Natalia Ginzburg y Elsa Morante: ambas fueron mujeres, italianas, vivieron y sufrieron los mismos acontecimientos históricos, fueron contemporáneas en una época marcada por el fascismo que afectó a sus vidas y contra el que manifestaron su más profundo rechazo.
Ambas fueron escritoras, grandes escritoras con estilos muy diferentes pero generados a partir de una misma pasión por la literatura.
Repasamos las fotografías que quedan de ellas. La expresión grave, la mirada profunda, incluso ceñuda de Natalia revelan contención, dureza, introspección y firmeza de carácter. Un cierto pesimismo inevitable por las circunstancias, pero no exento de una intensa humanidad.
Los grandes ojos oscuros de Elsa y su apenas esbozada sonrisa sugieren un carácter seductor, un rico mundo de ensoñaciones y fantasías, pero a la vez un sentido observador y crítico de la vida.
¿Fueron realmente así, tal como nosotros nos imaginamos?... Tal vez, en realidad, sea así como a nosotros nos gustaría que hubieran sido, como las percibimos y las entendemos a través de su escritura.
Quien haya leído a estas dos magníficas escritoras habrá podido comprobar que sus estilos, y quizá podría decirse incluso, que sus actitudes vitales y su concepción de la vida, sus miradas y caracteres, son totalmente distintos.
La prosa de Ginzburg es sobria, sencilla, pero a la vez, contundente y demoledora. No se anda por las ramas, no se recrea en artificios y florituras, reniega de la retórica vacía y el ornamento. Natalia es directa en sus planteamientos, en lo que nos quiere contar y traza un camino recto y llano para darnos a conocer lo que siente y piensa. Determinación pero sensibilidad, sentimiento sin afectación.
El universo Morante es lo opuesto al universo Ginzburg. Elsa se deleita con las palabras, se recrea con el sonido, los colores, los aromas, las emociones, los matices que le brinda el amplio abanico de recursos narrativos puestos a su disposición. Su prosa rezuma sensualidad, sugerencia, plasticidad. Donde en Ginzburg, 2+2 suman directamente 4 , en Morante las sumas también cuadran pero tras un largo recorrido donde la reflexión y la descripción hasta del más nimio detalle cobran una trascendencia fundamental a la hora de captar todo el sentido del texto.
No se trata de comparar. Las comparaciones suelen resultar odiosas, injustas o imprecisas. Más bien se trata de relacionar a ambas escritoras tras haber leído recientemente "La ciudad y la casa" de Natalia Ginzburg y "La isla de Arturo" de Elsa Morante, ambas publicadas en las cuidadas y bellas ediciones de la Editorial Lumen. Nada que ver, salvo la maestría literaria que se aprecia en ambas obras. Las dos, excelentes muestras para conocer el estilo de cada autora y las dos, igualmente recomendables.
"La ciudad y la casa" de Ginzburg es una novela epistolar sencillamente ambiciosa. ¿Es posible definirla así? No es una paradoja. Es la evidencia de la capacidad de Natalia por construir una historia coral, donde hay más de un protagonista, a través de un intercambio de cartas que se establece de manera múltiple, entre diversos personajes, y en eso difiere de dos clásicos del género epistolar que nos vienen a la memoria: "84 Charing Cross Road" de Helene Hanff y "Paradero desconocido" de Kressman Taylor en las que la correspondencia es entre dos personas. Aquí no, en la novela que nos ocupa, la autora abre el canal de comunicación a toda una serie de emisores y receptores que se escribirán unos a otros, principales y secundarios, misivas largas y breves, más íntimas o más informativas...en un variado despliegue de información que le permitirá a Ginzburg reflejar todo un pequeño cosmos de amigos relacionados entre sí por buenos y malos momentos, alegrías y tristezas, derivadas de unos acontecimientos que crearán entre ellos vínculos afectivos muy especiales. Los personajes se definen por lo que cuentan en sus cartas y el lector va vistiendo el armazón argumental con toda la información que le proporcionan las misivas. El universo de Ginzburg girará entorno a los lazos familiares complejos y a menudo, conflictivos; las desavenencias e incomprensiones que suelen surgir entre padres e hijos, las relaciones sentimentales fallidas, las aventuras eróticas más o menos pasajeras. la búsqueda de la propia identidad. Todos los personajes fluctúan entre la ida y el regreso, la huida, el desconcierto, la insatisfacción vital, la duda, la inseguridad frente al futuro...exceptuando a la equilibrada y sólida Roberta que permanece firme y decidida mientras todos a su alrededor parecen ir a la deriva, ávidos de encontrar su rumbo, su razón de vivir en un mundo en el cual se sienten desprotegidos.
Hay tanto para reflexionar en estas páginas, tanto por asimilar y digerir en esta novela, que desembarcar después en "La isla de Arturo" es como emprender unas vacaciones idílicas, en un exótico paraje, en compañía de apenas tres personajes, en un entorno marcado por el mar y el sol. El cambio de registro es radical pero...no nos llevemos a engaño, pues la aparentemente tranquila y soleada isla de Prócida no será el destino más apacible para el lector, sino el escenario en el que tendrá lugar una historia de pasiones, amor, odio, incomunicación y secretos entre un muchacho adolescente y su enigmático padre, a raíz de la llegada de una joven madrastra.
Si en algo es pródiga Morante es en las descripciones de los ambientes que en esta novela son fundamentalmente dos: el caserón donde viven los protagonistas, tan imponente como ruinoso, y la isla en todo su esplendor mediterráneo, siempre soleada y con la constante presencia del mar. Pero además del detallismo descriptivo que roza la poesía en muchos momentos a la hora de hablarnos del entorno, también Morante afina con precisión cuando nos habla de sentimientos, emociones, silencios y arrebatos, miradas y gestos, haciéndonos tan reales a los personajes que parece que estemos conviviendo con ellos, bajo el mismo techo, paseando por las mismas habitaciones, cenando en su modesta cocina y durmiendo junto a ellos para compartir sus miedos. Arturo, Wilhelm y Nunziata nos atrapan en su vida de tal manera que, acabada la novela, permanecerán para siempre en nuestra memoria...igual que lo harán Giuseppe, Lucrezia, Roberta, Alberico...los personajes que habitan "La ciudad y la casa" de Ginzburg. Y esa pervivencia y ese recuerdo solo son posibles cuando hemos leído buena literatura. De la mejor.
Fotografía de Boulevard literario
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