Soy una ferviente reivindicadora del cuento. Durante mucho tiempo, el relato ha sido menos valorado que su hermana mayor, la novela, y no debería ser así. Son como una tarta o tableta de chocolate y un bombón. Todo es chocolate pero no es lo mismo comer o degustar una cosa u otra. Cuento y novela son igualmente narrativa pero difieren, a simple vista por extensión, pero creo que también difieren por su misma esencia o concepción. El cuento, condicionado por su brevedad, ha de ser redondo. Lo que cuenta, la acción, los personajes, el tiempo...todos los elementos que lo integran han de estar milimétricamente trabados y cohesionados para que resulte una lectura completa, cerrada...en definitiva, redonda. Para mi, ése es el buen cuento, el redondo, el que se consume como un bombón delicioso, de un bocado, con todo el sabor de una sola vez.
La novela puede permitirse altos y bajos, momentos brillantes, intensos, junto a pasajes más flojos. Puede permitirse personajes mejor y peor dibujados, tiempos desacompasados, luces y sombras a lo largo de la narración...pero es tan largo el recorrido y tantos los elementos a desarrollar que las posibilidades de una valoración final positiva son mayores que las que puede tener el relato.
El cuento debe condensar y transmitirlo todo en poca extensión y ahí radica su grandeza.
Uno de los mejores cuentos que he leído hasta ahora es "Mendel el de los libros" de Stefan Zweig. Hay quien se refiere a él como cuento y quien lo hace como novela breve. Sea como sea, es una historia conmovedora a la que no le sobra ni le falta una sola palabra.
Mendel el de los libros
Stefan Zweig
Acantilado
Hay historias cuya lectura nos lleva a evocar un momento concreto de nuestras vidas. Reconozco que en micaso, muy pocas veces recuerdo las circunstancias que arroparon mis lecturas, pero en este caso, si.
Compré "Mendel..." en una librería camino del hospital en el que, por aquel entonces, mi madre se sometía a largas sesiones de quimioterapia. Yo solía acompañarla durante mañanas enteras y aprovechaba los ratos que ella dormitaba o miraba alguna revista, para dedicarme a leer. Fue así, una mañana, en el silencio de una habitación de hospital como conocí a Mendel y como me transporté durante unas horas al café Gluck.
La historia de este librero judío que vive absolutamente inmerso y absorto en su propio mundo de libros me llegó directo al corazón. Durante un tiempo pensé que quizá me había conmovido tanto su historia por las tristes circunstancias en las que lo leí, pero cuando un par de años después hice una segunda lectura, se confirmaron mis primeras impresiones. Mas allá de mi estado de ánimo, Mendel volvió a ir directamente al corazón.
Como cuento es un ejemplo muy claro de lo que entiendo que debe ser un buen cuento. Una historia bien narrada, de principio a fin, con un ritmo impecable y un estilo...bueno, el autor es Stefan Zweig, y eso ya es una garantía de calidad en cuanto al estilo: impecable, preciso, brillante.
Es un relato profundamente conmovedor pero que, por fortuna, consigue no caer en la sensiblería ni la lágrima fácil. Nos sacude en lo más hondo, pero siempre con contención. Mucho tiempo después de haberlo leído permanece en nuestra memoria. Yo la leí por primera vez en el 2009, y aún hoy, si cierro los ojos, puedo ver al viejecillo Mendel sentado en su mesa del Café Gluck, con la expresión confundida de aquel que vive ajeno a todo, en su mundo particular, pero que no puede evitar verse arrastrado por las circunstancias del mundo real.
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