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jueves, 29 de junio de 2017

Dos escritoras: Una ciudad, una casa y una isla

Natalia Ginzburg y Elsa Morante: ambas fueron mujeres, italianas, vivieron y sufrieron los mismos acontecimientos históricos, fueron contemporáneas en una época marcada por el fascismo que afectó a sus vidas y contra el que manifestaron su más profundo rechazo.
Ambas fueron escritoras, grandes escritoras con estilos muy diferentes pero generados a partir de una misma pasión por la literatura.

Repasamos las fotografías que quedan de ellas. La expresión grave, la mirada profunda, incluso ceñuda de Natalia revelan contención, dureza, introspección y firmeza de carácter. Un cierto pesimismo inevitable por las circunstancias, pero no exento de una intensa humanidad.
Los grandes ojos oscuros de Elsa y su apenas esbozada sonrisa sugieren un carácter seductor, un rico mundo de ensoñaciones y fantasías, pero a la vez un sentido observador y crítico de la vida.
¿Fueron realmente así, tal como nosotros nos imaginamos?... Tal vez, en realidad, sea así como a nosotros nos gustaría que hubieran sido, como las percibimos y las entendemos a través de su escritura.
Quien haya leído a estas dos magníficas escritoras habrá podido comprobar que sus estilos, y quizá podría decirse incluso, que sus actitudes vitales y su concepción de la vida, sus miradas y caracteres, son totalmente distintos.

La prosa de Ginzburg es sobria, sencilla, pero a la vez, contundente y demoledora. No se anda por las ramas, no se recrea en artificios y florituras, reniega de la retórica vacía y el ornamento. Natalia es directa en sus planteamientos, en lo que nos quiere contar y traza un camino recto y llano para darnos a conocer lo que siente y piensa. Determinación pero sensibilidad, sentimiento sin afectación.

El universo Morante es lo opuesto al universo Ginzburg. Elsa se deleita con las palabras, se recrea con el sonido, los colores, los aromas, las emociones, los matices que le brinda el amplio abanico de recursos narrativos puestos a su disposición. Su prosa rezuma sensualidad, sugerencia, plasticidad. Donde en Ginzburg, 2+2 suman directamente 4 , en Morante  las sumas también cuadran pero tras un largo recorrido donde la reflexión y la descripción hasta del más nimio detalle cobran una trascendencia fundamental a la hora de captar todo el sentido del texto.

No se trata de comparar. Las comparaciones suelen resultar odiosas, injustas o imprecisas. Más bien se trata de relacionar a ambas escritoras tras haber leído recientemente "La ciudad y la casa" de Natalia Ginzburg y "La isla de Arturo" de Elsa Morante, ambas publicadas en las cuidadas y bellas ediciones de la Editorial Lumen. Nada que ver, salvo la maestría literaria que se aprecia en ambas obras. Las dos, excelentes muestras para conocer el estilo de cada autora y las dos, igualmente recomendables.

"La ciudad y la casa" de Ginzburg es una novela epistolar sencillamente ambiciosa. ¿Es posible definirla así? No es una paradoja. Es la evidencia de la capacidad de Natalia por construir una historia coral, donde hay más de un protagonista, a través de un intercambio de cartas que se establece de manera múltiple, entre diversos personajes, y en eso difiere de dos clásicos del género epistolar que nos vienen a la memoria: "84 Charing Cross Road" de Helene Hanff y "Paradero desconocido" de Kressman Taylor en las que la correspondencia es entre dos personas. Aquí no, en la novela que nos ocupa, la autora abre el canal de comunicación a toda una serie de emisores y receptores que se escribirán unos a otros, principales y secundarios, misivas largas y breves, más íntimas o más informativas...en un variado despliegue de información que le permitirá a Ginzburg reflejar todo un pequeño cosmos de amigos relacionados entre sí por buenos y malos momentos, alegrías y tristezas, derivadas de unos acontecimientos que crearán entre ellos vínculos afectivos muy especiales. Los personajes se definen por lo que cuentan en sus cartas y el lector va vistiendo el armazón argumental con toda la información que le proporcionan las misivas. El universo de Ginzburg girará entorno a los lazos familiares complejos y a menudo, conflictivos; las desavenencias e incomprensiones que suelen surgir entre padres e hijos, las relaciones sentimentales fallidas, las aventuras eróticas más o menos pasajeras. la búsqueda de la propia identidad. Todos los personajes fluctúan entre la ida y el regreso, la huida, el desconcierto, la insatisfacción vital, la duda, la inseguridad frente al futuro...exceptuando a la equilibrada y sólida Roberta que permanece firme y decidida mientras todos a su alrededor parecen ir a la deriva, ávidos de encontrar su rumbo, su razón de vivir en un mundo en el cual se sienten desprotegidos.

Hay tanto para reflexionar en estas páginas, tanto por asimilar y digerir en esta novela, que desembarcar después en "La isla de Arturo" es como emprender unas vacaciones idílicas, en un exótico paraje, en compañía de apenas tres personajes, en un entorno marcado por el mar y el sol. El cambio de registro es radical pero...no nos llevemos a engaño, pues la aparentemente tranquila y soleada isla de Prócida no será el destino más apacible para el lector, sino el escenario en el que tendrá lugar una historia de pasiones, amor, odio, incomunicación y secretos entre un muchacho adolescente y su enigmático padre, a raíz de la llegada de una joven madrastra.
Si en algo es pródiga Morante es en las descripciones de los ambientes que en esta novela son fundamentalmente dos: el caserón donde viven los protagonistas, tan imponente como ruinoso, y la isla en todo su esplendor mediterráneo, siempre soleada y con la constante presencia del mar. Pero además del detallismo descriptivo que roza la poesía en muchos momentos a la hora de hablarnos del entorno, también Morante afina con precisión cuando nos habla de sentimientos, emociones, silencios y arrebatos, miradas y gestos, haciéndonos tan reales a los personajes que parece que estemos conviviendo con ellos, bajo el mismo techo, paseando por las mismas habitaciones, cenando en su modesta cocina y durmiendo junto a ellos para compartir sus miedos. Arturo, Wilhelm y Nunziata nos atrapan en su vida de tal manera que, acabada la novela, permanecerán para siempre en nuestra memoria...igual que lo harán Giuseppe, Lucrezia, Roberta, Alberico...los personajes que habitan "La ciudad y la casa" de Ginzburg. Y esa pervivencia y ese recuerdo solo son posibles cuando hemos leído buena literatura. De la mejor.



Fotografía de Boulevard literario





miércoles, 21 de junio de 2017

Querida niña, Edith Olivier

"Siempre le resultó difícil dar forma a sus pensamientos, que por lo general se deslizaban indefinidos por el fondo de su mente, sin esperar nunca que los vistieran con palabras. En ese momento, sentada en medio del difuso discurrir de sus meditaciones, Agatha se fue dando cuenta de que ya en otra ocasión había tenido aquella misma sensación de soledad. Su vida, en la que parecía no haber habido nunca nada, ya había estado, sin embargo, vacía como hoy, y vacía de compañía. En silencio buscó en el pasado.
Entonces, un nombre atravesó su conciencia, como algo que de repente cobrara vida: ¡Clarissa!
Sí, era Clarissa, olvidada durante muchos años, y que ahora volvía a su mente no como el recuerdo de una posesión, sino de una pérdida.
Había ocurrido mucho tiempo atrás, y no había sido más que una fantasía infantil"


En la contraportada de "Querida niña" de Edith Olivier, publicada por Editorial Periférica, se define a esta obra como "una novela de 1927 en parte cuento de hadas oscuro y en parte novela psicológica." Y ciertamente, no es ni más ni menos, esto.

"Querida niña" se desarrolla como un cuento o fábula en la que la protagonista, Agatha, una mujer solitaria de 32 años, que acaba de perder a su madre, revive en su mente a Clarissa, su amiga imaginaria de la infancia, a fin de encontrar consuelo y compañía en su soledad, pero lo que en un principio es un juego íntimo y personal acabará convirtiéndose en realidad, y Clarissa tomará forma y cuerpo ante los ojos de todos.
A partir de esta creación imaginaria hecha realidad, empieza a narrarse una especie de fábula sobre la soledad, la necesidad de afecto y compañía, la incapacidad de comunicar y empatizar socialmente, la dificultad por expresar sentimientos, la proyección de ideales y deseos propios en otra persona, la protección llevada al celo extremo, la posesión enfermiza de aquellos a los que amamos.

Es además una fábula sobre la fidelidad, la gratitud, la dependencia, el sentido de la amistad y el amor. Una fábula entorno a los sueños y a lo ideal que de tan perfecto resulta huidizo y fácil de perder.

Una bella historia que se lee como un plácido e incluso aparentemente ingenuo cuento, pero que encierra un profundo y dramático contenido emocional, presentado con un cierto aire de misterio y un sorprendente y ambiguo desenlace.




Fotografía de Boulevard literario  


lunes, 5 de junio de 2017

Regreso a Berlin, Verna B. Carleton

"El exiliado, a su regreso, contempla la tierra que se extiende ante él con ojos agudos y críticos; y con igual claridad observa el mundo exterior y los frágiles puentes de comprensión fabricados por el hombre que siempre andan construyéndose entre ambos, sólo para quedar arrasados al menor desastre. Suspendido en el aire, contemplando ambos mundos con esa perspectiva "universal" que tanto sufrimiento le ha costado, el exiliado sabe que ha abandonado para siempre una fe reconfortante, aunque rígida, en las virtudes de su propio grupo social nativo para sustituirla por una conciencia vasta y trágica de la semejanza de todos los humanos en medio del sufrimiento y la angustia. Así pues, ¿a qué tierra pertenece este exiliado tras su regreso? A ninguna, y, sin embargo, a todas."
Regreso a Berlín, Verna B. Carleton, errata naturae y editorial periférica

"Regreso a Berlín" nos presenta a un personaje, Eric Devon, que se exilió siendo adolescente de la Alemania en guerra y se refugió en Londres donde llega a integrarse como un perfecto ciudadano británico más en la capital inglesa, renegando y ocultando su pasado y orígenes germánicos.
Pero un crucero de placer lo pondrá en contacto con una serie de viajeros entre los que se encuentra un alemán, Herr Guber, cuyos desafortunados comentarios provocarán un cataclismo en el precario equilibrio interior de Eric y propiciarán un viaje a Berlín para reencontrarse y enfrentarse a ese pasado del que ha permanecido ajeno durante tantos años.
En su vuelta a casa lo acompañarán, su paciente esposa Nora y una periodista norteamericana, amiga de la pareja gracias también al crucero, que será la narradora de la historia y que es un claro alter ego de la autora de esta novela, Verna B. Carleton, pues ella misma decidió escribirla a raíz del viaje que hizo a Alemania junto a su amiga fotógrafa Gisèle Freund que había huido del régimen nazi en los años 30.

Así pues, esta novela nos habla acerca de lo que supuso el nazismo en Alemania y por extensión, en el resto de Europa y sus terribles consecuencias, y nos hablará a través de un variado elenco de personajes relacionados con el protagonista ya sea por lazos familiares o fraternales, cada uno de los cuales cuenta su experiencia, su drama personal y los mecanismos de superación para sobrevivir a las extremas condiciones de la guerra y la posguerra.

Eric, como exiliado que se ha mantenido voluntariamente ajeno a todo lo que hacía referencia a su país de origen y a sus compatriotas, aprenderá a ver y juzgar a la Historia a través de los ojos y el testimonio de todas esas personas que supieron encontrar el camino y la manera de seguir adelante, (como explica también Viktor Frankl en ese bello e imprescindible clásico "El hombre en busca de sentido" que ha estado permanentemente en nuestra memoria mientras leíamos "Regreso a Berlín")

Al respecto, resulta interesantísimo, emotivo y tremendamente conmovedor, ir escuchando las distintas voces, los diferentes puntos de vista, sentimientos y reflexiones de cada uno de los personajes cuya suma va componiendo un múltiple caleidoscopio que va mostrando una misma realidad entendida, vivida, sufrida y superada de las más distintas maneras.

La fiel anciana Else, el inquebrantable Franz, la sufrida Käthe...y especialmente, la decidida e íntegra tía Rosie, entre muchos otros, encarnan a miles, millones de víctimas y supervivientes del terror nazi y su testimonio será recogido por Eric, el exiliado, el que ha permanecido lejos y por fin se da cuenta que para redimir su huida, consolar a su atormentada conciencia y poder seguir con coherencia e integridad la vida que le queda por vivir, solo puede hacer una cosa: recuperar y perpetuar la memoria histórica, a fin de que las futuras generaciones no olviden los errores del pasado y no se repitan jamás...

" Un tema de lo más impopular, sin duda. Pero ¿qué más puedo escribir? Nadie conoce mejor que yo la tragedia de un ser que reprime su pasado. Cuánta tragedia y devastación se le añade a eso si es una nación entera la que imagina que puede luchar por recuperar la normalidad tras un periodo de locura colectiva cometiendo ese mismo error: apartando todo pensamiento de lo acontecido e intentando olvidar, olvidar. Lo que tengo que decir lo oirán quizá oídos reticentes y cansados. Pero mi conciencia (me imagino la sonrisita desdeñosa de Albrecht), mi absurdamente "poco realista" conciencia no me dará ni un momento de paz hasta que diga lo que hay que decir. Ahora que soy alemán de nuevo, lo mínimo es hacer todo lo posible, dentro de mis escasas posibilidades, para recordarle a la gente la necesidad de entender su pasado, de asimilarlo y de usar la lección para evitar un futuro aun más horrible."




Fotografía del Boulevard literario