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sábado, 31 de enero de 2015

Charla Anne Perry en BCNEGRA

"Del Londres victoriano a la Primera Guerra Mundial". Así se titulaba la charla que Anne Perry ofreció ayer, 30 de enero, en la Biblioteca Jaume Fuster, acompañada de Paco del Pino.
Relajada, con suaves maneras y una emoción creciente al hablar sobre todo del periodo de la Gran Guerra, Perry nos ofreció una charla distendida e interesante sobre su obra y su manera de entender la vida.
No sabríamos decir si entre el público alguno no conocía su obra y fue a la charla por curiosidad, pero apostaríamos que si así fue, salió convencido y conquistado por esta escritora inglesa que cuenta que una buena legión de adeptos más que convencidos de su talento. También quedó claro (diríamos que demasiado) que del Pino es un admirador de Perry, y que conoce bien su obra, pero podría haber abreviado sus intervenciones, dejando más tiempo a esta gran dama de la novela negra (histórica, psicológica...y ¿por qué no? simplemente, gran narradora), para profundizar más en su charla.
Estas fueron algunas de sus frases y reflexiones con las que nos hizo pasar a todos poco más de una hora, interesante y amena a partes iguales, dejándonos una grata impresión, no sólo como escritora, si no también como persona...

"Hablar de historia es hacer un viaje lleno de colores"

"La época victoriana fue una época de tremendos contrastes. Viajar en la historia es como mirarse en un espejo y verse desde otra perspectiva(...)Es como si entráramos en la puerta de al lado y de pronto volviésemos a nuestra propia habitación. Pensamos que las cosas espantosas que pasaban entonces, no pasan ahora, y no es cierto. En aquella época, los ingleses pensábamos que eramos los amos del mundo"

"Mi satisfacción como escritora reside en tocar a alguien que se cree por encima del Bien y del Mal, poder hacer caer a alguien que está o se cree muy por encima de todos. Me gusta tocar la fibra sensible de alguien fuerte.Tocar la fibra sensible del pobre es muy fácil, me divierte más tocar la del poderoso."

"Escribo para hacer preguntas de las cuales no sé las respuestas"

"Hacer alguna cosa que te importa es clave en la vida"

"No escribo nunca sobre un personaje que no me interese"

"Hay que entenderlo todo, todo tiene un motivo, todos tenemos un pasado"

"Me gusta hablar y escuchar a la gente. El estudio de la Humanidad, pasa por la Humanidad misma. Para ser mejores personas hemos de empatizar con todos. Hay que tratar siempre de entender a la gente"

"La libertad que tenemos en nuestra sociedad actual, la tenemos a costa de haber pagado un alto precio por ella.Esto hay que recordarlo siempre y transmitirlo" (Refiriéndose a la Primera Guerra mundial)

""Lo que pienso lo sigue mejor mi mano que el ordenador. Escribo con pluma y tinta azul. Si escribiera con ordenador, tendría que pensar de otra manera."

Sobre una posible adaptación cinematográfica de la saga de Pitt, comentó: "Seguro que el actor que propongan para el personaje estará bien, siempre y cuando se implique, sienta y viva al personaje"

Perry está reescribiendo una novela histórica ambientada en la época de la Inquisición española: "La libertad de creer según tus propias convicciones no tiene precio, y nadie tiene derecho a imponerle a otro sus creencias (...) Pero con la libertad viene también la responsabilidad. No puedes hacer aquello que quieres sin asumir las posibles consecuencias"

Reconoció que su personaje favorito es el capellán castrense de la serie ambientada en la Primera Guerra Mundial : "Amo a este personaje y al sentido de su vida: "No te dejaré". En situaciones extremas y difíciles , que todos pasamos alguna vez, es importante que no te digan que no pasa nada, simplemente que te acompañen durante ese mal momento"






viernes, 30 de enero de 2015

Eclipse, John Banville

Poca gente podrá llevarnos la contraria si afirmamos con plena convicción, y conocimiento de causa, que John Banville es uno de los mejores escritores del panorama literario actual.
Evidentemente, puede gustar o no su estilo, pueden interesar o no sus argumentos, pueden convencer o no sus personajes, pero es indiscutible su extraordinario talento como narrador y su exquisito dominio estilístico.
Tras haber leído y saboreado "El mar", "Los infinitos", "Antigua luz"...así como diferentes novelas policíacas firmadas bajo su pseudónimo de Benjamin Black, nos declaramos absolutamente adeptos de este escritor inglés de verbo brillante y factura impecable.
Leída ahora "Eclipse", publicada recientemente por Alfaguara (a pesar de que Anagrama ya la publicó en el año 2000), hemos vuelto a caer en las redes de su prosa tejida con la precisión de un orfebre y la planificación de un certero estratega.
La portada de la novela, difuminada y sugerente,  ya es toda una invitación para entrar en el universo personal e intimista de Banville.
El argumento, como la fotografia de la portada, casi se desvanece como simple pretexto para que el autor despliegue todo su impecable y potente dominio narrativo.
Es un ejercicio de introspección y vuelta a los orígenes que el protagonista lleva a cabo para intentar dar respuestas convincentes a su presente desconcertante y a su incierto futuro. Un tema recurrente en Banville y que resuelve con nota, una vez más.
Presente y pasado, realidad y ensoñación, todo se mezcla y se funde para construir y reconstruir la identidad del protagonista, en una trama que desembocará irremediablemente en tragedia.
Y es que..."La vida, la vida es siempre una sorpresa. Justo cuando crees que le has pillado el tranquillo, que te has aprendido el papel a la perfección, a alguien del reparto la da por ponerse a improvisar, y toda la maldita función acaba en caos." (p.151)
Dejemos que baje el telón y disfrutemos de la lectura de "Eclipse".



Sobre la lectura, Marcel Proust

"Una vez leída la última página, el libro estaba acabado. Había que frenar la loca carrera de los ojos y de la voz que los seguía en silencio, deteniéndose únicamente para volver a tomar aliento con un profundo suspiro. Entonces, para conseguir con otros movimientos calmar los tumultos desencadenados en mí desde hacía tanto tiempo, me levantaba, me ponía a andar a lo largo de la cama, con los ojos todavía fijos en algún punto que en vano hubiéramos buscado dentro de la habitación o fuera de ella pues estaba situado a una distancia anímica, una de esas distancias que no se miden por metros o por leguas, como las demás, y que es por otra parte imposible confundir con ellas cuando se mira a los ojos "perdidos" de aquellos que están pensando "en otra cosa". Entonces, ¿qué es lo que pasaba? ¿Aquel libro no significaba nada más? Aquellos seres a los que habíamos prestado más atención y ternura que a las personas de carne y hueso, no atreviéndonos nunca a confesar hasta qué punto los amábamos, e incluso cuando nuestros padres nos sorprendían leyendo y parecían reírse de nuestra emoción, cenando el libro con una indiferencia afectada o un aburrimiento fingido; aquellas personas por las que habíamos temblado de emoción y sollozado, no volveríamos a verlas, no volveríamos a saber ya nada de ellas ... Nos hubiera gustado tanto que el libro continuara y, en el caso de que esto fuera imposible, saber alguna cosa más de todos aquellos personajes, conocer algo de sus vidas, emplear la nuestra en cosas que no fuesen tan ajenas al amor que nos habían inspirado y cuyo objeto de pronto nos faltaba, no haber amado en vano, durante una hora, a unos seres que mañana no serían más que un nombre sobre una página olvidada, en un libro sin relación con la vida y sobre cuyo valor nos habíamos equivocado completamente puesto que su función aquí en la tierra, ahora lo comprendíamos y nuestros padres nos lo hubieran hecho saber, si hubiera sido preciso, con una frase desdeñosa, no era en absoluto, como habíamos creído, la de contener el universo y el destino, sino la de ocupar un lugar bastante limitado en la biblioteca...
Y es ésta, efectivamente, una de las grandes y maravillosas cualidades de los bellos libros (y que nos hará comprender el papel a la vez esencial y limitado que la lectura puede desempeñar en nuestra vida espiritual) algo que para el autor podría llamarse "Conclusiones" y para el lector "Incitaciones". Somos conscientes de que nuestra sabiduría empieza donde la del autor termina, y quisiéramos que nos diera respuestas cuando todo lo que puede hacer por nosotros es excitar nuestros deseos. Y esos deseos, él no puede despertárnoslos más que haciéndonos contemplar la suprema belleza que el último esfuerzo de su arte le ha permitido alcanzar. Pero por una singular ley, providencial por añadidura, de la óptica de la mente (ley que significa tal vez que no podemos recibir la verdad de nadie y que debemos crearla nosotros mismos), aquello que es el término de su sabiduría no se nos presenta más que como el comienzo de la nuestra, de manera que cuando ya nos han dicho todo lo que podían decirnos surge en nosotros la sospecha de que todavía no nos han dicho nada. Por lo demás, si les planteamos cuestiones que no pueden resolver, les estamos pidiendo también respuestas que no nos aclararían nada. Pues no es más que una consecuencia del amor que los poetas despiertan en nosotros por lo que concedemos una importancia literal o cosas que no son para ellos más que la expresión de emociones personales…
Tal es el valor de la lectura y ésta es también su insuficiencia. Es conceder un papel demasiado grande, a lo que no es más que una iniciación, erigirla en disciplina. La lectura se encuentra en el umbral de la vida espiritual; puede introducirnos en ella; pero no la constituye…
Mientras la lectura sea para nosotros la iniciadora cuyas llaves mágicas nos abren en nuestro interior la puerta de estancias a las que no hubiéramos sabido llegar solos, su papel en nuestra vida es saludable…
Sin duda, la amistad, la amistad que con respecto a los individuos es algo frívolo, y la lectura es una amistad. Pero al menos es una amistad sincera, y el hecho de que se profese a un muerto, a un ausente, le da algo de desinteresado, algo casi conmovedor. Se trata además de una amistad desprovista de todo aquello que afea las demás amistades. Como en el fondo todos nosotros, los vivos, no somos más que muertos que todavía no hemos entrado en funciones, todos esos cumplidos, todas esas reverencias en el vestíbulo que llamamos deferencia, gratitud, afecto, con las que mezclamos tantas mentiras, son inútiles y fastidiosas. Más aún –desde las primeras relaciones de simpatía, de admiración, de agradecimiento–, las primeras palabras que pronunciamos, las primeras cartas que escribimos, tejen a nuestro alrededor los primeros hilos de un entramado de hábitos, de una manera de comportarnos, de los que ya no podremos desembarazarnos en las amistades siguientes; sin contar que durante todo ese tiempo las palabras excesivas que hayamos pronunciado permanecen como letras de cambio que deberemos pagar, o que pagaremos más caro todavía con toda una vida de remordimientos el haber dejado protestarlas. En la lectura, la amistad a menudo nos devuelve su primitiva pureza. Con los libros, no hay amabilidad que valga. Con estos amigos, si pasamos la velada en su compañía, es porque realmente nos apetece. A menudo tener que dejarlos contra nuestra voluntad. Y una vez nos hemos ido, ni sombra de esos pensamientos que echan a perder la amistad: ¿Qué habrán pensado de nosotros? –¿No habremos estado faltos de tacto? –¿Hemos gustado?, y el miedo a que prefieran a cualquier otro. Todos estos sobresaltos de la amistad desaparecen en el umbral mismo de esta amistad pura y tranquila que es la lectura ... cuando nos aburre, no nos preocupa parecer aburridos, y cuando estamos definitivamente cansados de su compañía, le devolvemos a su sitio sin miramientos ... La atmósfera de esta amistad pura es el silencio, más puro que la palabra. Pues solemos hablar para los demás, y en cambio nos callamos cuando estamos con nosotros mismos. Además el silencio no lleva, como la palabra, la marca de nuestros defectos, de nuestros fingimientos. El silencio es puro, es realmente una atmósfera. Entre el pensamiento del autor y el nuestro no interpone esos elementos irreductibles, refractarios al pensamiento, de nuestros diferentes egoísmos. El lenguaje mismo del libro es puro (si el libro merece este nombre), transparente merced al pensamiento del autor que le ha aligerado de todo lo accesorio hasta conseguir su imagen fiel; cada frase, en el fondo, se parece a las otras, pues todas son pronunciadas con la misma inflexión de una personalidad; de ahí esa especie de continuidad, que las relaciones de la vida y aquellos elementos extraños que se mezclan con el pensamiento excluyen, permitiendo enseguida seguir la línea misma del pensamiento del autor, los rasgos de su fisonomía que se reflejan en este sereno espejo. 
A veces nos encontramos a gusto en su compañía sin necesidad de que sean admirables, pues supone un gran placer para el espíritu contemplar estas pinturas profundas y profesarles una amistad sin egoísmo, sin frases hechas, desinteresada…" 

Sobre la lectura, Marcel Proust


Pintura de Karen Hollingsworth 



miércoles, 28 de enero de 2015


LAS COSAS QUE NO HACEMOS
         

   Me gusta que no hagamos las cosas que no hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a la cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos, su resplandor nos alcanzase. Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo que prefiero de compartir la vida. La maravilla abierta en otra parte. Las cosas que no hacemos.

Andrés Neuman, "Hacerse el muerto", Páginas de Espuma 




Aniversario del fallecimiento de Astrid Lindgren

El 28 de enero de 2002 fallecía en Estocolmo, la escritora sueca Astrid Lindgren.Gran defensora de los animales y de las teorías feministas, su obra más conocida es probablemente la serie de novelas infantiles de "Pippi Langstrum" ("Pipi Calzaslargas" en nuestros lares), sobre la que se rodó una serie de televisión no menos famosa en los años 70.

Una niña llamada Pippi Calzaslargas

1. La primera enfant terrible: Pippi Calzaslargas

Extraído del libro Historia portátil de la literatura infantil, de Ana Garralón (Madrid, Anaya, 2001. Colección La sombra de la palabra).
«Yo no fui tan feliz como Pippi pues mi vida de repente se detuvo.

Y crecí.»

Astrid Lindgren, celebrando el cincuentenario de Pippi.

La pedagogía y los valores educativos existentes hasta mediados del siglo XX adquirieron nuevas dimensiones en las sociedades democráticas que cuestionaban la validez de dichos valores. En Suecia se produjo, en los años treinta, una gran discusión sobre los métodos pedagógicos, en la que participaron docentes, instituciones y padres de familia. En 1941, Astrid Lindgren (1907), sensibilizada por el tema y contraria a las prácticas educativas autoritarias del momento, preparó un manuscrito con las historias que le contaba a su hija por las noches. Aquel texto, primera versión de lo que sería Pippi Calzaslargas, fue rechazado por numerosas editoriales debido a su atrevida defensa de métodos antiautoritarios.
Lo que Lindgren propuso con este libro fue una nueva forma de mirar la infancia. Pippi es una niña todopoderosa, descarada, divertida y de gran vitalidad, que consigue organizarse muy bien sin padres. La autora fue consciente de la provocación de su novela, pues dirigió el manuscrito a las editoriales añadiendo la nota: «Con la esperanza de que no alarmen a la Oficina del Menor».
¿Y qué era eso que tanto podía alarmarles y que impulsaba a las editoriales a devolverle el manuscrito? Por un lado, la subversión explícita: una niña que vive sola sin la tutela de los adultos, que hace lo que le place y no tiene miedo a enfrentarse a las autoridades, a las que controla gracias a su ingenio. Por otro, el cuestionamiento de los métodos educativos que buscaban convertir a los niños en modelos de bondad y obediencia, tal y como son Tommy y Anika, los dos amigos que comparten juegos con Pippi. Por si todo esto fuera poco, la protagonista era una niña activa e independiente, algo absolutamente inusual en la época. Y para rematar, el sentido del humor y la lógica llevada a su extremo más absurdo lo convirtieron en un atrevido libro.
Foto
Astrid Lindgren
Cuando fue publicado en 1945, los niños estuvieron de su parte: el rotundo éxito significó la dedicación en exclusiva de la autora a la escritura y la aparición de dos historias más sobre Pippi. Lindgren diversificaría posteriormente su obra con novelas policíacas (Los niños del pueblo de Boucam, 1947-1952), históricas (Rasmus y el vagabundo, 1956) y familiares (Mío, mi Mío, 1954; Ronja, la hija del bandolero, 1981).
Pero su creación más fresca y original, así como la que más fuerza tiene todavía, sigue siendo la irreverente Pippi, que, en los años setenta, el movimeinto feminista rescató como modelo.

2. La niña más fuerte del mundo

Fragmento de la entrevista "Cerca de los niños y de la naturaleza: Astrid Lindgren en una velada literaria organizada por Círculo de Lectores", realizada por Lourdes Mir para la revista Primeras Noticias. Literatura Infantil y Juvenil N° 122 (Barcelona, diciembre-enero de 1994).
"¿En alguna ocasión se le ha censurado al traducir un libro la actitud de alguno de sus personajes?"
"En general mis libros no han sido censurados en ningún país. Pero recuerdo un par de anécdotas, ambas relacionadas con el personaje de Pippi Calzaslargas.
Una vez en Suecia un catedrático de literatura leyó el libro con su hija y dijo que Pippi Calzaslargas era la niña más desagradable que había conocido.
Dibujo
Pippi Calzaslargas en versión de la ilustradora Ingrid Vang Nyman
Y cuando en 1962 la editorial francesa Hachette quiso publicar Pippi, lo censuró tan duramente que convirtieron a Pippi en una niña buena, incapaz de hacer ninguna travesura. Eliminaron por ejemplo la escena en que Pippi pone toda la cara dentro de un pastel y tampoco aceptaron que Pippi fuera una niña tan fuerte capaz de levantar un caballo, pues los niños franceses eran tan realistas que nunca lo creerían. Entonces me propusieron que en lugar de un caballo levantara un pony. Yo les dije que accedería a su propuesta si me enviaban una fotografía con una niña francesa levantando un pony."
"¿Y la crítica fue benevolente?"
"La crítica en general era muy positiva y lo encontraban muy divertido. Pensé que tenía que leerlo y comprobar si era tan divertido como decían. Me puse a leer mi propio libro y no lo encontré nada divertido. Entonces mi marido me dijo: ‘Si no te ríes es que no tienes sentido del humor’. Yo le contesté que nunca lo había tenido."
"¿Las características físicas que identifican a Pippi fueron obra del primer ilustrador del personaje?"
"No, en el libro ya se resalta que tiene que tener pecas y el tipo de vestido que lleva. De todas maneras Ingrid Vang Nyman, la primera ilustradora de Pippi, se parecía mucho a ella, era pelirroja y también tenía pecas."

martes, 27 de enero de 2015

Los desterrados de Poker Flat

En el siglo XIX, algunos autores norteamericanos intentaron reivindicar el género del western, de origen claramente popular y poco valorado literariamente. Uno de estos autores fue Bret Harte, famoso como poeta y sobre todo por sus crónicas y relatos en los cuales aparecen todos los temas e iconografía del "Lejano Oeste" o Far West : el mundo ganadero, las diligencias, los bandidos, los pueblos mineros, los saloones, los tahúres, los ganaderos y vaqueros, los sheriffs, las chicas, los pioneros, los indios... Todo ello tratado con un toque paródico y un estilo literario muy por encima del empleado para este tipo de género. 
Una buena muestra es este cuento, "Los forajidos de Poket-Flat"(o en esta traducción, "Los desterrados de Poker Flat") con un argumento y un desenlace de lo más kafkiano y con unos personajes prototípicos pero que dedican una parte de su tiempo en el destierro leyendo a Homero...



Los desterrados de Poker-Flat
Por Francis Bret Harte

Al poner el pie don Jorge, jugador de oficio, en la calle Mayor de Poker-Flat, en la mañana del día 22 de noviembre de 1850, presintió ya que, desde la noche anterior, se efectuaba un cambio en la atmósfera moral de la población. Algunos grupos donde se conversaba gravemente, enmudecieron cuando se acercó y cambiaron miradas significativas. Era de notar que dominaba en el aire una tranquilidad dominguera; lo cual en un campamento poco acostumbrado a la influencia del domingo, parecía de mal agüero, y sin embargo, la cara tranquila y hermosa de don Jorge no reveló el menor interés por estos síntomas. ¿Tenía conciencia acaso de alguna causa predisponente? Eso era cosa distinta.
—Sospecho que van tras de alguno—pensó;—tal vez tras de mí. 
Introdujo en su bolsillo el pañuelo con que había sacudido de sus botas el encarnado polvo de Poker-Flat, y con entera calma desechó de su mente toda conjetura.
La verdad era que Poker-Flat andaba tras de alguno. Había sufrido recientemente la pérdida de algunos miles de pesos, de dos caballos de valor y de un ciudadano preeminente, y en la actualidad pasaba por una crisis de virtuosa reacción, tan ilegal y violenta como cualquiera de los actos que la originaron. El comité secreto había resuelto expulsar de su seno todo miembro podrido. Se practicó esto de un modo permanente, respecto a dos hombres que colgaban ya de las ramas de un sicomoro, en la hondonada, y de un modo temporal con el destierro de otras varias personas de pésimos antecedentes. Es sensible tener que decir que algunas de éstas eran señoras; pero en descargo del sexo, debo advertir que su inmoralidad era profesional y que sólo ante un vicio tal y tan patente se atrevía Poker-Flat a erigirse en inflexible tribunal.
A don Jorge le sobraba razón al suponer que estaba él incluido en la sentencia. Alguien del comité había insinuado la idea de ahorcarlo, como ejemplo tangible y medio seguro de reembolsarse, a costa de su bolsillo, de las sumas que les había ganado.
—No es justo —decía Simón Velero— dejar que ese joven de Campo Rodrigo, extranjero por sus cuatro costados, se lleve nuestros ahorros.
Sin embargo, un imperfecto sentimiento de equidad, emanado de los que habían tenido la buena suerte de limpiar en el juego a don Jorge, acalló las mezquinas preocupaciones de los más irreductibles.
Don Jorge recibió el fallo con filosófica calma, tanto mayor en cuanto sospechaba ya las vacilaciones de sus juzgadores. Era muy buen jugador para no someterse a la fatalidad. En su sentir, la vida era un juego de azar y reconocía el tanto por ciento usual en favor del banquero. Una escolta de hombres armados acompañó a esa escoria social de Poker-Flat hasta las afueras del campamento. Formaban parte de la partida de los expulsados, además de don Jorge, reconocido como hombre decididamente resuelto, y para intimidar al cual se había tenido cuidado de armar el piquete, una joven conocida familiarmente por la Duquesa, otra mujer que se había ganado el título de madre Shipton, y el tío Billy, sospechoso de robar filones y borracho empedernido. La cabalgada no excitó comentario alguno de los espectadores, ni la escolta dijo la menor palabra. Solamente cuando alcanzaron la hondonada que marcaba el último límite de Poker-Flat, el jefe habló cuatro palabras en relación con el caso: el que desease conservar su vida, no debía poner más los pies en Poker-Flat.
Luego, cuando se alejaba la escolta, los sentimientos comprimidos se exhalaron en algunas lágrimas histéricas por parte de la Duquesa, en injurias por la de la madre Shipton y en blasfemias que, como flechas envenenadas, lanzaba el tío Billy. Tan sólo el estoico don Jorge permanecía mudo. Escuchó impasible los deseos de la madre Shipton de sacar el corazón a alguien, las repetidas afirmaciones de la Duquesa de que se moriría en el camino, y también las alarmantes blasfemias que al tío Billy parecían arrancarle las sacudidas de su cabalgadura. Para no desmentir la franca galantería de los de su clase, insistió en trocar su propio caballo, llamado El Cinco, por la mala mula que montaba la Duquesa; pero ni aun esta acción despertó simpatía alguna entre los de la comitiva errante. La Duquesa arregló sus ajadas plumas con cansada coquetería; la madre Shipton miró de reojo con malevolencia a la posesora de El Cinco, y el tío Billy no perdonó a ninguno de la partida con sus diatribas.
De todos modos, el camino de Sandy-Bar, campamento que en razón de no haber experimentado aún la regeneradora influencia de Poker-Flat, parecía ofrecer algún aliciente a los emigrantes, atravesaba una escarpada cadena de montañas, y ofrecía a los viajeros una jornada bastante regular. En aquella avanzada estación, la partida pronto salió de las regiones húmedas y templadas de las colinas, al aire seco, frío y vigoroso de las sierras. El sendero era estrecho y dificultoso; hacia el mediodía, la Duquesa, dejándose caer de la silla de su caballo al suelo, manifestó su resolución de no continuar más allá.
El paraje era singularmente imponente y salvaje. Un anfiteatro poblado de bosque, cerrado en tres de sus lados por rocas cortadas a pico en el desnudo granito, se inclinaba suavemente sobre la cresta de otro precipicio que dominaba la llanura. Sin duda alguna, era el punto más a propósito para un campamento, si hubiera sido prudente el acampar. Pero don Jorge, que no perdía fácilmente su orientación, sabía que apenas habían hecho la mitad del viaje a Sandy-Bar, y la partida no estaba equipada ni provista para hacer alto. Sin embargo, no hizo más que recordar esta circunstancia a sus compañeros acompañándola de un comentario filosófico sobre la locura de tirar las cartas antes de acabar el juego. Estaban provistos de licores, y en esta contingencia suplieron la comida y todo lo demás de que carecían. A pesar de su protesta, no tardaron en caer en mayor o menor grado bajo la influencia del alcohol.
La madre Shipton se echó a roncar; el tío Billy pasó rápidamente del estado belicoso al de estupor y la Duquesa quedó como aletargada. Sólo don Jorge permaneció en pie, apoyado contra una roca, contemplándolos con tranquilidad, pues don Jorge no bebía; esto hubiera perjudicado a una profesión que requiere cálculo, impasibilidad y sangre fría; en fin, para valernos de su propia frase, no «podía permitirse este lujo».
Contemplando a sus compañeros de destierro y al filosofar sobre el aislamiento nacido de su oficio, sobre las costumbres de su vida y sobre sus mismos vicios, se sintió oprimido por primera vez. Procedió a quitar el polvo de su traje negro, a lavarse las manos y cara y a practicar otros actos característicos de sus hábitos de extremada limpieza, y por un momento olvidó su situación. No incurrió jamás en la pecaminosa idea de abandonar a sus compañeros, más débiles y dignos de lástima; pero, sin embargo, echaba de menos aquella excitación que, extraño es decirlo, era el mayor factor de la tranquila impasibilidad de que gozaba. Examinaba embebido las tristes murallas que se elevaban a mil pies de altura, cortadas a pico, por encima de los pinos que lo rodeaban; el cielo cubierto de amenazadoras nubes, y más abajo el valle que se hundía ya en la sombra, cuando oyó de repente que lo llamaban. Un jinete ascendía poco a poco por el camino. No tardó mucho en reconocer en la franca y animada cara del recién venido a Tomás Búfalo, llamado el Inocente de Sandy-Bar. Le había encontrado hacía algunos meses en una partidilla, donde con la mayor legalidad ganó al cándido joven toda su fortuna, que ascendía a unos cuarenta dólares. Después que hubo terminado la partida, don Jorge se retiró con el joven especulador detrás de la puerta, y allí le dijo estas o parecidas palabras:
—Tomás, eres un buen muchacho, pero no sabes jugar ni por valor de un centavo; no lo pruebes otra vez si has de seguir mis consejos.
Y diciendo esto, le devolvió su dinero, lo empujó suavemente fuera de la sala de juego, y así hizo de Tomás, más que un amigo, un esclavo.
El entusiasta y cordial saludo que Tomás dirigió a don Jorge, recordaba este generoso acto. Según dijo, iba a tentar fortuna en Poker-Flat.
—¿Solo?
—Completamente solo, no: a decir verdad (aquí se rio), se había escapado con Flora Vods. ¿No recordaba ya don Jorge a Flora Vods, la que servía la mesa en el Hotel de la Templanza? Hacía tiempo ya que seguía en relaciones con ella, pero el padre, Jaime Vods, se opuso; de manera que se escaparon e iban a Poker-Flat a casarse, y ¡hételos aquí! ¡Qué fortuna la suya en encontrar un sitio donde acampar en compañía tan agradable!
La conversación quedó interrumpida al aparecer Flora Vods, muchacha de quince años, rolliza y de buena presencia; salía de entre los pinos, donde se ocultara ruborizándose y se adelantaba a caballo hasta ponerse al lado de su prometido.
No era don Jorge hombre a quien le preocupasen las cuestiones de sentimiento y aún menos de las de conveniencia social, pero instintivamente comprendió las dificultades de la situación. No obstante, tuvo suficiente aplomo para largar un puntapié al tío Billy que ya iba a soltar una de las suyas, y el tío Billy estaba bastante sereno para reconocer en el puntapié de don Jorge un poder superior que no toleraría guasas de ningún género. Se esforzó después en disuadir a Tomás de que acampara allí; pero fue inútil. Le previno que no tenía provisiones ni medios para establecer un campamento; pero, por desgracia, el Inocente desechó estas razones asegurando a la partida que iba provisto de un mulo cargado de víveres, y descubriendo además una como tosca imitación de choza abierta al lado del camino.
—Flora podrá ocuparla con la señora de Jorge —dijo el Inocente, señalando a la Duquesa.
—Yo ya me las compondré.
Pronunciadas estas palabras, le fue preciso a don Jorge toda su energía para impedir que estallase la risa del tío Billy, que aún así hubo de retirarse a la hondonada para recobrar la formalidad. Allí confió el chiste a los altos pinos, golpeándose repetidas veces los muslos con las manos, entre las muecas, contorsiones y blasfemias que en él eran tan comunes. A su regreso encontró a sus compañeros sentados en amistosa conversación alrededor del fuego, pues el aire había refrescado en extremo y el cielo se cubría de espesos nubarrones. Flora estaba hablando de una manera expansiva con la Duquesa, que la escuchaba con un interés y animación que desde hacía mucho tiempo no había demostrado.
Búfalo discurría con igual éxito junto a don Jorge y a la madre Shipton, que se mostraba amable hasta cierto punto.
—¿Es este caso una tonta partida campestre? —dijo el tío Billy para sus adentros con desprecio, contemplando el silvestre grupo, las oscilaciones de la llama y las caballerías atadas.
De pronto, una idea se mezcló con los vapores alcohólicos que enturbiaban su cabeza. La idea sería seguramente chistosa, pues se golpeó otra vez los muslos y se metió un puño en la boca para contener la risa.
Lentamente las nubes se deslizaron por la montaña arriba, una ligera brisa cimbreó las copas de los pinos y aulló a través de sus largas y tristes hondonadas. La ruinosa choza, toscamente reparada y cubierta con ramas de pino, fue cedida a las señoras. Los novios, al separarse, cambiaron un beso tan puro y apasionado, que el eco pudo repetirlo en los vecinos peñascos. La frágil Duquesa y la cínica madre Shipton estaban, probablemente, demasiado asombradas para burlarse de esta última prueba de candor, y se dirigieron sin decir palabra hacia la cabaña. Avivaron otra vez el fuego; los hombres se tendieron delante de la puerta, y pocos momentos después dormían todos a pierna suelta.
Don Jorge tenía el sueño ligero; antes de apuntar el día, despertó aterido de frío. Al remover con un tizón el moribundo fuego, el viento que soplaba entonces con fuerza llevó a sus mejillas algo que le heló la sangre: la nieve. Se dirigió sobresaltado a los que dormían con intención de despertarlos, pues no había tiempo que perder; pero al volverse hacia donde debía estar tendido el tío Billy, vio que éste había desaparecido.
Cruzó rápidamente por su mente una idea desagradable, y una maldición salió de sus labios. Voló hacia donde habían atado a los mulos: ya no estaban allí.
Mientras tanto, las sendas desaparecían rápidamente bajo la nieve que caía con profusión.
Por un momento quedó aterrado don Jorge, pero pronto se volvió hacia el fuego, con su serenidad acostumbrada. No despertó a los dormidos. El Inocente descansaba tranquilamente, con una apacible sonrisa en su rostro cubierto de pecas, y la virgen Flora dormía entre sus frágiles hermanas, como si le custodiaran guardianes angelicales. Don Jorge, echándose la manta sobre los hombros, se atusó el bigote y esperó la luz del mediodía, que vino poco a poco envuelta en neblina y en un torbellino de copos de nieve que cegaba y confundía. El paisaje parecía transformado como por arte de magia. Pasó sin atención la vista por el valle y resumió el presente y el porvenir en cuatro palabras: Sitiados por la nieve.
El detenido examen de las provisiones, que, afortunadamente para la partida estaban almacenadas en la choza, por lo que escaparon a la rapacidad del tío Billy, les dio a conocer que, con cuidado y prudencia, podían sostenerse aún diez días más.
—Eso —dijo don Jorge sotto voce al Inocente, —con tal que nos quiera usted tomar a pupilaje; si no (y tal vez hará usted mejor en ello), esperaremos que el tío Billy regrese con las nuevas municiones de boca que seguramente habrá ido a buscar.
No sé por qué ingrato motivo, don Jorge no dio a conocer la infamia del tío Billy, exponiendo la hipótesis de que éste se había extraviado del campamento en busca de los animales que se habían escapado sin duda.
Echó una indirecta acerca de lo mismo a la Duquesa y a la madre Shipton, que, como es natural, comprendieron la defección de su consocio.
—Si se les da el más pequeño indicio, descubrirán también la verdad respecto de todos nosotros —añadió con intención, —y es por demás alarmar a la feliz pareja.
Tomás Búfalo no sólo puso a disposición de don Jorge todo lo que llevaba, sino que parecía disfrutar ante la perspectiva de una obligada reclusión.
—Habremos pasado una semana de campo, después se derretirá la nieve, y partiremos cada cual por su lado.
El franco optimismo del joven y la serenidad de don Jorge, se comunicó a los demás. El Inocente, por medio de ramas de pino, improvisó un techo para la choza, que no lo tenía, y la Duquesa contribuyó al arreglo del interior con un gusto y tacto que hicieron abrir grandes ojos de asombro a la joven y fugitiva campesina.
—Ya se conoce que está acostumbrada a casas hermosas en Poker-Flat —dijo Flora.
La aludida dio media vuelta rápidamente, para ocultar el rubor que teñía sus mejillas, aun a través del colorido postizo de las de su profesión, y la madre Shipton rogó a Flora que guardase silencio. Al regresar don Jorge de su penosa e inútil exploración en busca del camino, oyó el sonido de una alegre risa que el eco repitió varias veces. Algo alarmado, se paró pensando en el aguardiente que había escondido prudentemente.
—Esto no suena a aguardiente —dijo el jugador.
Sin embargo, hasta que a través del temporal vio la fogata y en torno de ella el grupo, no se convenció de que todo ello era una broma de buen género. Yo no sé si don Jorge había ocultado su baraja con el aguardiente como objeto prohibido a la comunidad, lo cierto es que, valiéndome de las propias palabras de la madre Shipton, «no habló una sola vez de cartas» durante aquella noche. Menos mal que pudo matarse el tiempo con un acordeón que Tomás sacó con aparato de su equipaje.
Luchando con algunas dificultades en el manejo de este instrumento, Flora logró arrancarle una melodía recalcitrante, acompañándola el Inocente con los palillos. La pieza que coronó la velada fue un rudo himno de misa campestre que los novios, entrelazadas las manos, cantaron con gran entusiasmo y vehemencia. Creo que el tono de desafío, del coro y aire del Covenanter (partidario de Covenant), y no las cualidades religiosas que pudiera encerrar, fue motivo de que acabaran todos por tomar parte en el estribillo:

Estoy orgulloso de servir al Señor,
y me obligo a morir en su ejército.

Los árboles crujían, la tempestad se desencadenaba sobre el miserable grupo y las llamas del ara se lanzaban hacia el cielo como un testimonio del voto.
Entrada la noche, calmó la tempestad; los grandes nubarrones se corrieron y las estrellas brillaron centelleando sobre el negro fondo del firmamento. Don Jorge, a quien sus costumbres profesionales permitían vivir durmiendo lo menos posible, compartió la guardia con Tomás Búfalo de modo tan desigual, que cumplió casi por sí solo esta obligación. Se disculpó con el Inocente, diciendo que muy a menudo se había pasado sin dormir ocho días seguidos.
—¿Pero haciendo qué?—preguntó Tomás.
—El poker —contestó don Jorge gravemente.
—Mira: cuando un hombre llega a tener una suerte borracha, antes se cansa la suerte que uno. No hay cosa más extraña que la suerte. Todo lo que se sabe de ella es que forzosamente debe cambiar. Y el descubrir cuándo va a cambiar, es lo que te forma. Ahora, por ejemplo, desde que salimos de Poker-Flat hemos dado con una vena de mala suerte. Llegan ustedes y les pillo también de lleno. El que tiene ánimo para conservar los naipes hasta el fin, éste se salva.
Y añadió el filósofo y jugador de una pieza, con alegre irreverencia:
Estoy orgulloso de servir al Señor,
y me obligo a morir en su ejército.
Pasaron tres días, y el sol, a través de las blancas colgaduras del valle, vio el cuarto a los desterrados repartirse las reducidas provisiones para el desayuno. Por un fenómeno singular de aquel montañoso clima, los rayos del sol difundían benigno calor sobre el paisaje de invierno, como compadeciéndose arrepentidos de lo pasado; pero, al mismo tiempo, descubrían la nieve apilada en grandes montones alrededor de la cabaña. Por todas partes se extendía un mar de blancura sin esperanza de término, mar desconocido, sin senda, de que eran juguetes estos náufragos de nuevo género. A muchas millas de distancia y a través de un aire maravillosamente sutil, se elevaba el humo de la rústica aldea de Poker-Flat. Lo observó la madre Shipton, y desde lo más alto de la torre de su fortaleza de granito lanzó hacia aquella una maldición. Fue su última blasfemia y tal vez por aquel motivo revestía cierto carácter sublime.
—Me siento mejor—dijo confidencialmente a la Duquesa.
—Pruebe de salir allí y maldecirlos, y te convencerás.
Luego, se impuso la tarea de distraer a la criatura, como ella y la Duquesa tuvieron a bien llamar a Flora; Flora no era una polluela, pero las dos mujeres se explicaban de esta manera consoladora y original que no fuese indecorosa ni soltase maldiciones.
Otra vez vino la noche a cubrir el valle con sus tinieblas. Las quejumbrosas notas del acordeón se elevaban y descendían junto a la vacilante fogata del campamento con prolongados gemidos y frecuentes intermitencias. Pero como la música no alcanzaba a llenar el penoso vacío que dejaba la insuficiencia de alimento, Flora propuso una nueva distracción: contar cuentos. No tenían ganas don Jorge ni sus compañeras de relatar las aventuras personales, y el plan hubiera fracasado también a no ser por Tomás Búfalo. Algunos meses antes había encontrado por casualidad un tomo desparejado de la ingeniosa traducción de la Ilíada, por Mr. Pope. Se impuso pues la tarea de relatar en el lenguaje corriente de Sandy-Bar, los principales incidentes de aquel poema, cuyo argumento dominaba, aunque con olvido de algunos nombres propios. Los semidioses de Homero volvieron aquella noche a pisar el planeta, y el pendenciero troyano y el astuto griego lucharon entre el viento, y los inmensos pinos del cañón parecían inclinarse ante la cólera del hijo de Peleo. Al parecer, don Jorge escuchaba con apacible fruición; pero se interesó especialmente por la suerte de As-quiles, como el Inocente persistía en denominar a Aquiles, el de los pies ligeros.
De este modo, con poca comida, mucho Homero y el acordeón, transcurrió una semana que con paciencia soportaron los fugitivos. De nuevo los abandonó el sol, y otra vez los copos de nieve de un cielo plomizo, cubrieron el congelado suelo. Poco a poco les fue estrechando cada vez más el círculo de nieves, hasta que los muros deslumbrantes de blancura se levantaron a veinte pies por encima de la cabaña. El fuego fue cada vez más difícil de alimentar; los árboles caídos a su alcance, estaban sepultados ya por la nieve. Y no obstante, nadie se quejaba. Los novios, olvidando tan triste perspectiva, se miraban en los ojos uno de otro, y eran felices, y don Jorge se resignó tranquilamente al mal juego que se le presentaba ya como perdido. La Duquesa, más alegre que de costumbre, se dedicó a cuidar a Flora; sólo la madre Shipton, antes la más fuerte de la caravana, parecía enfermar y fenecer poco a poco. A media noche del décimo día, llamó a su lado a don Jorge:
—Me voy—dijo con voz de quejumbrosa debilidad.
—Le ruego no diga nada a los corderitos; tome el lío que está bajo mi cabeza y ábralo.
Efectuándolo, don Jorge vio que contenían intactas las raciones recibidas por la madre Shipton durante los últimos ocho días.
—Delas a la criatura —dijo, señalando a la dormida Flora.
—¡Infeliz! ¡Se ha dejado morir de hambre! —dijo el jugador con sorpresa.
—Así se llama esto—repuso la mujer con voz apagada.
Se acostó de nuevo, y volviendo la cara hacia la pared, entró en una rápida agonía.
Aquel día enmudecieron el acordeón y las castañuelas, y se olvidó la Ilíada y sus héroes.
Al ser entregado el cuerpo de la madre Shipton a la nieve, don Jorge llamó aparte al Inocente y le mostró un par de zuecos para nieve, que había fabricado con los fragmentos de una vieja albarda.
—Hay todavía una probabilidad contra ciento de salvarla; pero es hacia allí —añadió señalando a Poker-Flat.
—Si puedes llegar en dos días, cantaremos victoria.
—¿Y usted?—preguntó Tomás.
—Yo me quedo—contestó secamente.
La pareja se despidió con un estrecho y efusivo abrazo, al que siguieron algunas lágrimas. ¡Don Jorge! ¿También se va usted?—preguntó la Duquesa cuando vio a aquél que parecía aguadar a Tomás para acompañarle.
—Hasta el cañón —contestó.
Y, diciendo esto, besó a la Duquesa, dejando encendida su blanca cara y rígidos de asombro sus entumecidos nervios.
La soledad nocturna vino otra vez, pero no don Jorge. Trajo otra vez la tempestad y la nieve con sus torbellinos. Avivando el expirante fuego, vio la Duquesa que alguien había apilado a la callada contra la choza, leña para algunos días más. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las ocultó a Flora.
Dominadas por el terror, aquellas vírgenes durmieron poco. Al amanecer, al contemplarse cara a cara comprendieron su común destino, observando el más riguroso silencio. Flora, haciéndose la más fuerte, se acercó a la Duquesa y la enlazó con su brazo, en cuya disposición se mantuvieron todo el resto de la jornada. La tempestad llegó aquella noche a su mayor furia, destrozó los pinos protectores e invadió la misma cabaña.
Al romper el nuevo día, no pudieron ya avivar el fuego, que se extinguió poco a poco.
A medida que las cenizas se amortiguaban, la Duquesa se acurrucaba junto a Flora, y por fin rompió aquel silencio que parecía eterno:
—Flora; ¿puedes rezar aún?
—No, hermana... —respondió Flora dulcemente.
La Duquesa, sin saber por qué, se sintió más libre, y apoyando su cabeza sobre el hombro de Flora no dijo más. Y así, reclinadas, prestando la más joven y pura su pecho como apoyo a su pecadora hermana, quedaron dormidas. El viento, como si temiera despertarlas, cesó. Muchos copos de nieve, arrancados a las largas ramas de los pinos, volaron como pájaros de blancas alas y se posaron sobre aquel grupo sublime. Diana, la de argentinos rayos, contempló al través de las desgarradas nubes aquel lugar selváticamente bello. Toda impureza humana se había fundido, todo rastro de dolor terreno había desaparecido bajo el inmaculado manto tendido misericordiosamente desde arriba.
Todo aquel día durmieron su apacible sueño, y al siguiente no despertaron, cuando voces y pasos humanos rompieron el silencio de aquel mudo paraje. Y cuando manos piadosas separaron la nieve de sus marchitas caras, apenas podía decirse, por la paz igual que ambas respiraban, cuál fuera la que se había manchado. La misma ley de Poker-Flat lo reconoció así y se retiró, dejándolas todavía enlazadas una en brazos de otra.
En la embocadura del desfiladero, sobre uno de los mayores pinos, se encontró un dos de bastos clavado en la corteza, con un cuchillo de monte. Contenía la siguiente inscripción, hecha con vigorosos trazos de lápiz:


AL PIE DE ESTE ÁRBOL YACE EL CUERPO DE
DON JORGE
QUE DIO CON UNA VENA DE MALA SUERTE
EL 23 DE NOVIEMBRE 1850
Y ENTREGÓ SUS PUESTAS EL 7 DE DICIEMBRE 1850

Y, en efecto. Allí, frío y sin pulso, con un revólver a su lado y una bala en el corazón, yacía bajo la nieve el que a la vez había sido el más fuerte y el más débil de los expulsados de Poker-Flat, cosas ambas que se leían todavía a través del rostro apacible pero enérgico del jugador.


Fuente del cuento : http://www.lamaquinadeltiempo.com/











lunes, 26 de enero de 2015

¿De qué se siente usted cansado?...

"El año tiene 365 días de 24 horas, de las cuales 12 están dedicadas a la noche y hacen un total de 182 días, por lo tanto, sólo quedan 183 días hábiles; menos 52 domingos, quedan 131 días; menos 52 sábados, quedan un total de 79 días de trabajo; pero hay 4 horas diarias dedicadas a las comidas, sumando 60 días, lo que quiere decir que quedan 19 días dedicados al trabajo.

Pero como usted goza de 15 días de vacaciones, sólo le quedan cuatro días para trabajar; menos aproximadamente tres de permiso que usted utiliza por estar enfermo o para hacer diligencias, sólo queda un día para trabajar; pero ese día es, precisamente, el “Día del Trabajo”, que es festivo, y por lo tanto no se trabaja.
Entonces… ¿DE QUE SE SIENTE USTED CANSADO?"



George Bernard Shaw



domingo, 25 de enero de 2015

«Ganad quinientas libras al año con vuestra inteligencia.» Virginia Woolf

"...a finales del siglo dieciocho se produjo un cambio que yo,
si volviera a escribir la Historia, trataría más extensamente y consideraría más
importante que las Cruzadas o las Guerras de las Rosas. La mujer de la clase
media empezó a escribir. Porque si Orgullo y prejuicio tiene alguna importancia,
si Middlemarch y Cumbres borrascosas tienen alguna importancia, entonces tiene
más importancia que lo que es posible demostrar en un discurso de una hora el
hecho de que las mujeres en general, no sólo la aristócrata solitaria encerrada en
su casa de campo, se pusieran a escribir. Sin estas predecesoras, ni Jane Austen,
ni las Brontë, ni George Eliot hubieran podido escribir, del mismo modo que
Shakespeare no hubiera podido escribir sin Marlowe, ni Marlowe sin Chaucer,
ni Chaucer sin aquellos poetas olvidados que pavimentaron el camino y
domaron el salvajismo natural de la lengua. Porque las obras maestras no son
realizaciones individuales y solitarias; son el resultado de muchos años de
pensamiento común, de modo que a través de la voz individual habla la
experiencia de la masa Jane Austen hubiera debido colocar una corona sobre la tumba de Fanny Burney, y George Eliot rendir homenaje a la robusta sombra de
Eliza Carter, la valiente anciana que ató una campana a la cabecera de su cama
para poder despertarse temprano y estudiar griego. Todas las mujeres juntas
deberían echar flores sobre la tumba de Aphra Behn, que se encuentra,
escandalosa pero justamente, en Westminster Abbey, porque fue ella quien
conquistó para ellas el derecho de decir lo que les parezca. Es gracias a ella —
pese a su fama algo dudosa y su inclinación al amor— que no resulta del todo
absurdo que yo os diga esta tarde: «Ganad quinientas libras al año con vuestra
inteligencia.»"

Un cuarto propio , Virginia Woolf






                                                      Escritorio de Virginia Woolf 

viernes, 23 de enero de 2015

Recordando a Edouard Manet en el aniversario de su nacimiento.

El 23 de enero de 1832 nacía en París, el pintor Edouard Manet.
Resulta difícil situar la obra de Edouard Manet, porque si bien es cierto que introdujo grandes novedades temáticas y técnicas en sus lienzos que le sitúan en el Impresionismo, todo su deseo fue triunfar en el Salón de París, el lugar oficial del momento, alejándose de los foros independientes. Quizá este debate proporcione mayor encanto a sus cuadros, al no saber con certeza dónde situarnos, si ante un realista reconocido o ante un impresionista por reconocer.
Sea como fuere nos legó unos lienzos magníficos entre los que hemos seleccionado aquellos que tienen como tema principal o secundario, la lectura, como el magnífico retrato de Emile Zolà, padre del naturalismo francés.