempos de 1981 nos parecían amenazadores cuando nosotros los vivíamos. Y sin embargo no hemos dejado de respirar el aire de libertad que celebraba José Hierro. Sin esa respiración no habría sido posible la generación literaria a la que yo pertenezco. Incluso nos hemos acostumbrado tanto a ella que corremos el peligro de no saber ya apreciarla. Es nuestra responsabilidad salvar lo que ganamos gracias a que muchas personas hicieron y hacen bien sus oficios, privados y públicos; y también reflexionar con urgencia sobre todos los errores, todas las inercias y descuidos que necesitamos corregir. En esa tarea los oficios de las palabras podrán ser más útiles que nunca. 





domingo, 7 de junio de 2015

Dos novelas para subirnos la tensión...

"Un matrimonio perfecto" de Elizabeth von Arnim, novela escrita en 1921, y publicada en 2010 por la editorial Lumen  y "Vestido de novia" de Pierre Lemaitre de 2009 (publicada en España el año pasado por Alfaguara), son dos obras aparentemente con muy poco en común pero que acabo de leer, una tras otra y cada una, con su historia y desenlace me han dejado exhausta y conmovida como persona, pero satisfecha y agradecida como lectora.
Por una lado "Un matrimonio perfecto" es la segunda novela que leo de la prima de Katherine Mansfield que, aunque no tan famosa como ella, resulta ser una escritora aguda, incisiva y con un estilo narrativo ágil y bien resuelto.
Esta obra, que posiblemente conociera Daphne du Maurier y le inspirara su "Rebeca", también tiene, como la novela de la que el gran Alfred Hitchcock realizó una espléndida película, un viudo cuarentón desesperado por la muerte de una bella esposa cuya presencia se palpa en una mansión que bien podría ser Manderley; también hay una muchachita ingenua y dulce como aquella que encarnó en la gran pantalla Joan Fontaine, pero aquí no hay malvada ama de llaves ni una trama de suspense con final espectacular. 
La historia de Von Arnim es una meticulosa, terrible y acertadísima descripción de un caso de violencia psicológica que llega a ejercer un marido obsesivo hasta lo patológico en su joven esposa. Un tema que desafortunadamente sigue en plena vigencia en nuestros días.
Wemyss, este viudo pagado de sí mismo hasta el extremo, se nos va convirtiendo en un personaje absolutamente odioso, irritante y aborrecible hasta el extremo que a la vez, engancha al lector de tal manera que sólo espera ver cómo va a acabar toda esta historia. ¿Se saldrá con la suya este marido dominante hasta la crueldad?, ¿superará su debilidad la joven esposa y lo pondrá en su lugar?...Tendréis que haceros con la novela para saber las respuestas.
Y tras cargar las cervicales con una buena dosis de tensión, cayó en mis manos "Vestido de novia" de Lemaitre, y lo que en principio, parecía que iba a ser una entretenida novela policíaca ha resultado ser mucho más que eso. "Vestido de novia" es una compleja y brillantemente bien trabada historia en la que de nuevo, una pobre incauta se ve sometida a la voluntad de un personaje tan inteligente como enfermizo que convierte su vida en una auténtica pesadilla.
Esta novela se empieza a leer con desconcierto, sin saber demasiado bien qué y por qué está pasando lo que está pasando, pero poco a poco, la información que nos llega de la historia a partir de nuevas perspectivas nos va aclarando la trama y nos va atrapando como una sutilísima y letal tela de araña de la que resulta imposible escapar.
Sin aliento y ya, sin una sola cervical en condiciones, la novela de Lemaitre no permite un solo minuto de respiro al lector. Acabamos la última página dejando escapar un suspiro. Como os decía al principio, me ha dejado agotada a nivel personal, pero muy satisfecha como lectora.
Os recomiendo ambas novelas, cada una a su estilo pero magníficas las dos. 
Un consejo: no las leáis seguidas como yo o sufriréis una sobredosis de tensión de la que tardaréis en recuperaros...







martes, 2 de junio de 2015

Canciones de amor a quemarropa

"Canciones de amor a quemarropa" de Nickolas Butler, publicada por Libros del Asteroide nos plantea una novela coral en la que varios amigos serán los distintos narradores de la historia reconstruyendo su pasado y hablándonos de su presente, cada uno desde su propia experiencia y su personal punto de vista.

No es un planteamiento nuevo ni especialmente original pero es una estructura narrativa que siempre suele funcionar porque le da a la historia agilidad, dinamismo, ritmo y una variedad de perspectivas que siempre enriquecen y complementan la información que el lector extrae del texto.

La lectura de "Canciones..." es fácil, rápida y una vez terminada, uno se pregunta qué tiene de especial esta novela cuando, en el fondo, lo que cuenta y los protagonistas nos recuerdan a tantos otros ya leídos o incluso vistos en alguna que otra película basada en las relaciones de amor, amistad y odio de un grupo de viejos amigos.
Quizá sea el tono en que está escrita. Da la sensación de que es un texto sin grandes pretensiones, pero sincero, bien narrado, con diálogos bastante creíbles y situaciones y personajes verosímiles (lo cual es de agradecer en este tipo de novelas). Y esa sencillez narrativa que les da autenticidad y empatía a los protagonistas consigue muy buenos resultados.

Imposible no recordar a "Libertad" de Jonathan Franzen por las semejanzas de algunos personajes (Lee recuerda a Richard, Henry a Walter y Beth a Patty), pero las similitudes acaban ahí. Si Franzen aspira a escribir la Gran Novela Americana y el texto resultante es extremadamente ambicioso (discutible es si "Libertad" está o  no sobrevalorada, pero eso merecería reseña a parte), Butler solo aspira a escribir un canto acerca de la amistad por encima de todos los avatares y desventuras que van acaeciendo a lo largo de la vida de cualquiera de nosotros.

Amores, odios, celos, envidias,  simpatías, dificultades económicas, accidentes, triunfos, fracasos...relaciones humanas en todas sus variaciones, superadas todas gracias a saber reconocer lo auténtico y verdaderamente importante que sustenta la vida de estos cuatro amigos de un pequeño pueblo de Wisconsin y que es válido y aplicable a todos y cada uno de nosotros, seamos de dónde seamos, y estemos dónde estemos: hablamos de las raíces, las pequeñas cosas cotidianas, el amor y por encima de todo, la amistad.

Una novela, en definitiva, de lectura agradable, amena y bien escrita a la que vale la pena prestarle atención.