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martes, 30 de enero de 2018

"6oo libros desde que te conocí"

Desde el 22 de noviembre de 1906 hasta el 10 de diciembre de 1931, Virginia Woolf mantuvo un intenso intercambio epistolar con su amigo, el también escritor Lytton Strachey que ahora recoge y publica Jus ediciones en un cuidado volumen titulado "600 libros desde que te conocí", título extraído de una de estas misivas escrita el 22 de octubre de 1915 por Virginia a Lytton, en la que señala: "Creo que he leído unos 600 libros desde que nos vimos. Dime por favor qué mérito le encuentras a Henry James". Estas dos simples frases contienen mucha información sobre esta curiosa correspondencia que tenemos entre manos. Vamos a saborear el intercambio epistolar entre dos grandes amigos que además son dos espléndidos escritores, voraces lectores y críticos muy estrictos.

Pero vayamos por partes. Lo primero que llama la atención de esta obra es su esmerada edición y el equilibrio al que tiende la composición de la obra para que en todo momento, ambos autores tengan el mismo protagonismo. Sería fácil por su popularidad que Virginia Woolf eclipsara en interés a su colega pero esta edición, muy sutilmente, reparte por igual el interés entre ambos escritores.

Cierto que en la portada el nombre de Virginia se antepone al de Strachey y que en la faja que envuelve el volumen, una cita suya va delante, la famosa:  "No hay barrera, cerradura ni cerrojo que se pueda imponer a la libertad de mi mente". Todo un reclamo para los fieles admiradores de Woolf, pero en la contraportada, también Lytton tiene su cita, bajo la que el editor del libro equipara a ambos autores como "dos gigantes de la literatura".

Nada más abrir el volumen, nos encontramos con la reproducción de una carta de Woolf, fechada el 26 de noviembre de 1919 en la que anuncia feliz a su amigo las ofertas recibidas para publicar "Noche y día" y "Fin de viaje", pidiéndole además su opinión y sus posibles correcciones antes de presentar las obras a la editorial.

"600 libros desde que te conocí" se cierra también con la reproducción de otra carta manuscrita, ésta de Lytton a Virginia, del 9 de octubre de 1922, en la que el escritor expresa su admiración por "Jacob", novela de Woolf que ha acabado de leer.

Llama la atención las caligrafías de ambos: pequeña y pulcra la de Strachey, algo más precipitada y con alguna tachadura, la de Woolf. Un buen grafólogo tendría mucho que decir a partir de la letra, de la personalidad de ambos escritores pero con leer su correspondencia, nosotros mismos podremos irnos haciendo una cierta idea de cómo debían ser.

Eruditos, con una completa formación intelectual, contenidos, flemáticamente británicos, tremendamente irónicos; despiadados a veces, compasivos otras; comedidos por educación pero impetuosos y entusiastas por carácter; ansiosos por impregnarse de cultura, de estímulos; mundanos pero a la vez profundos, superficiales en apariencia pero en el fondo, sentimentales. Algo vanidosos pero generosos el uno con el otro, fieles, chismosos y crueles con algún conocido en común (la mecenas Lady Ottoline Morrell es blanco permanente de sus burlas, pero nos consta también que al final de sus días, cuando muchos la abandonaron, Woolf permaneció a su lado), críticos implacables (Virginia no puede ser más expresiva cuando habla del "Ulises" de Joyce: "Jamás había leído una chorrada semejante. Dejemos de lado los dos primeros capítulos, pero el segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto...son como si el limpiabotas del hotel Claridge´s se rascara los granos. Bien puede ser que el genio refluja de pronto en la página 652, pero no lo creo probable"), lectores insaciables y escritores concienzudos y aplicados.

En estas cartas tanto se habla de literatura y teatro, como se cotillea sobre fiestas y amigos, pero sea cual sea el tema en todas las misivas se aprecia la urgencia para que lleguen pronto a manos del destinatario y sean contestadas con presteza. La complicidad entre ellos y la sinceridad con la que escriben hace que, como lectores, pasemos de sentirnos unos intrusos curiosos fisgoneando la privacidad de unas cartas personales, a ser cómplices y partícipes  de una amistad sincera y consolidada que solo llega a truncarse por el fallecimiento de Strachey, el 21 de enero de 1932.
Una última carta de Woolf sin contestar, quizá incluso, sin leer, cierra este intercambio epistolar que nos ha acercado y nos ha permitido conocer a sus autores de una manera más íntima, mucho más  personal de lo que podríamos conocerlos consultando cualquier manual de literatura. 

Al acabar la lectura, tan solo nos queda mirar las fotografías que ilustran el libro y despedirnos de aquellos que a partir de hoy serán un poco como viejos amigos.




Fotografía de Boulevard literario   







domingo, 21 de enero de 2018

La hija de Joyce, Annabel Abbs

Frágil y vulnerable. Lucia. Sueña, vive y respira por y para bailar. Habla poco, pocos son sus amigos, poco su tiempo para salir de fiesta, Lucia tan solo quiere bailar. Su cuerpo esbelto y bien formado se estira y vuela. No hay límites bajo sus pies. Lucia salta, gira, despliega todo su ser y se transforma en movimiento. Lucia es pura danza.

Tiene talento. Ha nacido para bailar y a través del baile se comunica con todos aquellos que la ven, la admiran, la aplauden. Pero el reconocimiento que le llega de amigos y profesores apenas es admitido por su propia familia. Y es que Lucia no forma parte de una familia cualquiera. Ella es Lucia Joyce, "La hija de Joyce", de ese James Joyce, escritor irlandés al que todos admiran y alaban tras publicarse su escandaloso "Ulises".

"¿Qué se siente al ser la hija de un genio?", le pregunta Zelda FitzGerald al coincidir con ella en una academia de baile. Perplejidad. "Está bien... en general", apenas acierta a responder Lucia, pero sabe que su vida no es ni va a ser fácil. Como tampoco lo fue la de Zelda que vivió, enloqueció y murió a la sombra de su marido, sin llegar nunca a desarrollar plenamente el gran potencial artístico que tenía como bailarina, pintora y escritora. 

Obra excelentemente documentada, sobre todo a partir de la biografía "Lucia Joyce: To Dance in the Wake" de Carol Loeb Schloss, en "La hija de Joyce" publicada por Galaxia Gutenberg, Annabel Abbs novela la vida de esta muchacha de apariencia dulce, acomplejada por un ojo estrábico y quizá, acomplejada más aún, por el peso de su apellido. Su padre la adora, la considera su musa, su inspiración y por eso la sobreprotege y la ahoga en un exceso de amor, de posesión o tal vez de egoísmo enfermizo. Su madre Nora no parece quererla, prefiere a su otro hijo Giorgio, quizá por celos, por tener que compartir la atención con ella por su idolatrado Joyce. Y Giorgio, el hermano al que estuvo muy unida en la infancia, acabará convirtiéndose en su máximo detractor, decidiendo su futuro y su destino, un destino trágico, injusto, tristísimo, minuciosamente desgranado en las páginas de esta novela con la que debuta con gran acierto Annabel Abbs. Especialmente bellos y conmovedores, magníficamente escritos son los últimos capítulos de esta novela, del 18 al 21, y muy interesantes el Epílogo, Nota histórica y Posfacio finales para completar esta historia ya de por sí narrada por la autora  con brillantez y minuciosidad, pero que a medida que la trama avanza hacia el desenlace final intensifica estilo y recursos hasta bordar la narración.

Lucia, veinteañera soñadora de mirada ingenua y perdida, solo anhela que la dejen bailar, que la dejen expresar con absoluta libertad todo lo que lleva dentro, lo que ella es de manera inherente, instintiva y visceral: bailarina, acróbata de coreografías imposibles mediante las que expresa sus más íntimos sueños y deseos, versiones oníricas de lo que ve y siente cada día. Lucia insiste y reclama una y otra vez que la dejen bailar, que la dejen vivir su vida a su aire, que la dejen volar...pero los Joyce no están dispuestos a permitirlo y con su intransigencia precipitarán el principio del fin, una carrera truncada y una vida desgraciada abocada a la locura que tendrá otro desencadenante: el amor frustrado que siente Lucia por otro escritor irlandés como su padre, Samuel Beckett.

Sin ninguna duda la historia de la literatura reconoció el brillante talento de estos dos grandes autores, Joyce y Beckett, cuya obra ha sido y sigue siendo reconocida y leída a través del tiempo. Pero si la literatura ganó dos grandes escritores, la danza posiblemente perdió uno, Lucia. No dejemos de leer su historia porque al menos en nuestra imaginación podremos hacerla bailar eternamente. 




Fotografía de Boulevard literario