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martes, 2 de diciembre de 2014

Discurso de Aceptación del Premio Nobel de Literatura 1949, William Faulkner

Quien haya leído a Faulkner sabrá que no es un autor precisamente fácil de leer. Su estilo moroso, descriptivo, su prosa pródiga en adjetivos, densa y construida sobre subordinadas interminables, puesta al servicio de unas tramas complicadas, laberínticas, en las que el lector debe descifrar todo aquello que el autor apunta o simplemente insinúa, convierten la experiencia lectora faulkneriana en todo un reto para el lector más avezado.
Cabría suponer que al recibir el Nobel de Literatura, en 1949, el escritor americano se despachara a gusto con un texto a la altura de su verbo grandilocuente. No obstante, no fue así. Más breve de lo que uno podía haber previsto, su discurso fue claro, directo y contundente. Eso sí, sin perder un ápice de la intensidad de su pensamiento y su estilo. Es un mensaje dirigido directamente a los escritores como él, para que traten en sus obras, la esencia de las cuestiones que afectan a la humanidad, pero adecuándolas a su propia época. La literatura debe provocar reflexión,y esa reflexión debe llevar a la acción, a la transformación, progreso y mejora de la humanidad. Sólo así la misión del escritor tendrá pleno sentido.
Éste fue pues, su Discurso de Aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1949 :

"Creo que este honor no se confiere a mi persona sino a mi obra, la obra de toda una vida en la agonía y vicisitudes del espíritu humano, no por gloria ni en absoluto por lucro sino por crear de los elementos del espíritu humano algo que no existía. De manera que esta distinción es mía solo en calidad de depósito. No será difícil encontrar, para la parte monetaria que entraña, un destino acorde con los elevados propósitos de su origen.
Pero también me gustaría hacer lo mismo con el renombre, aprovechando este momento como pináculo desde el cual me escuchen los hombres y mujeres jóvenes que se dedican a la misma lucha y afanes entre los cuales ya hay uno que algún día se parará aquí donde yo estoy.
Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu; sólo queda esta interrogante: ¿Cuándo estallaré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado los problemas de los sentimientos contradictorios del corazón humano, que por sí solos pueden ser tema de buena literatura, ya que únicamente sobre ellos vale la pena de escribir y justifican la agonía y los afanes.
Ese escritor joven debe compenetrarse nuevamente de ellos. Aprender que la máxima debilidad es sentirse temeroso; y después de aprenderlo olvidar ese temor para siempre, no dejar lugar en su arsenal de escritor sino para las antiguas verdades y realidades del corazón, las eternas verdades universales sin las cuales toda historia es efímera y predestinada al fracaso: amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio.
Mientras no lo haga así continuará trabajando bajo una maldición. No escribirá de amor sino de sensualidad, de derrotas en que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus penas no serán penas universales y no dejarán huella. No escribirá acerca del corazón sino de las glándulas.
Mientras no capte de nuevo estas cosas, continuará escribiendo como si estuviera entre los hombres sólo observando el fin de la Humanidad. Yo rehúso aceptar el fin de la Humanidad.
Es fácil decir que el hombre es inmortal porque perdurará; que cuando haya sonado la última clarinada de la destrucción y su eco se haya apagado entre las últimas rocas inservibles que deja la marea y que enrojecen los rayos del crepúsculo, aun entonces se escuchará otro sonido: el de su voz débil e inextinguible todavía hablando.
También me niego a aceptar esto.
Creo que el hombre no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de perseverancia.
El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado.
La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer."

Aquí os ofrecemos el enlace de youtube en el que está grabado el discurso en su propia voz. Un auténtico documento histórico :

http://www.youtube.com/watch?v=ENIj5oNtapw




Fotografia: documento original del discurso 


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